Capítulo II: You're mine

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Había un horrible hematoma en su pómulo derecho. Uno más para unirse a la colección.

La palidez natural de su piel contrastaba de sobremanera con los colores púrpura y amarillentos de la enorme mancha donde se encontraba acumulada la sangre. Gerard observaba su magullado rostro en el espejo del baño mientras se preparaba para una ducha. Su cabello negro largo hasta los hombros se encontraba sucio y grasiento, un par de grandes ojeras negras abundaban bajo sus ojos sin vida, sus mejillas estaban chupadas y un pequeño pero muy lacerante corte hinchado se veía en su reseco labio inferior. Con solo mover su boca el dolor era increíblemente penetrante. En otras palabras, era un desastre viviente.

Frank había salido temprano esa mañana para ocuparse de algunos "asuntos del trabajo", con asuntos quería decir negocios y con trabajo vender droga. Pues a eso se dedicaba el moreno. Se dedicaba a venderle cocaína o heroína a jovencitos que intentaban parecer populares o drogadictos. Gerard, por su parte, no tenía ningún trabajo. Antes de conocer a Frank, solía estudiar bellas artes en la universidad, pero ahora toda su existencia se había reducido a permanecer recluido en el destartalado y viejo apartamento que ambos compartían. A Frank no le gustaba que saliese y no tenía permitido salir sin él; sí lo hacía recibiría un castigo.

Se quitó la ropa y sintió un escalofrío cuando su cuerpo quedo expuesto a la fría brisa. Estaba temblando, sin saber si era por el frío o por el miedo restante. Abrió la llave de la ducha y se metió dentro del pequeño lugar sin esperar a que está estuviese caliente del todo. Las gotas de agua semitibias comenzaron a deslizarse por su piel. Cerró los ojos e inclinó su cabeza contra el cabezal de la ducha, dejando que el agua cayera sobre sus hombros; pequeñas sensaciones cálidas rozando su cuerpo. Un moretón estaba formándose justo por encima de su cadera, lugar desde donde Frank lo había tomado la noche anterior. Otros varios hematomas se econtraban distribuidos por su cuerpo, muchos de ellos eran resultados de golpes pasados o de actos sexuales, pues a Frank le encantaba golpearlo y morderlo mientras se internaba dentro de él, lo que convertía cada encuentro en un verdadero calvario para Gerard. Sus muslos eran los más atacados por este y se veían marcas de dientes por doquier, así como también varios cortes consecuencias de los numerosos arañazos.

Pero no siempre había sido así, hubo un tiempo en el que Frank era cariñoso y suave con él. Pero el Frank del cual se enamoró ya no existía... ya no quedaba nada de él. Y todo lo que Gerard sentía por él era pavor, pero era demasiado cobarde como para defenderse o escapar. Tampoco tenía a nadie a quién recurrir; su familia no lo recibiría si intentaba buscar refugio en su casa familiar. No había hablado con ellos en años desde la discusión que había tenido con sus padres debido a que decidió dejar la escuela de derecho para estudiar su verdadera pasión, las bellas artes. Su hermano tampoco sería de gran ayuda; se había dejado influenciar por los argumentos de sus padres y lo habían puesto en su contra. Así que estaba solo en el mundo, no tenía a nadie además de Frank.

El peso de la situación cayó de pronto sobre él una vez más y lloró, lloró por todo. Gerard ya no podía distinguir las gotas de agua de las lágrimas. Se dejó caer contra la pared hasta que tocó el suelo de baldosas frías. No quería pensar más; solo quería pensar en cómo el agua parecía de alguna manera lavar sus heridas y ahogar sus penas.

~*~

Aquella tarde Frank volvió con compañía. Dos hombres con apariencia poco fiable y dos mujeres vestidas tal prostitutas entraron con él al pequeño y sucio lugar. La mayoría de ellos parecían estar alcoholizados o quizás bajo el efecto de alguna sustancia. Uno de los hombres, de cabello castaño largo y barba descuidada, posó su atención en Gerard al verlo parado en un rincón de la cocina. Gerard se sintió ultrajado a medida que la mirada del extraño lo examinaba de arriba a abajo con ojos codiciosos.

— Hey Frankie, ¿que dices si él también se nos une a la fiesta? —preguntó el castaño a Frank mientras lo señalaba. El grupo de personas se encontraban sentados en el sofá de la sala de estar. Frank, quién parecía estar ocupado enrollando cigarros de marihuana sobre la pequeña mesita, se volteó y le dedicó un breve vistazo.

— No, Bert —murmuró con calma, volviendo a sus quehaceres. Gerard no entendía de que estaban hablando— Él no.

— ¡Oh, vamos! ¡No seas así! —exclamó el llamado Bert con un puchero— Apuesto a que es bueno en la cama.

— Ya te dije que él no —exclamó Frank, está vez con enojo. Mantuvo una guerra de miradas momentánea con Bert, dedicándole una mirada asesina, hasta que este acabo por soltar una enorme carcajada. 

— Bieen, lo que tú digas, amigo —dijo entre risas. Luego tomó uno de los cigarros que parecían listos y encendió uno.

— Gerard, tráenos cerveza y comida —ordenó el moreno, sin prestarle demasiada más atención.

No queriendo hacer enfadar al moreno, Gerard se apresuró a sacar varias botellas de la nevera y uno que otro refrigerio que encontró por la desordenada cocina y a llevarlos hasta los demás. Trató de ignorar la potente mirada de Bert tras él, y el hecho de que una de las mujeres y el otro hombre se encontraban en medio de algo demasiado íntimo. Frank le tomó fuertemente del brazo cuando estaba a punto de irse.

— No quiero que nos molestes, ¿me escuchaste? —ordenó éste. Gerard asintió rápidamente con la cabeza. Sentía la sangre abandonar su brazo debido a la presión que se ejercía.

— Bien —lo soltó, satisfecho— Ahora vete a limpiar o algo, no me importa.

Gerard salió de allí como un rayo y volvió a la cocina dónde se sentía más seguro. No le agradaba aquella gente y tampoco sabía porqué a Frank se le ocurriría traerlos. Principalmente no le gustaba como lo miraba el tal Bert, se sentía incómodo con su presencia.

Pasó su tiempo terminando de coser unos viejos jeans, los cuales se habían rasgado en las rodillas cuando Frank lo había arrastrado por el suelo luego de un ataque de locura. Podía oír todo lo que ocurría en la sala, desde gemidos, risas y hasta maldiciones. No nesecitaba ser un genio para saber lo que estaba ocurriendo allí. Un intenso aroma a marihuana y tabaco salía del lugar, y Gerard sospechaba que eso no era lo único que consumían. Luego de un tiempo se asomó fuera de la cocina con curiosidad solo para ver a Frank penetrando violentamente a una de las mujeres sobre el sofá mientras los otros se embriagaban aún más como si nada. Gerard observó la manera en que Frank tocaba sus pechos y cómo la mujer sujetaba su cabello y sintió enojo, pero él no podía hacer nada al respecto. Más no quiso ver y volvió a su lugar.

Ya había oscurecido para cuándo los extraños se fueron. La sala era un completo desastre, aún más de lo que ya lo era antes. Frank vinó a por él en cuanto lo vio, tal como un animal sediento de sangre.

— Tú eres mío —susurró en su oído, mientras mordía su oreja. Se veía ebrio y drogado. Empujó a Gerard contra el sofá donde momentos antes había tenido sexo con aquella mujer rubia y comenzó a desvestirlo. Gerard soltó unos quejidos cuando Frank mordió su muslo izquierdo con fuerza, logrando sacar algo de sangre de la nueva herida. Sus movimientos eran bruscos y demandantes contra el maltrecho cuerpo de Gerard.

Pegó un grito de dolor cuando éste subio y comenzó a morder y chupar el hematoma en su cadera, con el mero objetivo de hacerlo aún más grande. Las bruscas penetraciones no se hicieron tardar mucho, y Gerard comenzó a prepararse para todo el dolor que aquel acto conllevaría.

Scars on my skin ↠ FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora