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Fidel me deja en la puerta de mi casa tras la promesa de que nos veremos el lunes en la escuela. Un beso de despedida, un te quiero de su parte, y ahora estoy girando la perilla para entrar a la oscura sala.

El sonido de trastes sonando en la cocina hace que mis hombros se relajen. Ni siquiera sabía que estaba tensa, pero si mi papá está en la cocina significa que se halla bien y no debo temer. Camino hasta detenerme en el umbral del cuarto y frunzo el ceño al encontrarlo de pie con la vista perdida y usando una camisa arrugada que en sus días fue blanca.

Si no lo conociera, diría que ha ido a buscar trabajo. Parece haberse querido vestir formal, presentable, pero su ropa arrugada y manchada solo la hace lucir desaliñado. Si tengo razón y salió en busca de trabajo así, entonces no hay probabilidades de que lo vayan a llamar para contratarlo. Y si él lo sabe...

—Hola, pá.

Gira sobre sus talones ante el sonido de mi voz y trago saliva al ver sus ojos inyectados en sangre. Parece molesto. Claro que sabe que no van a llamarlo.

—Se han acabado las cervezas —dice con sencillez.

Tengo que reprimir el impulso de poner los ojos en blanco. Apenas ayer le he comprado un cartón de bebida y ya no le queda ninguna. No debería sorprenderme, pero lo hace. Parece que mis expectativas de él, por más bajas que sean, siguen siendo demasiado altas.

—Ya no tenemos dinero —contesto en voz baja. Tal vez si hablo en susurros no se moleste tanto, tal vez así no escuche, tal vez el impacto sea menor, tal vez...

Se gira con deliberada lentitud hacia el refrigerador y lo abre, escaneando el interior con calma, como si de alguna manera una lata de cerveza pudiera aparecer por arte de magia.

Muerdo mis labios cuando lo veo fruncir el ceño. Algo que he notado estos últimos días es que la tristeza de mi padre por la pérdida de mamá, ha menguado. Sin embargo, cada vez más a menudo lo encuentro molesto. Por las facturas, por su hermana, por sus hijos, porque no hay suficiente cerveza en el mundo para hacerlo feliz...

Cuando azota la puerta del refrigerador para cerrarlo pego un pequeño salto involuntario. Lo veo tambalearse y patear una lata vacía a sus pies.

—Para nada sirve esta familia —masculla entre dientes.

La forma en que las palabras salen enredadas de su boca me indica está ebrio, pero al parecer no lo suficiente como para apaciguar su molestia. Ahora despotrica contra algo que no existe, algo que hace mucho tiempo desapareció.

—¿Cuál familia? —cuestiono dolida, de repente sintiéndome al borde de las lágrimas—. La única que teníamos te encargaste de destruirla.

Aprieto los puños cerrados a mis costados cuando la última palabra sale rota. Mis ojos arden, se humedecen, y muy pronto me encuentro secando mis mejillas con furia. Sé que no debería culparlo solo a él, no es todo su culpa, pero no puedo evitarlo. Ahora yo también estoy molesta.

El rostro de mi padre se tuerce con disgusto al escucharme y se acerca a mí en un par de pasos tambaleantes.

—No digas eso —pide tomándome por los hombros.

—Solo digo la verdad. Desde que supimos que mamá iba a morir... —Da un paso atrás como si le hubiera propinado un golpe, pero no me detengo de seguir hablando—. Desde que ella comenzó a derrumbarse, esta familia también lo hizo. Cuando ella murió, cuando nos dejó... —Me interrumpo cuando un sollozo sale de mi pecho y las lágrimas comienzan a caer sin control—. Cuando se fue Diego ya no estaba, ¿recuerdas?. Tú y él vivían peleándose y no aguantó convivir más tiempo contigo. Ni siquiera volvió para el funeral de mamá.

»Te convertiste en un borracho egoísta al que solo le interesaba su dolor. ¡Me quedé completamente sola! Me quedé sin madre, sin padre, sin hermano. ¡Ni siquiera tenía amigos! —grito, dejando escapar todo lo que tengo dentro por primera vez en muchos años. Su rostro está oscuro por la furia y el dolor, pero yo no puedo parar ahora; no cuando he encontrado el valor para decirle lo que he pensado durante mucho tiempo—. No tenía a nadie, ¿sabes? Y me refugié en la única atención que me brindaban, el único cariño que recibía: el de los chicos. —Río seca, decepcionada de mí misma—. Tu hija se volvió una zorra.

Antes de que pueda procesar lo que ha pasado, mi cabeza gira con rapidez hacia un lado. Mi mejilla arde, mi cuerpo tiembla y todo está en silencio.

Por primera vez en toda mi vida, mi papá me ha pegado.

Me llevo la mano al rostro enrojecido y miro a mi padre con sorpresa, con dolor. Él no parece haberse dado cuenta de lo que ha hecho o tal vez solo sea que no se arrepiente. Sus ojos vidriosos están fijos en su palma abierta y enrojecida, como si no pudiera encontrar la razón por la cual arde. Porque debe arderle, debe doler.

A mí me duele. Me duele el rostro y el alma. Me duele la vida. Algo se ha terminado de romper en mí.

—Lo que me faltaba —carcajeo sin humor. Mi voz parece despertar a mi padre del letargo en el que estaba sumido, porque parpadea un par de veces y me mira. Nada en su semblante me dice cómo se siente.

—Hija...

—Jódete. Me largo de aquí.

Giro sobre mis talones y salgo de la cocina de vuelta a la puerta principal. Solo llevo mi celular y cincuenta pesos encima. Espero que sea suficiente para pasar la noche fuera, porque no pienso volver a dormir aquí por nada del mundo. Mi papá me ha perdido para siempre. El único padre que tenía se ha encargado de que comience a detestarlo. No puedo odiarlo, pero le guardo rencor. Por quitarme mi niñez, mi familia, mi amor por él. Le guardo rencor y no sé si algún día pueda perdonarlo.

Vuelvo a llorar sin poder evitarlo. ¿Ahora qué voy a hacer? Abro la puerta sin saber la respuesta y salgo a la fresca noche pensando en que no puede ser peor. Sus pasos se oyen detrás de mí y luego su grito demandante rompe la calma.

—¡Kealani, vuelve dentro! —exige. Yo niego con ferocidad.

—¡No! —grito encarándolo. Lloro con más fuerza, llena de dolor y un sentimiento de pérdida—. ¡Ojalá te hubieras ido tú en lugar de ella! —digo para lastimarlo.

Me arrepiento en cuanto las amargas palabras escapan de mis labios. Veo su rostro descomponerse, pero no me quedo ni pido perdón. No puedo.

Giro sobre mis talones y comienzo a correr lejos de casa. Justo ahora solo hay una persona a la que quiero ver. Él único que me puede comprender, consolar y, con su presencia, curar.

Este capítulo va dedicado para una escritora de la plataforma que falleció en el terremoto de Ecuador. Solo quince años tenía, muchos sueños y toda una vida por delante y, aunque no la conocía, me duele en el alma que ella y su mamá hayan perecido.

QEPD Ahitana Ponce (ahitanaponcesantana) ♥

Besos que curan [ADL #2] ✔Where stories live. Discover now