4. Un extraño llamativo

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Tal como lo ordenó Fergal, a eso de las seis de la mañana del siguiente día, Hazel se preparó para viajar. El problema fue que al momento de ir por Caleb a su habitación, mandada por su mentor, no lo encontró; obviamente le disgustó saber eso, se la pasó durante todo el trayecto —mientras iban a la terminal de autobuses del pueblo— echando maldiciones y hablando mal del Nigromante a quien catalogó de ahí en más como cobarde.

El viaje para ir al aeropuerto internacional, desde el pueblo hasta la capital del país, había durado unas tres horas. Estando allí, intentaron compraron los tiquetes, pero por ser temporada de vacaciones no encontraron.

Mientras Fergal hacía peripecias para hallar un jodido vuelo directo a Inglaterra, Hazel se encargó de cuidar los bolsos, sentada al filo de un asiento. Cabizbaja, miraba el vaivén de sus pies mientras cavilaba en lo que haría al pasar por el cordón de seguridad con las maletas, ya que en una de ellas estaba la espada que tanto resguardaban. Por otro lado pensaba en Caleb; ¿a dónde rayos se había largado? Esperaba que por lo menos estuviera bien.

Suspiró pesadamente, decidió no echar cabeza más en ello, a leguas se notaba que el hombre se las podía arreglar solo, lo mejor era que se concentrara en lo que sucedería cuando fueran a visitar al importante sujeto que les daría información sobre La espada del Espíritu.

En parte estaba emocionada, por fin conocería otra parte que no fuera el pueblo lejos de la cabaña en la que vivía junto con Fergal, luego de años de haber migrado de su lugar de origen a ese país que poco conocía, debido a que su mentor no le permitía salir.

Sonrió para sí misma y estiró las piernas sintiéndose libre al fin, o por lo menos en ese instante. Poco conocía del mundo, así como volar, puesto que su llegada a ese sitio fue por tierra. Quedó también preocupada por las amenazas que enfrentarían por esa espada, pero confiaba que saldría todo bien.

Se recostó en su asiento, cerrando los ojos, su espalda traqueó por la incómoda posición al estar horas, sentada en la misma posición. Sintió la relajación hacer de las suyas, aguardando que su mentor llegara para poder irse.

—¿Me puedo sentar? —preguntó alguien, la voz de aquella persona era imponente pero a la vez amable.

Hazel frunció el entrecejo y pronto abrió los ojos. Ante ella había un tipo alto, delgado, de tez trigueña y ojos cafés cautivadores, su cabello negro desordenado y su ropa informal lo hacían ver bien presentado, como para ir a una entrevista de trabajo. Ella no frecuentaba mucho con las personas, sólo lo necesario, al hablar con hombres, en especial con tipos como el atractivo espécimen que tenía enfrente, se sintió cohibida.

Al no obtener respuesta sino asombro en su rostro, acompañado de un evidente silencio de parte de la chica, el apuesto sujeto subió las cejas, esperando que con ese gesto Hazel le concediera lo pedido. Ella al percatarse de que no se trataba de un sueño, asintió repetidas veces. Con carisma él sonrió ante su actitud.

—Entonces, ¿podrías por favor quitar tu bolso? —consultó a lo cual la chica miró el asiento al lado izquierdo.

Pronto quitó su mochila, dejándolo libre, el hombre se sentó enseguida, poniendo en el suelo su equipaje que parecía que iba a estallar de tantas cosas que llevaba en él. Desviando la mirada, esperando que por algún lado apareciera Fergal, la castaña trató de ignorarlo mientras que él, no hacía sino observarla.

—¿Eres extranjera? ¿Estás de paso o vas a vacacionar? —preguntó, siendo amable.

Escuchar su voz le provocó un cierto cosquilleo en la nuca y en la boca del estómago, no sabía por qué la ponía así. Sí, era atractivo, pero no para que se pusiera nerviosa.

Nigromante - Depuradores de Almas ©Where stories live. Discover now