Pinceladas de alegría

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       Tomé mi cámara fotográfica riéndome de las muecas tan tontas que hacía mi pelirroja.

       —¡No quiero más fotos! —chilló cuando sintió el primer flash, para luego salir corriendo con una sonrisa que le abarcaba toda la cara.

       La perseguí por toda la plaza sin importarme que la gente se nos quedara viendo; era feliz, y en ese momento era lo único que me importaba.

       Se escondió detrás de una estatua tratando de que no la viera, claramente fue un intento fallido. Pero, para darle más diversión, rondé cerca llamándola.

       Luego, me acerqué silenciosamente a su escondite, ajusté el foco de la cámara y salté quedando en frente de ella.

       —¡Di whisky! —exclamé al momento de presionar el botón para la foto.

       Ella trató de mirarme molesta pero el brillo de sus ojos la delataba.

       —Tonta —me reclamó con una sonrisa. Pasó sus brazos por mi cuello, entrelazando sus manos en mi cabello y posando sus labios sobre los míos—. Te quiero —añadió luego del beso.

       —No más que yo. —Tomé una de sus manos y le guiñé el ojo.

       Guardé la cámara y caminamos hasta un puesto de helados. La vi sonreír de oreja a oreja cuando tuvo su gran helado de chocolate en la mano (nunca entendería su amor por el chocolate); me fijé cómo sus ojos verdes azulados, tal cual un mar tranquilo, brillaban como si ella no hubiese sido más feliz en su vida, y eso me hizo sentir dichosa.

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