Capítulo 1.

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Amar es arriesgarse a que no le quieran.

Esperar es arriesgarse a sentir dolor.

Intentar es arriesgarse a fracasar.

Pero hay que arriesgarse.

Porque lo más peligroso en esta vida es no arriesgar nada.

Leo Buscaglia. 

Caracas, Venezuela. 1987.

Aún no podía creer que estuviera en un autobús con destino a la capital. Todo este asunto me parecía tan irreal que pensé que estaba soñando. Cuando estudiaba en la universidad viví cinco largos años en Caracas, pero apenas me gradué no lo pensé dos veces para volver a Puerto la Cruz, mi ciudad natal.

¿Quién iba a sospechar que sólo un año después, una novata como yo conseguiría el puesto de gerente en una editorial conocida en mi país? Fue cuestión de suerte, aunque la verdad yo no creo en esas cosas.

Recuerdo que había llegado a casa, después de una agotadora semana en la que intenté encontrar empleo sin éxito alguno. Incluso una de las entrevistas fue una especie de burla, en la que insistieron en lo novata que era como para trabajar en un periódico. Me senté en el sofá color azul claro de la sala junto a un hombre regordete, con abundante cabello gris, bigote y lentes de lectura, quién me recibió con una gran sonrisa.

-¡Felicidades hija, conseguiste el empleo!- dijo, mostrando una hoja blanca con algo escrito muy formalmente.- Lo recibí por fax esta mañana.-

-¿Cómo? Pero, si yo aún no se nada de periodismo serio, sólo envié mi currículum para ver si tenía suerte (o más bien, como una broma hacia la editorial)- dije, quitándole el papel de las manos a mi papá, incrédula por la noticia.

-Tuviste suerte, Rosita. Tu mamá estaría muy orgullosa de ti- dijo, y su sonrisa se transformó en una línea triste.

Mi madre había muerto hace cinco años, justo cuando yo estaba empezando mi carrera en la universidad. El cáncer se la llevó demasiado pronto, dejando a mi papá, a mi hermana menor y a mi totalmente devastados. Pero mi papá nos sacó adelante, cumplió ambos papeles y nos hizo unas mujeres de bien. Estaba tan orgullosa de él, que no tenía palabras para expresarlo.

-Y tú también debes estarlo - le dije, para subirle los ánimos.- Vamos, dale un abrazo a tu hija, la gerente- Sonreí, y lo mejor de todo, logré hacerle sonreir de nuevo.

Nos dimos un abrazo, y al separarnos, mi hermana menor entró a la pequeña sala.

-Hola, por si no lo han notado, ya estoy aquí- dijo Celeste, con su eterno sarcasmo.

-Hola hermana, te tengo una noticia.- dije, sonriendo y mostrandole el papel.

-¿Es buena o mala?- dijo, sin siquiera mirar lo que le había entregado.

Para ser una niña hermosa, Celeste era una persona muy seca y sarcástica. Con el cabello castaño y de ojos grandes y avellanados, podía hacerse pasar por la chica más agradable del mundo. Pero ella era todo lo contrario.

-Lee el papel, Celeste- le dije, ya un poco seria. Me molestaba su actitud.

Lo leyó, e increíblemente su cara mostró sorpresa.

-Vaya, que suerte tienes Rosita- dijo, algo soprendida- Estoy orgullosa de ti ¿En dónde es ese nuevo trabajo tuyo?- preguntó, volviendo a su tono habitual mientras me entregaba la hoja.

-Dice en el papel que la editorial queda en San Antonio. Eso está en Caracas ¿no?- pregunté. Era algo ignorante en Geografía.

-¡No! eso es un pueblo CERCA de Caracas. Ahí no hay nada de interesante- me respondió Celeste, divertida.

-Cállate. Seguramente construyeron la nueva sede en ese lugar porque Caracas está llena de edificios.-

-Bueno, puede ser. Es una buena razón, la verdad.- respondió mi papá, queriendo hacerme sentir mejor.

-Entonces, ¿acepto irme a ser una gerente en un pueblo, o me quedo aquí y soy una Don Nadie?- Me lo dije a mi misma.

-Tu decides, en la vida a veces se toman decisiones que pueden cambiar la vida drásticamente, sólo debes saber aprovecharlas.- Mi papá tenía razón en eso, y sabía precisamente cual era mi decisión.

-Me voy a San Antonio.- dije, poniendo punto y final a mis dudas. Sabía que esto cambiaría mi vida, pero tenía que afrontarlo.

Sol Durmiente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora