Prólogo

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Era una mañana como otra cualquiera, el sol brillaba, una chica pelirroja se dirige a su instituto, en sus auriculares suena su música favorita, y en sus manos lleva el libro de su escritor preferido, desde su punto de vista, Scott, aunque sea joven, es el mejor. Camina con ojeras después de haberse pasado toda la noche en el aeropuerto despidiendo a su hermana mayor, Dana, que se iba a estudiar derecho al extranjero, o de eso habían intentado convencerla. Aunque son hermanas de distintos padres, siempre se han tenido un cariño fraternal, pasando por alto el hecho de que no hay lazos de sangre, cogieron confianza la una de la otra en un breve período de tiempo.

Ella, no se imagina, que el destino ese día, tenía un hueco en su agenda para hacer de las suyas, es increíble contemplar como el azar juega con nosotros, un solo movimiento y cambia nuestro rumbo en la dirección contraria. Por eso, la inocente Erika, que es rociada por el agua de un charco se queda perpleja, en ese mismo instante, los auriculares se le caen, permitiéndole contemplar al culpable de que estuviera mojada de los pies a la cabeza.

El susodicho, era un chico rubio de ojos azules muy guapo, una pena que el joven pasara completamente de la pobre Erika, bajándose de su moto y caminando hacia el gimnasio, como si no hubiera pasado nada. Lo que el chico no sabe es que aquella pelirroja era de armas tomar y no iba a permitir que se marchara de rositas.

Erika anonadada se pasa la mano por el pelo y si efectivamente comprueba que estaba empapado. La chica en cuestión se aventura a perseguir a este chico desconocido que caminaba indiferente como si nada de aquello tuviera que ver con él. Posa su mano en el hombro de éste y con valentía le suelta:

—Perdona, ¿tienes ojos?

El rubio extrañado contempla a la chica empapada que tiene cara de pocos amigos delante suya, sin entender nada de lo que pasa le contesta:

—¿Disculpa? Viendo estos ojos tan azules, ¿me haces esa pregunta? Creía que me ibas a pedir el teléfono, lo creas o no me suele pasar a menudo.

La ojiverde le contempla perturbada por su insólita respuesta, así que decide contestarle:

—No sé si habrás notado que me has mojado con tu moto, bueno lo dudo teniendo en cuenta que por lo que acabo de notar solo te preocupas por ti mismo.

Asombrado de que alguien le respondiera por primera vez, el chico se acaricia el pelo con detenimiento, analiza la situación y luego añade:

—¿Sabes quién soy? —su mirada era fría como el hielo, no se apreciaba alma en él, parecía que no había vida en sus ojos, era como si el tiempo no le afectara, lo que producía gran incomodidad en la estática Erika, que se había quedado allí parada sin saber qué decir.

Tras coger valentía, se animó a terminar con aquella conversación:

—No sé quién eres, pero tampoco me importa, yo solo quiero que te disculpes por haberme mojado, solo eso, lo que hagas con tu vida después me da igual.

El chico le respondió como si fuera evidente:

—Mi nombre es Ares Milner, eso es todo lo que te hace falta escuchar, sobran las explicaciones.

Nuestro rubio prepotente, camina y se marcha sin despedirse, dejando a una Erika muy frustrada y con la palabra en la boca. En ese momento se promete y prohíbe que jamás se enamorara de alguien tan egoísta y narcisista como el tal Ares.

En ocasiones, nos hace falta dar la vuelta a nuestro mundo, ver las cosas desde otra perspectiva, para darnos cuenta de que nuestra vida no es tan perfecta como nosotros creíamos, nos hace replantearnos todo lo que pensábamos y conocíamos. Un cambio y ya nada es igual, solo queda esperar a que las cosas sucedan. Al agitar de aquella forma tan vibrante la vida de Erika, el azar le estaba mandando una señal, que no todo el mundo escucha.

Alea Iacta Est La Suerte Está Echada© [YA EN LIBRERÍAS] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora