Kimberly lo tomó nuevamente en su mano derecha y lo observó detenidamente, el colgante era extraño; estaba finamente tallado, las serpientes de un color más oscuro que el resto como simulando movimiento alrededor del rostro, dando una impresión un tanto aterradora de la Gorgona, incluso los dientes y la lengua eran visibles, su expresión era increíble. Cuando estaba por girarla para ver el dorso, le pareció que la mujer sonreía suavemente, enfocó mejor su vista y se dijo que era imposible. Al voltearlo notó una inscripción: "1540, Italia". «Vaya coincidencia» pensó y se dirigió a su madre para mostrarle su nueva adquisición.

—Pues nos vamos a Italia —canturreó la chica dándole un fuerte abrazo a la mujer que feliz se lo devolvió.

—Salimos mañana, ya tengo los boletos, así que tienes que darte prisa para hacer las maletas —respondió fingiendo timidez por haberse adelantado. Su hija ni siquiera le contestó, la conocía perfectamente. Usaba cualquier tipo de artimañas para lograr lo que quería de ella.

Tomaron su vuelo hacia Florencia donde debían recoger las llaves y harían una escala en Fráncfort, donde se quedarían hasta el siguiente día para luego llegar a su destino.

Ya en el hotel, se encontraron con la sorpresa que las llaves habían sido entregadas en recepción junto a una nota, avisándoles que un auto estaría listo a primera hora para llevarlas al Castello Delle Quattro Torra, como se hacía llamar el lugar.

—Vaya eficiencia —le dijo sorprendida Kimberly a su madre quien no supo que contestar.

Descansaron del largo viaje y justo a las siete de la mañana, el teléfono de la habitación sonó, les informaron que ya les esperaban.

—¿A esto le llamas vacaciones mamá? ¡Espero que ese libro valga la pena! —dijo Kimberly arrastrándose hacia el baño. Acción que causó la burla de su madre.

—Si no te acostaras tan tarde leyendo, estarías más descansada. ¡Pensé que el viaje te había agotado lo suficiente, pero no fue así! —gritó sin escuchar respuesta, pidió el desayuno para ambas y cuando su hija salió vestida no pudo evitar notar que llevaba el colgante que le regaló.

—¿En serio te gusta Kim? Ahora que lo observo mejor, es muy extraño. Creo que lo devolveré —soltó haciendo un gesto de reproche al verlo en el pecho de su hija.

—¡No mamá, a mí me encanta! —respondió cubriéndolo con su mano y acercándose a ella para desayunar.

Bajaron después de unos minutos. Un hombre joven y atractivo, vestido con un traje negro y lentes de sol se puso de pie al verlas. Se presentó como Franco Piazzo, quien las llevaría a su destino.

Tomó sus maletas y las condujo al estacionamiento. Al llegar, Franco abrió la puerta trasera para que entraran, pero Olivia se apresuró a decir que Kimberly viajaría como copiloto porque ella necesitaba espacio atrás.

La chica se dio cuenta de la molestia del hombre pero no dijo nada. Cuando ella se acercó a él para subir, el muchacho se quitó los lentes y su mirada turbada fue de sus ojos al colgante un par de veces.

—¿Te gusta? —preguntó la chica tomando el camafeo con su mano y acercándoselo.

—No deberías usar objetos de los cuales no sabes nada —contestó cortante y alejándose de ella como si tuviese una enfermedad.

Kimberly sonrió y cuando él se acomodó en su asiento no pudo evitar decir: —Franco para ser tan joven eres muy amargado. Cuéntame sobre el castillo, no tuve tiempo de investigar nada, mi madre... —dijo señalando el asiento trasero—, me sobornó con el camafeo para venir.

Ella quería hacerlo sonreír, mostrarse amigable. Pero en lugar de eso, él frunció las cejas y respondió hosco: —Es un castillo histórico del siglo catorce, perteneció a la familia Cinughi de Pazzi. Por su ubicación tuvo un papel militar importante en la defensa de la República de Siena durante la guerra contra los españoles y los florentinos y a partir de...

—No te pido la versión para turistas —cortó Kimberly sonriendo. Pero la actitud del chico no cambió por lo que prefirió ignorarlo y sacó su libro para terminar de leerlo. Cuando ella iba a colocarse los audífonos él la interrumpió.

—¿Qué lees? ¿Es de tu madre? —preguntó cambiando el tono a uno más afable.

—Es un libro policiaco, mi madre escribe misterio. ¿Qué te gusta leer? —respondió animada de poder conversar.

—Mis gustos son un tanto... eclécticos, se podría decir que leo lo que caiga a mis manos —dijo sin vergüenza y riendo después de ver la expresión de horror de la chica. Al instante, ella lo acompañó riendo también.

—Bien Kimberly, tomando en cuenta tus gustos literarios puedo decirte que se cuentan muchas leyendas acerca del castillo y su factor común son las almas en pena que deambulan por el lugar.

—Detente, no me cuentes eso —pidió en un susurro—. ¡Ay no!, ahora no voy a poder dormir.

—Pero supuse que... Lo siento, solo bromeaba —Esbozó una sonrisa que en nada convenció a Kimberly.

—No me gusta el terror ni nada de esas cosas. Me gustan los libros de investigación, que hablan de las hipótesis de un delito perpetrado por personas, no de entes ni lo que se le parezca —dijo poniéndose nerviosa. El cuello le picaba y de manera inconsciente tomó el camafeo en sus manos y al verlo, notó espantada que la mujer en él sonreía de manera horripilante. Cerró sus ojos con el corazón latiéndole velozmente lo vio de nuevo y nada. El camafeo tenía la misma expresión de siempre.

—Bueno pues a mí me parece peor, pero cada quien con sus gustos —contestó divertido por la reacción de la joven, sin percatarse de los nervios que se habían apoderado de ella y continuó: —El castillo se encuentra en la cima de una colina, tiene vistas espectaculares, rodeado de viñedos y olivos. Su nombre, se debe a sus cuatro torres, tiene un foso de jardín con un diseño geométrico impresionante. —Hizo sonreír a Kimberly con la descripción.

—¿Por qué lo venden? —cuestionó extrañada.

—Supongo que los dueños actuales ya son mayores para hacerse cargo y hasta hace poco funcionaba como un pequeño hotel.

—Qué llamativo concepto.

—Estamos cerca —anunció el chico.

Kimberly observó su cambio de expresión abrupta, él borró su sonrisa y oprimió el volante con fuerza. Ella trató de ignorarlo, tomaron un desvío de tierra y por varios minutos una imponente imagen tomaba todo el paisaje, era realmente impresionante.

Llegaron hasta la entrada, era como viajar en el tiempo. Las mujeres observaron silenciosas el enorme lugar y el joven abrió sus puertas invitándolas a traspasar el portal de entrada en forma de arco. Kimberly admiraba la altura de los techos y las diferentes gradas que convergían en un patio interior, cuando sus ojos se desviaron hacia una silueta que había en una de las tantas ventanas.

—¿Quien más se hospeda aquí? —le preguntó a Franco.

—Nadie más que ustedes, a excepción de la nana Elena que vendrá dos veces por semana. A menos que la necesiten por más tiempo, será su decisión.

Justo en ese momento, una mujer mayor y de paso lento se acercaba a ellos secándose las manos en un delantal y saludando amablemente. Con rapidez, ella fijó su mirada en la ventana, «es imposible que bajara tan rápido» se dijo sorprendida y un tanto nerviosa.

El joven saludó a la mujer con mucho cariño y las presentó. Pero cuando ésta vio ala joven, la miró con temor y giró hacia Franco hablando nerviosa en italiano, tan rápido que no entendió nada excepto "Bianca, mazmorra".La respuesta de Franco totalmente inaudible la dejó más alterada. Miró a su madre,pero ella estaba más interesada en admirar la vista que en lo que sucedía frente a ellas. La mujer volteó nuevamente hacia ella, le dio la mano fingiendo tranquilidad, sin poder evitar el temblor en sus manos. Cuando la anciana retomó el camino de donde había salido, se persignó. 

El CamafeoWhere stories live. Discover now