Los Hijos del Tiempo 2 - El Origen de La Vida

Prólogo

El Nacimiento de Helen

Nícolas estaba en su cuarto durmiendo, soñando con aventuras espaciales, cuando Zara gritó, despertándole. Le dio un codazo tan fuerte que él, asustado, casi cayó de la cama. Se levantó alborozado, aún sin saber si vivía un sueño o la realidad, creyendo que estaban siendo atacados. Pero algo muy asustador le esperaba cuando Zara llamó su atención, diciendo:

— ¡Nick, la bolsa se ha roto! Ya es la hora.

— ¿Cómo? ¿Finalmente está ocurriendo? — Pensó él.

Nícolas salió como un loco, golpeándose con el tirador de la puerta, arañándose el brazo y atropellándolo todo por el camino. ¿Pero quién dijo que él tenía tiempo de sentir dolor? Se cambió rápidamente de ropa, mientras Zara se arreglaba lentamente. Cogió la bolsa preparada para aquel momento, llena de ropitas color de rosa y llevó a su mujer al coche.

Entraron en el vehículo y el joven se sentó al volante. Por un momento, Nícolas se quedó paralizado, intentando encajar las ideas en el lugar. Zara le miró, espantada. La cabeza de él estaba en una confusión. Ella estaba segura de que Nick no sabía lo que hacer.

— ¿Entonces, que hago yo ahora? — comenzó él a repetir, desesperado.

— ¡Calma, Nick! Parece que estás más nervioso que yo. ¡Respira conmigo, vamos despacio! — Ella empezó a respirar con calma y Nícolas la acompañó. Parecía, incluso, que el muchacho es el que iba a dar a luz. — Ahora llévame al hospital — dijo Zara, intentando tranquilizarle.

Como si finalmente entendiese lo que estaba ocurriendo, Salió de allí chirriando los neumáticos. Se desviaba de los automóviles, apretaba la bocina y giraba en las curvas casi a la velocidad de la luz. Zara se olvidó hasta del dolor que sentía con el inicio de las contracciones, ya que en aquel momento su mayor preocupación era con el modo de conducir de Nícolas.

— ¡Nick! Quiero llegar viva al hospital.

— ¡No te preocupes! Prometo que iré más despacio.

Por fin, llegaron a la maternidad y ella pudo respirar aliviada.

Enseguida en la entrada, Zara fue colocada en una silla de ruedas y llevada a la sala de partos. Nícolas se quedó afuera, esperando. Era el Muchacho de las Estrellas, no de la sangre fría. Sabía que si entrase con ella, en algún momento se desmayaría por allí. Pero no se quedó solo mucho tiempo. Lorena, Merko y Sophia llegaron enseguida.

Todos aguardaban, mordiéndose las uñas, cuando algunas horas después el médico apareció en el recibidor. Así que Nícolas le vio, casi saltó a su cuello.

— ¿Usted es el padre del bebé?

Él asintió, atónito, esperando a lo que vendría en la secuencia.

— ¡Enhorabuena, su hija acaba de nacer, con tres kilos, trescientos gramos y con mucha salud!

No había espacio para contener la sonrisa de Nícolas y saltó hacia su madre, dándole un abrazo apretado.

— ¡Mamá, soy padre...! ¡¿Imaginas que maravilla?!

— ¡Felicidades hijo mío! Y yo he ganado una nietecita.

Merko se acercó a él y le abrazó, así como Sophia, que se aproximó con una sonrisa alegre, amando la idea de ser tía.

El médico invito al muchacho a entrar por la puerta que él sujetaba y el joven rápidamente entró en el pasillo que llevaba al quirófano. Una enfermera abrió la puerta y Nícolas, emocionado, dio de cara con su hija que estaba acostada al lado de su madre.

Era lindísima, de rostro rojizo y regordeta. Con los ojitos cerrados, tenía un lacito rosa envolviéndole la cabeza, que las enfermeras le habían colocado como adorno. Nícolas besó a Zara en la frente y ambos se quedaron con los ojos húmedos, mirando a la bebé, las manitas de la pequeña agarrando el dedo del padre que, sumergido en aquel momento de felicidad, empezó a recordar de cómo llegaron hasta allí. Un flashback pasó por la cabeza del muchacho con los acontecimientos de meses atrás, así que salieron del planeta Vida.

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