Prólogo

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Abrí perezosamente un ojo y estiré mi mano, dando manotazos hasta lograr atrapar mi teléfono móvil.

La repentina luz de la pantalla me cegó.

- ¡Las jodidas tres y media de la mañana! -bufé, volviendo a cerrar los ojos.

Ya habían pasado tres días, tres noches enteras con la misma historia.

Gruñí y alejé las mantas de mi cuerpo de un tirón y me levanté de la cama con el ceño fruncido.

-Me cago en Dios... -mascullé, descolgando mi bata rosa de la percha tras la puerta y colocándomela mientras caminaba hacia el salón.

Hice un nudo en la correa, ejerciendo más fuerza de la necesaria, ocasionando que casi me quede sin aire.

Cogí las llaves que reposaban sobre el mueble de la entrada y abrí la puerta, saliendo al oscuro y frío pasillo.

Acaricié la pared hasta topar con el interruptor de la luz, dejándome ver con claridad.

Caminé hacia las escaleras, subiendo hasta la planta superior.

-Supongo que es aquí... -calculé el departamento que quedaría justo sobre le mio.

Golpeé la puerta, esperando que alguien saliera a recibirme, pero nada.

Volví a golpear, todavía sin recibir respuesta.

Molesta, repetí la acción, aún más fuerte.

La puerta se abrió de golpe, haciendo que casi le atizara un puñetazo al chico tras ella.

-¿Que quieres? -su tono áspero resonó en el pasillo.

Tomé aire.

-Quería pedirte que dejaras de hacer ruido a estas horas, por favor. -intenté sonar amable.

-No se de que me estas hablando. -espetó. Cerrándome la puerta en la cara.

La furia estalló en mi interior y me importó bien poco despertar a los pobres vecinos que no tenían culpa de nada. No había dormido bien en tres días y él iba a pagar las consecuencias.

Golpeé la puerta con tal fuerza que creí que la derribaría hasta que esta volvió a abrirse, abrí la boca para decir algo pero él me interrumpió.

-Óyeme; nunca. Jamás. Bajo ningún concepto, vuelvas a aparecer por aquí, ¿Entendido? -se cruzó de brazos.- Puede que ahora seamos vecinos, pero no me agradas, no te soporto. -se agachó un poco, quedando a mi altura.- Muy malas noches.

Espetó, volviendo a cerrar la puerta en mi cara.

Y yo quedé ahí, estática, sin saber como reaccionar.

Dí un pisotón en el suelo, y en un total acto infantil que no se de donde surgió, saqué la lengua hacia la puerta blanca, cerrada a cal y canto.
-Imbécil. -bufé, caminando lo más digno que podía, dignidad que, por cierto, no me quedaba.


¡Hola! ¿Que tal?

Espero que les guste este proyecto, tenía muchas ganas de compartirlo con ustedes y por fin está publicado.

El prólogo va dedicado a mi querida Kate-chan, por aguantarme y ayudarme todo el tiempo, te quiero.

El vecino de arribaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora