Capitulo 30 - 12 CHICOS LOBOS

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Caminaron en silencio, mientras el cielo comenzaba pintarse lila hacia las primeras luces del día. Miraba a Nick de reojo, y sentía como él hacía lo mismo cuando ella volvía la vista al frente. Sabía que tenían que hablar de aquello.

- Me... mentiste. – fue lo único que salió de la boca de Erika.

Nick se paró en seco, evitando su mirada. Ella se quedó quieta, esperando a lo que sea que él fuera a decir. El chico la miró, sus mejillas estaban aún un poco sonrojadas por la forma en la que se había alterado hacia un rato, pero fuera de eso, seguía siendo el mismo chico de siempre. Dulce e inofensivo, aunque solo lo pareciera.

- Ángel, yo...

- ¿Por qué? Nick... - lo miró confundida – Yo siempre pensé en ti como alguien que nunca podría lastimarme... ¿Por qué me mentiste?

- Él es... - se detuvo y suspiró – era mi hermano, tenía que hacerlo.

- Esa parte la entiendo, Nick, pero lo que no entiendo es el por qué actuaste como si no supieras nada, todos ustedes, jugaron con nosotros, conmigo... Si lo ayudaron ¡está bien! Pero no debieron de avernos engañado...

- Tenía que mentir, no había otra opción.

- ¿De qué hablas? – negó dolida.

- Era la única forma de que me permitieras estar cerca de ti. Si hubieras sabido... me hubieras alejado.

- ¡Claro que lo hubiera hecho! ¿Sabes por qué? Porque es lo correcto. Tú sabías lo que él me hizo, ¿y aun así escogiste su lado?

- No podía soportar la idea de estar lejos de ti, de que no me dejaras verte, y me odiaras...

- Estoy en mi derecho de hacerlo, Nick.

- Sólo tú me humanizas, me acercas a la realidad, me conviertes en... persona.

La voz del chico era casi suplicante, sus profundos ojos negros estaban inquietos, recorriendo cada centímetro de su rostro como si intentara memorizar cada rasgo antes de que se esfumara de la nada.

- Nick, yo... no puedo.

El chico se mordió el labio inferior y miró sus zapatos sobre la densa nieve. Miraba en cualquier dirección que no fueran los ojos de Erika. Una sola lágrima corrió por su mejilla pero él la limpió de inmediato.

- Hay que seguir. – dijo en un susurro entrecortado.

Erika lo siguió, y por el resto del camino ninguno dijo nada. Pensó que era mejor así. Después de todo, ya no sabía en que forma pensar de Nick.

Cuando alcanzó a divisar la madriguera a la distancia se detuvo, y Nick hizo lo mismo al percatarse.

- ¿Qué pasa? – preguntó confundido.

- No creo que sea conveniente que te acerques tanto, baja a Simón, yo esperaré a que alguien salga o simplemente esperare a que despierte.

- ¿Por qué no puedo avanzar más?

- A ninguno de los chicos le agradas, sólo a Simón y no está en condiciones de ayudarte si algo sale mal. Cuando despierten y se den cuenta que no estamos, enloquecerán, y si te relacionan con nuestra desaparición no sé qué tanto puedan hacer. Solo estoy previniendo.

Nick la miró en silencio, sus ojos estaban llenos de arrepentimiento y frustración, pero también calma, sabía que no la haría cambiar de opinión.

- De acuerdo. – bajó a Simón de sus hombros y lo recostó suavemente sobre la nieve, mientras Erika se arrodillaba a su lado. Nick se arrodilló también.

- Creo que deberías irte.

- Ángel, por favor...

- Hablo en serio, si alguien sale...

- Lo sé, lo sé. – dijo con frustración – Sólo quiero pedirte perdón.

- Una sola palabra contra demasiadas acciones. – susurró sin mirarlo.

El chico intentó hacerla mirarlo a los ojos, posando su mano bajo la barbilla de Erika para girar su cara, pero ella se apartó.

- No evites mi mirada, entiende que yo no puedo renunciar a ti.

Sintió como se le hacía un nudo en la garganta. Quería mirarlo, quería abrazarlo y hundir su cara en su chaqueta impregnada de su aroma como en los viejos tiempos, pero sabía que ya nada volvería a ser como antes, no después de aquella noche.

- Solo vete... - logró articular antes de que se le cortara la voz.

Se negaba a seguir llorando frente a todos, estaba cansada de ser tan débil, tan sumisa, se odiaba por ello y necesitaba cambiar, por lo que se negó a mirar a Nick mientras éste se levantaba en silencio, suspiraba y comenzaba a alejarse. Escucho sus pasos en la nieve hasta que se volvieron inaudibles y por fin levantó la mirada, pero no miró atrás, sino a la madriguera, donde escuchó a alguien salir.

Baco salió, cerró los ojos y comenzó a estirarse. Aún era muy temprano, el sol no había salido por completo, por lo que dedujo que se estaba preparando para una caminata matutina.

Lo observó en silencio. Por alguna extraña razón, una sensación de paz le recorrió el cuerpo al ver una persona tan familiar, actuando de una manera tan cotidiana, dando a entender que todo estaba bien en su mundo. Era como beber un té caliente después de una tormenta de nieve, absurdamente acogedor y adictivo.

Pero su momento de paz no duró mucho tiempo, cuando Baco abrió los ojos, lo primero que estos captaron fue a Erika arrodillada en la nieve sobre el cuerpo de Simón. Vio como la tranquilidad desaparecía de su rostro mientras corría a toda velocidad en dirección a ellos.

En cuanto llegó se arrodilló junto a ella, la miró y le sostuvo la cara entre las manos, observándola agitado, asegurándose que estuviera bien. Como no vio ninguna herida en ella lo suficientemente obvia como para necesitar toda su atención, se pasó inmediatamente a Simón, quien tenía la nariz roja del frío que hacía. Imagino que la de ella debería de estar igual, pero no le importó, ya nada le importaba.

Baco buscaba con desesperación el pulso del chico en su cuello, muñeca y hasta en el mismo pecho. Mientras todo esto sucedía justo frente a ella, Erika entró en una especie de transe donde simplemente era una espectadora anónima de la realidad.

El chico pasó su pulgar por el hilo de sangre seca que salía de la frente de Simón. Erika podía ver como los labios de Baco se movían con desesperación, estaba diciendo algo, seguramente hasta estaba gritando, pero ella no podía oírlo.

De pronto, Baco la observó más detenidamente, y volvió a sostener su rostro entre sus manos. Sintió frustración al no poder escuchar lo que Baco con tanta desesperación le estaba gritando, pero comenzó a ver borroso, y a sudar en frío.

Fue entonces cuando la duda la asaltó. ¿Acaso Jim si había alcanzado a morderla? Con todo lo que había pasado no lograba recordarlo. Todo fue demasiado rápido y en muy poco tiempo.

Intentó tocar su cuello, donde Jim había presionado los dientes para ver si podía sentir alguna marca o lo que fuera, pero la mano le pesaba tanto que simplemente no pudo levantarla.

Sintió como los parpados se le cerraban y con el último aliento de energía que le quedaba, dejó caer la cabeza sobre el hombro de Baco y le susurró al oído.

- Lo siento...

12 CHICOS LOBOS ©Onde histórias criam vida. Descubra agora