Capítulo 5 (segunda parte)

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Afuera, los árboles se habían teñido ya de tonos marrones y naranjas, los jardineros no daban abasto para acumular la hojarasca que crujía bajo sus pies, el aire fresco del otoño se le coló bajo el vestido y la hizo estremecer.

Bridget siguió caminando rumbo a su plaza favorita, que tenía una fuente de la que apenas discurría un chorrito de piedra en piedra y cuyo sonido era reconfortante: el lugar ideal para la lectura. A los pocos pasos se topó con la presencia indeseable de Elisa Bandier, la visitante humana, acompañada por un hombre con porte militar y gafas. Podía tratarse de su padre o algún guardaespaldas traído de su planeta.

Instintivamente ocultó el libro tras la espalda y avanzó con disimulo. Luego concluyó que a esa distancia la humana a lo sumo se percataría que traía algo rojo en brazos, pero no apreciaría los detalles.

Elisa era bonita, según los estándares de su especie. De piel aceitunada, ojos almendrados y cabello oscuro. Lástima de su carácter ufano y frívolo. Paty Obrien, siempre tan analítica, sostenía la teoría de que como única extranjera de su especie en el palacio, su comportamiento era debido a que se sentía sola. Annie, por el contrario, se lo atribuía a que envidiaba lo único que jamás podría tener: alas. 

Bridget le obsequiaba miradas furtivas, mientras ponía distancia de por medio, cuando una sombra pasó en su vista periférica y sintió el tirón en las manos.

—¡Hey! — gritó volteando. Algo o alguien le había arrancado el libro y…

El enorme animal, del tamaño de un potrillo, hizo un alto, dio varias vueltas sobre sus patas traseras como si quisiera retarla, apretó el libro rojo entre sus fauces y desapareció con él entre los arbustos.

—¡Detente! —gritó Bridget mientras corría tras él entre los árboles. Era una cría de goldulp: un mamífero nativo de su planeta. El ejemplar en cuestión todavía tenía el pelaje blanco y la nariz chata, propios de los cachorros, pero su larga cola puntiaguda ya alcanzaba los tres metros—. Detente, por favor.

No supo de dónde sacó fuerzas para seguir corriendo, creía que en cualquier momento iba a caer rendida a la mitad del pasto. La persecución continuó por una avenida bordeada con arbustos, pasaron la última plaza de flores y entraron al bosque en dirección al lago.

—¡Alto!

El goldulp tomó un camino hacia el norte y subió una pequeña colina poco transitable. En ese paraje las raíces de los árboles obstruían el paso y las frondosas copas de hojas rojas dejaban el camino en una penumbra sanguínea. Varias veces estuvo cerca de sujetar su cola, pero el cachorro viraba repentinamente y su mano se cerraba vacía en el aire. Estaba a punto de atraparlo, cuando el goldulp se metió entre unos matojos.

«No deberían permitir visitantes con mascotas», gruñó. Se decía que los goldulps solo distinguían tres colores, uno de ellos era el rojo. 

—Pequeño dragón peludo… ¡Te atraparé!

Se lanzó tras él y de pronto el suelo ya no estaba bajo sus pies.

Gritó al sentir que caía hasta chocar contra el agua helada. Se hundió irremediablemente, sin más fuerzas para continuar. Contuvo la respiración y manoteó buscando la superficie, pero una densa capa de hojas secas bloqueaba la luz y no sabía hacia dónde nadar. El vestido y las botas se convirtieron en pesado lastre. Sus pulmones comenzaron a arder. Pateó más fuerte, negándose a dejarse abrazar por la oscuridad, hasta que agotó su última reserva de oxígeno y supo que iba a ahogarse. 

«Ningún guardia me vio caer, ¿verdad?» 

Naturalmente, si un uniformado hubiera visto a cualquier niña en apuros semejantes acudiría a rescatarla, aun sin saber quién era en verdad.  Era irónico haber pasado toda su vida fingiendo ser otra para mantenerse a salvo y estar a punto de morir por causas atribuibles a la debilidad dejada precisamente por uno de los esfuerzos para conservar el secreto, en el mismo lago al que acudía a nadar durante el verano, porque no era mala nadadora…

Potenkiah, la piedra de la muerteحيث تعيش القصص. اكتشف الآن