III

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Jessica volvió a su escritorio intentando contener las ganas de lanzarse por alguna ventana. Habían pasado una semana desde que se enteró de... su estado, y todavía no tenía fuerzas ni para existir sin dar pena. Era la tercera vez en aquel día que vomitaba y lo odia. Odiaba todo aquello. Se odiaba a sí misma.

Ni siquiera había logrado sentarse bien cuando la puerta de la oficina de su jefe se abrió y este le lanzó una mirada con su eterna expresión de "todo apesta" y aunque aquel día en particular coincidía con él, Jessica sintió ganas de meter la cabeza en algún agujero. No era la mejor semana para soportar sus gritos. Cambiaría los rugidos por los susurros amenazantes sin pensarlo dos veces, aunque solo fuera por unas horas.

—¿Qué quiere? —Incluso ella misma se sorprendió de su respuesta. Si no se sintiera tan mal, tal vez se hubiera muerto de la vergüenza. Su tono de voz no había sido el más profesional, así que intentó arreglarlo— Es decir... ¿Desea algo?

—Estás pálida —señaló él, como si ella misma no pudiera intuir la gravedad de su estado.

Bueno, no había simpatía en su mirada, pero al menos si había preocupación; esa preocupación que se experimenta cuando te enteras de que tu secretaria está muriendo y debes buscarte a alguien más para torturar.

—Sí, porque estoy enferma. No he podido probar bocado y vomito hasta el agua que otro se toma.

Ese día no le quedaban fuerzas para mantenerse tras la línea del respeto, ni para sentirse amedrentada en su presencia, esas eran cosas que demandaban demasiada concentración y lo único que quería era caer en un sueño profundo y despertar en labor de parto. O morir en algún momento, ya le daba igual. ¿Había alguna diferencia?

Ya habían pasado suficientes días desde que se enteró de su embarazo, bastantes para que sacara el tiempo de hablar con Brett Henderson, o al menos para que tomara una decisión, pero ninguna de esas cosas había pasado, y a la velocidad que iba, tampoco sucedería muy pronto.

Recostó la frente del tope del escritorio y se quedó así unos segundos, pero al parecer Brett no entendió la indirecta, porque se quedó allí de pie, sin darle el espacio que ella estaba pidiéndole a gritos con su lenguaje corporal.

—Vete a tu casa.

Estúpido Brett. Estúpido Brett y sus estúpidas intervenciones. Jess quería marcharse de allí para nunca volver. Evitar para siempre el tener que ver su estúpida y sensual cara de hombre prometido que había dejado un bebé en su interior y lo peor era que ni siquiera podía explicar el por qué no se había levantado corriendo de aquella silla para huir de su presencia.

—Estoy bien, no quiero ir a ningún lugar, me sentiré mejor en un minuto si usted se va a su oficina y me deja sola.

Ella no lo veía, pero pudo sentir las vibraciones de su ira.

»Por favor —agregó. Tal vez se había excedido un poco al echarlo.

—Vas a contagiar a todo el mundo con lo que sea que tengas si te quedas aquí. No quiero que enfermes a los empleados —insistió—. Ve a tu casa y vuelve cuando no seas un riesgo biológico.

Él, siempre tan agradable. Jessica sintió deseos de gritarle que el único que la había contagiado con un embarazo había sido él. Pero gracias a Dios, el sentido común volvió antes de que comenzara a chillar como loca.

—Sí, bueno —murmuró, poniéndose de pie de golpe, molesta. Aunque sin duda esa no fue una buena opción y lo supo cuando la cabeza volvió a darle vuelta—, primero iré al baño.

Y ahora ¿Qué hago? 1 y 2 (Disponible en Amazon)Where stories live. Discover now