Estábamos cansados de batallar contra nuestros propios problemas, pero también sabíamos que los problemas iban de la mano de las soluciones, y éstas, terminaban por aparecer, sólo si no nos rendíamos. Pero claro, en aquel momento rendirse parecía el camino más fácil.
Y aquel camino era absurdo.

-Quién sabe si con el tiempo, nos volvemos a encontrar, Kim y todo vuelve a ser como antes...

-¿En serio lo crees? Sergio, ¡despierta! La vida avanza y si terminamos cada cual debe seguir su camino. Ya me sé demasiadas de estas historias como para saber que ya nada vuelve a ser igual.

-En nuestro caso tal vez es la excepción-Rodé los ojos y esperé a que siguiera hablando, porque a mí, las palabras se me estaban agotando, en cambio las lágrimas sólo habían hecho que comenzar.-Fue una mala idea comprometernos en estos momentos... Por eso creo que lo mejor es dejarlo, no ha llegado nuestro momento.

-¿A qué momento esperas que llegue? ¡El amor llega cuando llega!-Exclamé frustrada.

-Tienes toda la razón, pero Kim, debemos admitir que ahora no estamos en nuestro mejor momento, al menos por ahora. El tiempo dirá qué será de nosotros pero por ahora lo mejor es la distancia. Tener tiempo a poner las cosas en su lugar, y aclarar las ideas que durante días han rondado por nuestra cabeza.

-¡Serás imbécil!-Nunca había insultado a Sergio, pero en aquel momento, fue la única palabra con la que le pude describir, porque estaba siendo absolutamente imbécil. -¡Para de hablar de la distancia! ¿Crees que es lo mejor? ¿a caso es lo que quieres?-Pregunté cruzando los brazos.

-Por ahora sí.

-Pero los días no son iguales, Sergio, hay momentos buenos y otros que son un completo asco, pero no por ello debemos olvidarnos de los buenos. –Prácticamente estaba suplicando que se lo repensara.

-Ya he tomado la decisión-Su mirada se endureció y yo clavé mi mirada en el suelo, quizás allí se encontraban mis ánimos, o tal vez estaban aún más abajo.

-¿Es lo que quieres?-Le volví a preguntar.

-Sí-Mentía, pocas veces le había visto mentir pero en aquel instante me dolió.

-¿Por qué?-Le pregunté con un nudo en la garganta.

-Porque te quiero, y a veces, lo mejor es dejar que las cosas sigan su curso y si el destino lo quiere...

-¡No me vengas con esas tonterías! Nosotros no somos así. No creas en los tópicos de que si quieres algo lo dejes ir, porque es absurdo. Hay momentos en los que es inevitable dejar ir a algo, pero en otros momentos, te puedes ahorrar el sufrimiento. Ahora mismo nos lo podríamos ahorrar.

-Perdóname por ser cobarde, pero tengo demasiadas dudas y no quiero que pagues por ello.-Soltó y sin que lo esperase, me besó y acto seguido se levantó del banco.

La gente nos seguía mirando, como si ya hubieran llegado al veredicto, como si una obra de teatro llegase a su final. Quise alejarme de todo el mundo, cavar un hoyo y enterrarme allí hasta que el dolor hubiese pasado. Estaba siendo una tarde tan surrealista y creía que todo era una mentira. Pero verle alejarse me confirmó que no se trataba de ninguna mentira. Y me dolió verle irse calle abajo, hasta podía escuchar, o tan solo lo imaginaba, la gente diciéndome que le persiguiera, que corriera con todas mis fuerzas e hiciera algo. Pero no había nada a arreglar, y no todo terminaba como en una película donde las reconciliaciones eran el punto álgido de la trama.

¿Era un final? Me pregunté a mí misma, pero me negué a responder. Sólo quedaba esperar, y aquella era la clave, esperar a que viniesen mejores momentos, a que el río volviera a su caudal.

Y sabía que habíamos cometido un terrible error, ni él ni yo éramos culpables de haber separado nuestros caminos, ni siquiera la distancia era el causante. No había causante que nos hubiera alejado, más que la estupidez.

Aún sentada en el banco, recordé aquel beso y una frase con la que me sentí plenamente identificada, llegó a mi mente: «El primer beso no es el más difícil, sino el último», no recordaba con exactitud si decía así, pero qué poco me importaba. De hecho, en aquellos momentos relativizar, me pareció una buena salida.

Dejé pasar las horas en aquel parque, la gente se fue yendo de allí, como si temieran contagiarse de mi tristeza y hasta el sol me abandonó.
Justo antes de irme recibí un mensaje de Sergio y el corazón me saltó en el pecho pero al instante choqué contra la tierra.

«Sé que es estúpido, pero si me quieres, por favor, no me llames, no me escribas. Hagámoslo fácil». De acuerdo a sus deseos, no le respondí. Pero su mensaje me dolió tanto que me fui a casa, me puse la capucha de la sudadera, no porque sintiera frío, realmente ya no sentía nada a mi alrededor, sino porque no quería que vieran al espectro que se ocultaba en mí.

Llegué a casa y mis padres estaban cenando, fui fuerte durante un rato, les dije que me había surgido un problema pero que no tenía ganas de hablar de ello. No me sentía preparada, aceptaron mi silencio y lo agradecí. Por suerte mi hermano pequeño logró llenar ese espacio de vacío durante la insípida cena porque al menos sentí que al menos alguien hacía algún esfuerzo para no centrarse en el dolor.

Me fui a dormir, no hice los deberes, en aquel momento no me importó, tenía claro que le diría a los maestros que no me encontraba bien, porque así era. No fui capaz de soltar ni una lágrima hasta las tres de la madrugada, cuando mis ojos me dolían de las lágrimas y de las ganas de dormir pero de sentir que me quemaba todo el dolor.

Salí a la terraza y el frío me dejó un poco más insensible. Volví a mi habitación y mirando hacia la luna que a la primera lágrima se escondió detrás de las nubes comencé a llorar ya sin contenerme.

Éramos un par de estúpidos, pero la triste verdad era que aquel par de estúpidos sin escrúpulos se amaba con toda el alma. Y sabía que dijese Sergio las tonterías que dijese, aquella era la única verdad. Pero tal vez, después de todo, necesitábamos hacer un alto en el camino y recapacitar, reflexionar, dejar el tiempo pasar... Aunque sabía que dejar el tiempo pasar no era la solución.

Tal vez habíamos ido demasiado rápido, como si temiéramos que el tiempo pasara y no nos dimos cuenta de que en el amor, ir con prisas era lo peor que podíamos hacer. Llegado a aquel punto, ya ni sabía qué nos había pasado.

Entre todas las lágrimas quería ir hacia su casa y decirle todo lo que sentía, pero sabía que sería inútil. Quería darle una bofetada y también quería darle un beso.
Porque lo único que quería, era salir de aquella estúpida pesadilla y volver a ser feliz.


Entre números y letrasWhere stories live. Discover now