Final

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-¿Qué es esto Jared? -dijo riendo, claramente nerviosa mientras miraba a su alrededor. Sonreí al ver lo preciosa que estaba.

Traía el cabello rizado, y pequeñas flores blancas se posaban sobre él. Como había dicho Delia, el vestido le quedaba perfecto. Era blanco, la falda, de distintas telas translúcidas se abría como si de un cuento de hadas se tratara. Sobre los hombros, una delgada tela hacía de tirantes, y en su cintura brillaba una cinta negra, que se convertía en un enorme lazo en su espalda. 

Sus pestañas estaban ligeramente retocadas, y en sus labios brillaba un labial sutil. Sus mejillas estaban coloradas, pero estaba seguro de que eso era natural. Nunca la había visto más hermosa.

Miré a mi amiga que sonreía, con lágrimas en los ojos, pero prefirió dejarnos solos, y subirse al auto en el que habían llegado.

-¿Te gusta? -pregunté tendiéndole la mano.

-¡Es precioso! Nunca la habíamos visto de noche. -dijo admirando la Torre.

-Imaginé que te gustaría. Estás muy guapa. -se sonrojó, pero rió sin vergüenza.

-Tú no estás mal, estoy muy contenta de que te hayas dado un baño por fin. -reímos-. ¿Qué es todo esto? -miré a mis zapatos, que brillaban bajo las luces blancas que decoraban nuestro paisaje.

Le sonreí, y sonreí más al ver que ella también lo hacía.

-Sé que no hemos tenido buenos momentos, -comencé- y lamento mucho no haberte podido sacar de ahí antes. -desde que habíamos salido, no habíamos hablado de Clemence. Hace unas horas, estaba desesperado, emocionado, frustrado, triste, enojado. Pero ahora, las palabras salían con fuerza de mis labios.- Lamento todo por lo que te he hecho pasar, sé que no he sido la mejor persona con la que pasar, bueno, el resto de tu vida. -Fue cuando rompió a llorar, llevándose una mano a la boca y negando con la cabeza, sin embargo, no se atrevía a soltar mi mano.- No te imaginas cuán feliz estoy de haberte conocido... ¡ah!, también lamento haberte comprado la ropa equivocada, -conseguí que se riera por encima de las lágrimas- pero es que pensaba que aún eras una niña. Mi niña. No quería aceptar que hayas crecido, no quería pensar en que llegara el momento en el que un hombre viniera a buscarte en casa, y te arrancara de mis brazos. No quería perderte. -respiré, tomando más fuerza que aire-. Pero aquí estamos, y no he sido más feliz en mi vida de lo que soy ahora mirándote aquí, agradecido de tu existencia. -Gabriela sonreía y lloraba, reía y gemía de dolor. Me arrodillé y entonces supo lo que pasaba. Hasta entonces no lo había imaginado.- Gabriela, ¿te casarías conmigo?

Después de unos preocupantes segundos de haberse quedado sin aire cayó de rodillas frente a mí, y lloró dando alaridos en mis brazos.

-¡Claro que quiero Jared! -gritó, fue cuando la separé de mi pecho y deslicé el delgado anillo de plata en su dedo anular. Tenía un diamante muy pequeño incrustado.

-Yo... yo lo compré porque me pareció perfecto para ti, no era ni mucho ni poco...

-¡Me encanta! -me abrazó, con los ojos hinchados y la nariz más roja que nunca.

-¡Me alegro tanto! -dije.


Llevábamos abrazados por más tiempo del que puedo recordar, sin que el silencio molestara a ninguno de nosotros, pero de pronto habló.

-¿Jared?

-¿Mmm? -dije aún sin despegarme.

-¿Vas a besarme? -se me erizó el pelo de la nuca.

-Si tú quieres. -respondí nervioso, había pensado en todo para que fuera perfecto... en todo menos en esto.

-Sino no es una boda de verdad, ¿o sí? -ella sonaba confundida también, me miró, con los brazos en mi cuello.

-De acuerdo. -miraba directo a mis ojos...a mi alma. Cerró los ojos cuando estuvo segura de que quería hacerlo, y juntó los labios esperando que yo haga el resto.

La admiré por un momento. Una lágrima se deslizó por mi mejilla y junté los labios. Me acerqué lentamente, y deje caer un beso sobre su frente. Escuché su risa, leve, muy levemente, como si estuviera muy lejos de mí. Cuando me separé, sus ojos ya no lloraban.

-Ahora si es una boda de verdad. -dijo en un susurro. Me di cuenta de que sus brazos caían sobre mis codos, y que su espalda no estaba tan recta como siempre. Lo supe, pero no dije nada, ella no necesitaba que alguien se lo recalcara.

La recosté sobre mi hombro, y abracé su frío y blanco cuerpo. Nunca había tocado algo tan frío. Le puse mi chaqueta encima, pero no ayudó en nada.

-¿Ja...red? -dijo y casi no pude escucharla.

-¿Sí? -respondí tratando de que mi voz no temblara. 

-¿Me... cuentas una... historia? -preguntó. Respiré profundamente, moviendo mi cara para quitar las lágrimas sin que se diera cuenta.

-Había una vez, -comencé, haciendo uso de tanta fuerza que me creí quebrar-. una pequeña princesa. Era muy bonita. -mire su rostro, sonreía con la mirada perdida-. Conoció a un hombre, y juntos tuvieron muchas aventuras, -sentí que el agarre de su mano se aflojaba- al final, vivieron felices por siempre, recorriendo el mundo y los lugares que a ella más le gustaban. Dormían en una cama de flores, ella era muy feliz, cuando salían a jugar, el aire movía su cabello, y bailaban hasta caer cansados. -su respiración era cada vez más imperceptible- Eran muy felices, y así, vivieron hasta el final de la eternidad. -solté dándome cuenta de que no era un cuento, sino recuerdos los que salían de mi boca; mis recuerdos, y lo que deseaba para ella. Una vida perfecta.

-Gra...cias. -dijo de pronto.

Dejé de sentir el leve subir y bajar de su pecho. Su cabeza, cayó para adelante, y cuando traté de levantarla, toqué un hilo de sangre que descendía por su boca. Cerré con cuidado sus ojos, ya sin brillo, la recosté sobre mis piernas. La miré, y me di cuenta de que las ojeras se notaban más esta vez, de que las mejillas casi no tenían carne y de que, como por arte de magia, se había demacrado todo lo que su enfermedad demandaba en estos últimos segundos.

Me dejé caer sobre su pecho, con los puños tan cerrados que dolían.

-¡Mierda! -logré decir entre sollozos-. ¡Mierda! -recordé que le prometí nunca más decir malas palabras.- Mier...da... -lloré respirando por última vez el olor de su cabello.- ¡MIERDA! -solté cuando caí en cuenta de que la había perdido.



El último sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora