Capítulo tres: Un nuevo diagnóstico

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Lo miré fijamente cuando me dio su promesa con una mirada y un tono de voz que estremeció mi corazón.

—No te juzgaré. Si lo deseas, seré tu voz interna con quien puedes hablar sin contenerte. El reflejo en tu espejo a quien le hablas sin censura.

Acababa de conocer a este hombre y sentí que cada una de sus palabras venían directa de su corazón. Ni siquiera sentí eso en todos los meses que Martin me prometió tantas cosas que me decepcionaron al final.

Sonreí agradecida pero aun así dejé que el tiempo corriera en silencio. Mientras tanto, el doctor me veía de vez en tanto y escribía algo en su libreta. No ayudó a relajarme, por el contrario, me sentí más presionada.

Quizás estaba escribiendo que soy desconfiada, que me han dañado tanto que ya no creo en los amables buenos días de las personas.

No estaría alejado de la realidad.

Pasaron veinte minutos cuando suspiró y bajó la pluma.

—No eres nativa, ¿verdad? —me preguntó tomando su taza de café que seguramente ya estaba fría.

—¿Se nota?

—Tu inglés te delata... aun con lo poco que has hablado.

—¿Me delata?

—Sí. Lo hablas perfectamente, tienes acento, pero es muy de la BBC. Te expresas casi como mis abuelos.

Solté una risita sin querer.

—Tiene que ser así. Mis padres y mis abuelos son las únicas personas con las que hablo en inglés. Traté de adquirir algunos modismos modernos de mis conversaciones con mis primos, pero... —Suspiré— nunca he sentido el idioma como mío. ¿Me entiende?

—No, en realidad —respondió escondiendo una sonrisa que también me hizo sonreír—. ¿De dónde eres?

—Nací en la ciudad de México. Mis abuelos son ingleses, mi papá nació allá y mi mamá es mexicana.

—¡Ah! Ya entiendo el conflicto... ¿Y qué haces aquí? ¿Reencontrándote con tus raíces?

—No. En realidad, estoy huyendo de... —callé cuando me di cuenta de que el doctor me había llevado por un camino escondido en donde terminaría hablando de mis problemas.

—Sigue —me dijo con tono calmado.

Respiré profundo. Era muy pronto para hablarle de lo que dejé en México, por lo que decidí empezar con el resultado de todo. En este momento, prefería que me creyera loca, que destrozada por un hombre al que amé mucho.

—He tenido visiones de una mujer.

—¿De qué tipo?

—Locas... Muy locas. Del tipo que me llevarían a la hoguera sin dudar. ¡Claro!, si estuviéramos en la era medieval.

—Por suerte no lo estamos —Acompañé a su risita tonta—. Dime lo que ves.

Y sin detenerme, le conté todo lo que me estaba sucediendo: mis visiones y mis deducciones. Me sorprendí de la facilidad con la que ya estaba hablando de mi vida con un extraño; siempre he sido una persona reservada.

El doctor Barnes —me parecía risible el término en alguien tan joven y guapo. Esto ya parecía más un juego de rol sexual— estuvo en silencio, oyendo cada una de mis palabras. Solo de vez en cuando rompía con su pose quieta para tomar algunas notas en su libreta que descansaba sobre su regazo.

Después de un largo tiempo, volví a exhalar profundo para dar así por terminado mí relato.

—Bien... ¿Estoy loca o no? —pregunté para llamar su atención con mi sonrisa tonta.

Expiación (Novela extendida)Onde as histórias ganham vida. Descobre agora