Yesterday.

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Las hojas que Yoko le había entregado estaban amarillentas y desordenadas. 

No podía evitar que el corazón se le hiciera un puño al ver la maltrecha letra de John, las marcas de tinta en los lugares que había presionado en exceso la pluma  y sus característicos garabatos sin sentido al borde de la hoja.

Parecía ayer cuando esa letra era la única que significaba algo para él. La que tomando lugar en sus hojas lo ayudaba a hacer lo que más le gustaba, componer canciones hermosas. La que aparecía en cartas cuando se sentía sobre pasado, con una irónica ternura y una comprensión absoluta. La letra que reconocía como suya, porque pertenecía a la otra mitad de su alma.

Contuvo la respiración un instante, y luego en un arranque de valentía se decidió a leer el contenido de la primera hoja en la pila. Así lo haría con todas. Ya no era un niño, John ya no estaba, y su cobardía había perdido sentido.

Había llegado el momento de enfrentar sus propios sentimientos, y descubrir que tan parecidos habían sido a los de su amigo. 

Y si realmente tenían algo en común, no se arrepentiría por las equívocas decisiones que había tomado en su vida, si no que sonreiría. Sonreiría porque al menos la sintonía y el ritmo de sus corazones había sido recíproco.  

Y porque la sensación espiritual de ser como una sola persona no había sido solo cosa de uno. 

Tomó la hoja entre sus manos y pronunció las primeras palabras: 

"Querido Paul:

Otro día más mis pensamientos van hacía ti. 

Otra página más que no leerás y sin embargo no puedo dejar de escribir.

Eres un idiota. "¿Por qué?".  Imaginó que te preguntarías si leyeras esa afirmación, y

probablemente te sentirías ofendido, aunque en el fondo sabrías que 

estoy en lo correcto".

Una sonrisa se extendió en sus labios. No solo el no había cambiado nada con los años, si no que John lo había conocido a la perfección desde el primer instante.

"En fin, debería contestarte el porque de tu idiotez. 

Hoy fui muy claro contigo con respecto a Jane, y sin embargo

no notaste el trasfondo de mis palabras. Pensaste que

estaba celoso, porque quería acostarme con ella. 

No podías estar más equivocado. Aunque no me sorprende, sueles equivocarte

muy a menudo. Demasiado a menudo a mi parecer. 

Te enojaste conmigo, y frunciste el ceño intentando parecer 

enojado. Tu cara de bebé se vio tan ridícula".

Había el garabato de un árbol debajo de  la palabra bebé, y varias líneas cubriendo una frase en un claro intento porque resultase ilegible. 

Luego, una nueva fecha. 

Seguramente alguien lo había interrumpido y no había terminado su descargó. 



Dear Paul... (McLennon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora