El juego de Rashca

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   Hacía horas o días que Rashca retenía a un grupo de incautos andando en círculos en su bosque. Con la noción del tiempo distorsionada, se habían separado para encontrar el espejo del druida, unos en parejas y otros en solitario. 

   Era la quinta o décima vez que Handel pasaba por detrás de ese peñasco; estaba agotado. Al cambiar de rumbo, el bosque lo devolvió a la roca, pero esta vez se encontró frente a un niño tumbado en la hierba, y a un hombre de espaldas bebiendo de una bota.
   —Bjurten e hijo —saludó. El hombre se atragantó con el agua y se giró empuñando un cuchillo teñido de rojo—. ¡Eh!¡Tranquilo!
   —¡Mi señor, por todos los Jueces! Qué susto me habéis pegado. —Extendió la bota a Handel.

   —¿Cómo está el muchacho?
   —Empeora, vuestra merced. Tengo que encontrar ese espejo o la fiebre me se lo llevará aquí mismo. —Enfundó el cuchillo tras limpiarlo en una de sus mangas.

   —¿Y Ronso?

   —Un jabalí cabreado nos atacó.Me defendí como pude y eché a correr para salvar el culo. —El sudor en la calva de Bjurten reflejaba el sol eterno sobre el bosque—. Cuándo me volví ya no había marrano, ni caballero ni carromato. Mi señor.
   Handel escudriñaba el acero enfundado del mercader, mientras le devolvía la bota.
   —Libreme La Senda, de ser un embustero —continuó el calvo—, pero me pregunto: ¿qué pasaría si engatusamos al druida? Es ciego, nunca podrá ver nada en el espejo.
   —Lo habéis encontrado, ¿verdad? —inquirió con la mirada ojerosa clavada en el cuchillo.
   —¿Mi señor...?
   —"Dos hombres obtendrán salvoconducto, si dicen a Rashca lo que han visto en el espejo". Matasteis a Ronso para poder escapar con vuestro hijo.

   Bjurten cogió al muchacho en brazos, fijando sus ojos en el sureño.
   —Señor, por las barbas de mi abuelo, yo...

   —Habéis tenido suerte de que os haya encontrado. La enajenación que reina en este bosque hubiera conducido a cualquier otra persona a torturaros, para sonsacaros tan preciado secreto. —Bjurten abrazaba con fuerza al niño, mientras examinaba a Handel—. Me encargaré de proteger a vuestro hijo. Como podéis ver, me estoy ofreciendo a escapar con él, pues debía entregar un mensaje de suma importancia al barón, cuando me vi atrapado aquí la pasada noche. Decidme, ¿qué habéis visto en el espejo?.
   El mercader se rascaba la sombra de barba que cubría sus mejillas.

   —¿Y si quiero largarme con mi chico?
   —Escaparíais. Pero os haría falta una montura para acudir a un templo. —Bjurten respiró hondo observando al niño.—Confiad en mi. Soy el emisario del conde, conozco estas rutas y acostumbro a llevar peso. Podré conseguir un caballo en cualquier aldea, y vuestro hijo será sanado por los monjes tribunarios del barón.

   —El fin de la guerra... Lo vi enel espejo —confesó.

   —Os doy mi palabra, por La Senda que te doy mi palabra —corrigió—, pondré a salvo al muchacho, y me encargaré de que sea formado por el ilustrísimo conde.

   —Mi señor, ¿cuándo decís que os quedasteis aquí atrapado?

   —La pasada víspera.
   Bjurten se rascó el vello facial asomando en la barbilla.
   —Si la bocha no me falla, hace dos lunas un heraldo enviado por el conde llegó a la baronía; y pegó voces avisando de la llegada de un asesino crimerio en el territorio. Por eso el barón fue escoltado al norte. —Dio unos pasos atrás—. Según mis barbas lleváis más tiempo que yo aquí. El mensaje ya ha sido entregado. ¿Quién sois?
   Handel desenfundo su acero.

   —Pareces un buen hombre, Bjurten...
   —He aquí un reflejo de la inmunda naturaleza humana. —La voz provenía de la bestia astada que se materializaba delante de ellos—. Egoístas —graznó como un buitre—. Conflictivos.
   Ambos hombres se sobresaltaron al oír a Rashca.
   —¡He visto el fin de la guerra en el espejo! —dijo Handel—. ¡Liberadme, bestia!
   —¡Escoria crimeria! —injurió el mercader, escupiendo a los pies de Handel—. ¡Bellaco, hijo de mil padres!

   —Vos, hombre —empezó el druida de ojos lechosos—, os preguntabais qué sucede cuando alguien osa engañar a Rashca.

   Cubrió la cara del sureño con sus manazas y lo estrelló contra el peñasco, chillando de forma estridente como un jabalí enfurecido.

   Los gritos de Handel fueron ahogados por las palmas del enorme druida, mientras sentía una rigidez avanzando por sus extremidades. Poco a poco la carne se convertía en piedra.
   La bestia volvió la cabeza olfateando el aire, en busca del mercader que lo observaba boquiabierto.
   —¡Rashca lo ve todo! —empezó entre risas que sonaban como graznidos de aves carroñeras—. Rashca os ha engañado. No hay ningún espejo.

Las puertas de piedraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora