Capítulo 1

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David miró la hora en su teléfono móvil, eran casi las doce de la noche, sintió un deseo irrefrenable de escuchar su voz, y solo la llamó.

Tuuuuuuuuuu... tuuuuuuuuu... tuuuuuuuuu...

«No contesta... tal vez Ingrid ya está dormida», pensó él, al ver que llevaba varios tonos y ninguna respuesta.

«El usuario al que llama no contesta»...

—¡Qué mala suerte! —masculló. Con algo de brusquedad apretó el aparato y por accidente volvió a marcar—. ¡Mierda, la voy a despertar!

Iba a cancelar el llamado pero escuchó la voz de ella que saludaba desde el otro lado de la línea, el pulso de David se comenzó a acelerar contento y emocionado.

—Hola, amor, ¿cómo estás? —saludó un poco nervioso, pero con una sonrisa en los labios.

—Bien, mi chanchito, ya me iba a acostar. —Bostezó ella sonoramente—. ¿Todo bien?

—Sí... —Suspiró profundamente—, solo... es que te echo mucho de menos. Quería escucharte.

—¡Ay, chanchito!, pero si nos vimos ayer. No puedes ser tan mamón. —Ingrid en el instante en que soltó esa oración se dio cuenta de que estaba metiendo la pata hasta el fondo—. Dime eso cuando hayan pasado más de tres días. Aún te siento entre mis piernas —explicó y dio una risita coqueta para enmendar su error.

David sintió una punzada de vergüenza, se quedó con la sensación inicial de la crítica sin importar lo que ella dijo después. Ingrid tenía una increíble facilidad de hacerle sentir de esa manera. «Pero no lo hace a propósito, solo es un poco fría», justificaba él para no darle más vueltas al asunto. Ya no importaba, ni siquiera tomó en cuenta el comentario erótico de ella. Ahora ya no ansiaba tanto oír la voz de Ingrid.

Ambos quedaron en silencio por un par de segundos que se volvieron dos siglos. David iba a romper el incómodo hielo pero no hallaba qué decir...

—¡Delivery! —Fue el llamado desde el interior de local que lo trajo de vuelta a la realidad. Él se sintió un poco aliviado, tenía la excusa perfecta para huir de lo que sentía.

—Me llaman para un reparto... me debo ir, Ingrid. Te amo. Descansa —se despidió apresurado.

—Yo también, cuídate. ¡Chauuuu!

Fin del llamado.

Era la medianoche de un viernes en Santiago, la hora punta para las entregas de pizzas a domicilio en la ciudad. David es repartidor de noche, motoboy de entrega de correspondencia rápida la mitad del día y estudiante de ingeniería en construcción lo que restaba de la jornada. En resumidas cuentas, sus días son largos, extenuantes y llenos de actividad. ¡Ah! y también agreguémosle que intenta por todos los medios mantener una relación amorosa con Ingrid, a la cual con suerte ve un par de veces a la semana. Se podría decir que se llevan bastante bien, pero a David le gustaría estar más tiempo con ella, sentía que no era suficiente lo que le entregaba a la mujer que amaba, pero ella en realidad era de carácter práctico y no se hacía problemas por la falta de tiempo, trabajaba a jornada completa como asistente gerencia de una importante inmobiliaria, así que sus horarios para compartir con David también eran reducidos.

—Son dos pizzas, una hawaiana, y la otra, mmm.... Está borroso aquí... ¡Ajá! doble queso y pepperoni. Colón 455, departamento 505, La Cisterna. —David memorizaba la información que leía del recibo para hacerse la imagen mental del mapa del sector. Conocía cada recoveco de la zona de reparto de la pizzería como si se tratara de la palma de su mano, llegar ahí sería pan comido.

Se montó en su motocicleta, «La Marilyn», ella era su mayor tesoro, y a la vez su más fiel herramienta de trabajo. Era económica, no le fallaba nunca y básicamente vivía gran parte del día montado sobre ella.

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