Capítulo 1 "Primeros días con ella"

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El perdedor

Capítulo I "Primeros días con ella"

Lo único que me importaba en ese momento de mi vida era derrotar a Kakarotto. Él ya se había lucido suficiente en el planeta Namek, convirtiéndose en el legendario súper saiyajin, humillando por completo al príncipe de la más fuerte raza guerrera, un soldado de clase alta, a mí, el gran Vegeta.

Claro, siempre hay asuntos de menos importancia, cosas domésticas. Y es que con la muerte de Freezer no tenía a dónde ir, así que, en cierta manera, fue un alivio que esa vulgar terrícola me ofreciera quedarme en su casa. El lugar era bastante amplio y cómodo, con suficiente comida, pero lleno de sujetos verdes refugiados sin hogar. Mi atención sólo debía centrarse en la llegada de Kakarotto. Pero ese infeliz siempre se salía con la suya, y no fue una excepción cuando trataron de traerlo con las esferas del dragón desde el espacio: él, creyéndose tan superior, dijo que regresaría por sus propios medios. Pero "¿Qué se cree este insecto?", fue mi primer pensamiento ante semejante arrogancia del estúpido. Entonces recordé que el viejo padre de la terrícola tenía en su patio una nave espacial, y no dudé ni un instante en tomarla prestada y salir al espacio profundo a buscar al imbécil ese que todos llaman Gokú.

Estuve fuera un tiempo y regresé a la Tierra en un mal momento; justo ese mismo día a Freezer se le ocurrió aparecer aquí. Y claro, está un poco demás hablar de la vergüenza que esa tonta humana me hizo pasar con aquella camisa rosa de "bad man". Sí, ella, la gritona humana del cabello celeste que, como favor, puso a lavar mi ropa.

Luego vino el miedo y la histeria de la llegada del afeminado rival. No lo voy a negar, creí que ese sería el fin del planeta y del universo, sin embrago, la aparición de ese joven misterioso salvó la situación: se convirtió en súper saiyajin y dejó a todos perplejos, en especial a mí, que siempre creí que sería yo quien se convertiría en aquel legendario guerrero. Ver a ese muchacho asesinarlo sin complicación, en apenas un par de minutos, terminó de convencerme de que debía reivindicarme como luchador y transformarme, por fin, en el hombre más poderoso.

Estábamos contra reloj. En tres años, el día doce de mayo a las diez de la mañana, llegarían dos androides que en la línea temporal del muchacho de cabello lila habían destruido el planeta, llenándolo de caos. Nos habían asesinado a todos, contó Piccolo, excepto a Kakarotto, quien murió de una enfermedad al corazón, "estúpido y debilucho Kakarotto", pensé. Así que lo único que quedaba por hacer era entrenar, para no morir en esa batalla y, en lo personal, alcanzar el nivel del súper saiyajin. Decidí mudarme a la casa de la terrícola vulgar, pues allí contaban con la tecnología necesaria para el funcionamiento de una cámara de gravedad, como la de la nave que llevó a la sabandija a Namek.

El problema fue que pronto la situación comenzó a tornarse confusa.

Para no faltar a la verdad, narraré las cosas tal como fueron, sin eufemismos. Me quedé en la casa de la terrícola con el único propósito de volverme fuerte y tener un techo donde dormir y comer. Pero claro, tampoco soy de piedra, soy un hombre que como todos tiene sus necesidades. Por más que entrenar agotaba mis energías, estaba muy solo. Por supuesto, estoy acostumbrado a la soledad, pero como buen pirata espacial, en alguna que otra ocasión había tenido la compañía nocturna de alguna mujer. Volvamos al punto: en la Tierra yo no me dedicaba a buscar sexo, sólo quería entrenar. Pero apareció ella, paseándose por su jardín con camisetas ajustadas de gran escote y shorts demasiado cortos. Por más que pensaba que era una muchacha desvergonzada, no podía evitar mirarla de vez en cuando. El problema fue que cada vez se fue haciendo más frecuente, no me di cuenta cómo, y de pronto ya no podía quitarle los ojos de encima. Hasta que, después de tanta mirada evidente, ella me descubrió.

—¿Qué tanto me ves? —me preguntó, desafiante.

—No tengo porqué mirarte —contesté, sin mirarla.

—¿Acaso crees que no me doy cuenta de la cara de degenerado con la que me miras?

—¿Qué voy a verte a ti, humana tonta? Si te vistes como una... como una...

—¿Cómo una qué?

—Como una prostituta.

—¿Cómo te atreves a hablarme así?

—Pues es tu culpa, tú te andas mostrando como si estuvieras a la venta...

—Claro que no, además, esta es mi casa, puedo andar desnuda si se me da la gana —contestó.

Fue inevitable que, mentalmente, me hiciera la pregunta ¿Cómo se vería desnuda? La observé, con expresión pensativa, tratando de imaginar. Ella me observó, confundida.

—¿Qué tanto piensas? —me preguntó.

—No, nada —respondí, ensimismado.

—Ya no me sigas molestando, porque tengo novio, y si me vuelves a mirar así, le diré que te dé tu merecido.

Exacto, ella tenía novio, esa cucaracha llamada Yamcha. Siempre me reía de él, pero en esa ocasión no pude hacerlo de inmediato; en mi mente, seguí formulándome interrogantes ¿Qué le veía una mujer como ella a un insecto como ese? De seguro no era más que un tipo afortunado.

—Sí, claro, ese inútil me dará mi merecido —reí.

—Pues ese inútil puede mirar y tocar este cuerpo tanto como quiera —dijo, con arrogancia.

—Cómo si eso a mí me importara —contesté.

—Al parecer sí te importa... —insinuó.

—No seas estúpida, ni tú ni este maldito planeta me interesan en lo más mínimo, haz lo que quieras. Y por mí no te preocupes, jamás me rebajaría a mezclarme contigo —sentencié, orgulloso.

Salí caminando en dirección a la cámara de gravedad, sintiendo la furia que emanaba de esa terrícola. Por favor ¿Yo, el príncipe de la raza guerrera saiyajin, interesado en una vulgar terrícola? Antes que eso tendría que perder mi orgullo o ser amigo de Kakarotto. Definitivamente, ambas opciones eran imposibles. 

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