Capítulo 11

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Sólo se escuchaba el ruido de sus pisadas en la noche, entremezclado con el canto de algunos insectos y animales nocturnos. Caminó hasta el establo y empujó suavemente la puerta, Avena estaba con la montura colocada tal como ella lo había dejado. Lo acarició con ternura, tomó sus riendas y comenzó a tirar suavemente del animal para que saliera del lugar. Una vez fuera puso su pie en uno de los estribos, se agarró de la montura y se propulsó hacia arriba, pasó la pierna hacia el otro lado y se acomodó. Realmente montar de lado era incómodo, así estaba mil veces mejor, sonrió satisfecha. Tiró un poquito de las riendas y entonces tomó conciencia: era libre, la brisa de la noche acariciaba su cara, había logrado su propósito en escapar y por ahora todo iba perfecto. Pero había un problema: no sabía dónde ir. Miró hacia el frente, la oscuridad inmensa de la noche lo cubría todo. Hizo un ruido con su boca y guió a Avena hacia la pequeña arboleda donde había estado con Philippe esa mañana.

*-*-*-*-*-

—Apúrate hija. La señorita Ana ya debe estar despierta y tú llevas horas dando vueltas con esa bandeja —Marta regañaba a su hija en la cocina mientras la muchacha colocaba distraídamente en la bandeja de plata el usual desayuno. Suspiró hondo.

—Voy madre, ya voy —Tomó la bandeja con cuidado y salió de la cocina como todas las mañanas, aunque sabía lo que encontraría.

Tocó la puerta y esperó unos segundos, obviamente nadie respondió ni nada se movió dentro. Volvió a tocar y luego accionó el picaporte. Todo estaba exactamente igual que la noche anterior, cuando ella le había ayudado a huir. Llenó sus pulmones de aire y luego exhaló. Caminó rápidamente hasta la sala donde los señores desayunaban en compañía de Philippe. No le resultó difícil mostrarse nerviosa.

—Señora, Señor, disculpen —Carraspeó y tragó saliva —La señorita Ana no está en su habitación y la cama está hecha. No ha dormido en la casa. —Su voz sonaba entrecortada y hablaba demasiado rápido por los nervios. Podía sentir sus manos resbalosas por la transpiración y los latidos de su corazón la aturdían. Los tres se levantaron de sus asientos y la miraron.

—¡¿Qué?! —exclamó don Carlos exaltado —¡Oh Dios mío! Ya sabía yo que esa niña no podía mantenerse tranquila. Rápido Clara, envía llamar a Andrés.

—Sí señor, enseguida.

Clara salió por la puerta principal, miró hacia el cielo y rogó a Dios que la señorita se encontrara bien. Su consciencia la acusaba constantemente, si algo llegara a pasarle a Ana nunca podría perdonarse el haberla ayudado. Caminó silenciosa en dirección al establo y en mitad de camino se encontró con el muchacho que tenía la cara pálida de horror.

—Avena no está —anunció nervioso; pasaba sus manos abiertas por la cara y estrujaba su ropa. —Van a matarme, han robado el caballo de la señorita Ana y mis días en esta casa están contados.

—Tranquilo Andrés, no perderás tu trabajo. Ella tampoco está en la casa, es probable que se haya ido con él. El señor Carlos te llama, tranquilízate, pareces loco.

—¿Te has visto la cara tú? Parece que no duermes en días. —Lo miró enfadada, tenía razón, la noche anterior no había pegado un ojo, pero su aspecto la ayudaba a parecer inocente.

La casa completa era un caos, todos corrían de un lado a otro. Claudia estaba sentada en uno de los sofás de la sala siendo abanicada por Clara; estaba pálida y con los ojos desorbitados. Carlos mandó a Andrés y a Pablo, otro de los empleados, a recorrer los terrenos para ver si encontraban algo. Él mismo iría hasta la ciudad y buscaría allí a Ana con ayuda de Cristian. Encomendó a Claudia que lo acompañara para que ella pudiera conversar con algunas mujeres de familias amigas y saber si alguien tenía noticias. Philippe iría con ellos. Maldijo por lo bajo cuando recordó que Cristian había tomado prestado el carruaje de la familia, pero mandó a Andrés a preparar tres caballos. Philippe tomó a Arthur.

AnaDove le storie prendono vita. Scoprilo ora