VII

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Ella me daba la mano y no hacía falta más. Me alcanzaba para sentir que era bien acogido. Más que besarla, más que acostarnos juntos, más que ninguna otra cosa. Ella me daba la mano y eso era amor.

Mario Benedetti, La tregua.




Nacho mira el reloj de su muñeca, son las nueve y media de la noche. Abre la puerta de la parroquia y entra dentro, dirigiéndose a la sacristía a grandes pasos. En el interior de una pequeña sala repleta de libros, Vicente le hace una señal con la mano para que espere, al tiempo que despide a alguien con quien habla por teléfono.

—Sí, de acuerdo, mañana nos vemos. Un abrazo —finaliza Vicente.

—¿Qué sucede, Vicente? —pregunta Nacho—, tengo varias llamadas tuyas.

—Tranquilo, hermano, no pasa nada malo —contesta  el sacerdote con una divertida sonrisa—. Estaba pensando. ¿Has vuelto a ver a la muchacha aquella de la que me hablaste? Lucía, la chica que conociste en el autobús. 

—No —contesta, tajante—. Prefiero no hablar de eso, Vicente, hoy ha sido un día duro y estoy deseando llegar a casa. Dime qué necesitas.

—Voy a pedirte un favor muy importante, hermano. Verás, esta tarde he estado charlando con una joven encantadora,  es increíble cómo el Señor mueve los hilos para llevar a cabo su plan.

—¡Padre Vicente, no empieces! —suelta Nacho, negando con la cabeza—. ¡Nada de citas, nada de chicas!

Desde que le había contado que no había vuelto a ver a la chica de la parada, Vicente había insistido mucho en que debía olvidarla. Nacho lo intenta pero es incapaz. No puede.

—No es eso, hermano. Dios se ha empeñado en ti, quiere que seas feliz —insiste.

—Vicente, llegas tarde, créeme —responde Nacho, apoyando la mano sobre su hombro—. Eso ya lo sé.

—¡Ay, pero hay algo que tú no sabes! Son las diez menos cuarto... —cabila el sacerdote abriendo los ojos como platos—. Si me doy prisa, ¡llego!

—¿Prisa para qué, Vicente?

—Ten fe, hermano, ten fe —contesta, el sacerdote cerrando la cremallera de su abrigo con rapidez—. ¡Espera aquí, por favor, vuelvo enseguida!

—Pero... ¡Vicente!

Con la boca abierta, Nacho lo observa desaparecer tras la puerta de la parroquia. «Algo trama», piensa frunciendo el ceño.

Jamás se imaginaría, lo que su hermano está a punto de hacer por él.

Siempre a la misma horaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora