7. El mediador del bien y el mal

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—¿Qué es lo que te pasa? —le preguntó inquieto a la chica, frunciendo el ceño por el repentino cambio de actitud.

—Él, él es... —Apenas si pudo hablar. Sus ojos se aguaron en lágrimas, reflejando pavor por estar en el mismo espacio con ese sujeto que había terminado su interludio musical con dramatismo, para luego reparar en los recién llegados.

—Los estaba esperando hace rato —comentó el anfitrión quien se levantó de su asiento, moviéndose con total delicadeza.

Su voz era profunda, con un acento elegante, parecía ser alguien de la alta alcurnia. Vestía un esmoquin negro, camisa blanca con encajes en las mangas y un corbatín amarillento con varios nudos, muy llamativo. Sus ojos algo rasgados volvían su mirada penetrante además del color ambarino de su iris. Su cabello blanquecino parecía una maraña hecha nido de pájaros junto con su espesa barba que aún tenía unos hilos negros. Sus facciones bien marcadas por las arrugas y su imponente contextura, era algo a considerar si de enfrentarlo se hablara, pero no era sólo eso lo que tenía a la pobre muchacha queriendo huir de allí.

Desde que ese señor habló, Caleb no le perdió de vista, siempre fue receloso, atento ante cualquier irregularidad, sobre todo por la reacción de la chica a sus espaldas quien enseguida llamó la atención de aquel viejo.

—Mi nombre es Abraham en este plano terrenal. —Enmudeció por un momento viendo con una expresión de extrañeza la delgada figura de Hazel quien se refugiaba tras el robusto cuerpo de Caleb. Luego abrió los ojos de par en par y sonrió en amplitud—. Pero vaya sorpresa. —Avanzó lento hacía ellos, su sonrisa se volvió siniestra y su mirada inquisidora—. La has entrenado bien, Fergal —enunció sin dejar de reparar en ella.

Continuó, mandando siendo imperceptible, las manos hacia adelante moviendo los dedos, en un amago de querer acortar la distancia que los separaba, anhelando llegar a ella, sin embargo el metro ochenta que media el serio sujeto de cabellera rojiza, obstaculizó su camino, deteniendo sus pasos haciendo que le dedicara una tajante mirada.

—Y éste debe ser el Nigromante —espetó el viejo, contemplándolo con repudio de pies a cabeza quien no se inmutó.

Fue como en una inspección, Abraham lo detalló, desde sus ojos disfrazados con unos lentes de contacto, hasta la tensión en cada uno de sus músculos. Sonrió siendo sarcástico y dio media vuelta, juntó sus manos, entrecruzándolas con delicadeza; fingió qué nada había pasado. Fergal por estar concentrado en su primer mentor, no percibió nada fuera de lo normal, era como si estuviera maravillado por estar en la misma habitación con ese sujeto.

—Su visita —habló esta vez dirigiéndose a depurador de piel morena—, desde que me llamaste, ha sido un gran misterio para mí, no he podido averiguar con certeza cuál fue su afán de viajar ante mí, desafiándome, y admito que me intriga.

En todo el tiempo que lo conoció, Caleb no vio a Fergal mostrar tanto respeto a una persona. El depurador conocido como Archer agachó un poco la cabeza, como una ligera venia hacia Abraham quien le palmeó el hombro. Luego alzó la vista del suelo y sonrió de forma forzada, se notaba lo encrespado que estaba, la astucia de Caleb lo llevó a una conclusión; no habían ido solo por la espada.

—Puedo saber, ¿a qué han venido? —indagó, arqueando la ceja, esta vez parándose de medio lado para ver hacia el Nigromante y luego Fergal.

Como una orden dada, el moreno se dirigió al piano y sobre la madera pulida del instrumento descargó la maleta que llevaba a cuestas y la abrió, sacando la reluciente arma de su interior. Abraham se acercó con impaciencia y al apreciar el objeto sonrió mostrando sus dientes torcidos y descuidados, expresión que le dio cierto asco a Hazel y mala espina a Caleb.

Nigromante - Depuradores de Almas ©Where stories live. Discover now