La maldición

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   —¡Va Carasucia deja de beber, has dejado a los chiquillos en ascuas! —dijo el posadero desde la barra.
   El anciano se ubicaba en un rincón, desparramado en una silla y rodeado de niños que cinchaban de su jubón, provocando que derramase el cuerno de cerveza sobre su nariz. Se enjugó el lado oscuro de la cara con la manga y recolocó el parche en su lugar.

   —Ahí se quedó La plaga, de pie... Podía verlo al alcance de una piedra. —Alargó un brazo señalando a la nada—. Ahí, rodeado por los cuerpos de los aldeanos caídos y abrazado por nubes de moscas.
   —¿Olía mal? —quiso saber uno de los niños.
   —Olía a enfermedad ¡y a masacre! —respondió Carasucia, con una sonrisa agujereada que provocó risas en los críos. Segundos después, barrió a supublico con una seria mirada que invocó al silencio en esa esquina de la animada posada.

   —Negro como la gangrena y escuálido como un prisionero de guerra, su carne rezumaba pus, larvas y cucarachas. Pero eso no era lo peor... —Cogió una rodaja de pan y la colocó sobre la llama de la vela al borde de la mesa—. Lo peor eran los vapores verdes que escapaban por sus heridas, vapores con caras, con expresiones de suplicio.
   Los niños seguían embobados el oscilar del humo de la miga quemada.
   —¡Almas! —concluyó una de las chicas.
   —¡Muy bien!—prosiguió, engullendo el pan y revolviéndole el pelo a la cría—. Las almas que aprisiona en su cuerpo. ¡Infinidad de ellas!
   Una de las niñas subió a su regazo.
   —¿Y para qué las quiere?

   —Las leyendas dicen que, en la era en que los dioses caminaban por aquí, La plaga fue un hombre. —Hizo una parada y observó, de lado a lado, el asombro de sus escuchas—. Al parecer era el príncipe heredero de Marbo. 

   La niña pesaba lo suyo, con una mueca de dolor Carasucia la bajó al suelo. Aprovechando la breve pausa para masajeárse los muslos y ver, al fondo del gran salón, como borrachos y mujeres erradas gozaban de la música de los bardos.
   —Se dice —siguió—que su hermano se enamoró de su esposa, y el príncipe lo condenó a morir por ello. ¡A su propio hermano!
   —¡Era verdad! ¡LosJueces se enfadaron con él! —añadió la pequeña.
   —Así es, ya sabéis lo poco que les agrada a los dioses que alguien ose derramar sangre propia. La maldición de la plaga cayó sobre el príncipe, para que las alimañas mas asquerosas lo devorasen por siempre. —Inclinándose con esfuerzo, hincó un dedo en el oído de uno de los niños arrancándole una risa nerviosa—. Alcanzando a su mismísima alma, poco a poco. —Podía ver el asombro reflejado en los ojos de su joven público—. De ahí su nombre; y por eso viaja sin cesar, robando las almas de sus presas y disfrazando la suya para engañar a los insaciables bichos.

   Uno de los niños se incorporó con la barbilla en alza y el ceño fruncido.
   —¿De verdad os hallabais allí? Parecéis un simple viejo borracho.
   El circulo rompió en risas y algunas miradas de desaprobación dirigidas al lanzado muchacho.

   Carasucia sonrió e hizo una seña con la mano para que el niño se acercase, el obeso obedeció.

   —Solo los hombres mas valerosos son capaces de dudar, chico. —El grupo volvió a callar, embelesados por las palabras del anciano—. Mis ojos pudieron ver cómo desgarraba su propia carne. Pude oír sus pavorosos alaridos de dolor, como el chillar de mil cerdos al ser degollados. —Los niños abandonaron las sonrisas para dejar paso a expresiones mas serias—. Y pude presenciar cómo dejó escapar por su boca inmundicias que no soy capaz de olvidar, liberando a la plaga sobre los caídos. Una de sus cucarachas me descubrió debajo de los cadáveres y escarbó en mi ojo. Fue horrible, muchacho.
   —¿Co..co...cómo...sobrevi...vis...? —La voz del provocador ahora sonaba dócil.
   —No hubo opción, más que coger mi daga y arrancármelo.
   Carasucia movió el parche a un lado exponiendo una cuenca negra y vacía que corrompía su pálida piel, oscureciendo buena porción de su cara. Una oleada de escalofríos encadenados sacudió al grupo.
   —Mírame —dijo inclinándose en la silla.
   El niño fijó su mirada en el vacío oscuro y se dejó caer de rodillas al borde de las lágrimas. Los demás críos se acercaron a él.
   —¿Qué ha pasado? —inquirieron varios de ellos.
   —Eso que has sufrido —empezó acomodándose el parche— es el dolor de un alma herida. Ese día La plaga se llevó una fracción de mí.

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⏰ Última actualización: Apr 06, 2016 ⏰

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