Hielo y Fuego

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Yo viví en un tiempo que muchos hubieran envidiado. Una época en dónde no era necesario poner barrotes en las ventanas, nos ensuciábamos con lodo, todos sabíamos el nombre de todos y de todo, porque éramos pocos y teníamos poco. Un tiempo en el que la amistad duraba para siempre y los deseos se volvían realidad.

No éramos hermanos, pero nos tratábamos como tal desde que puedo recordar. Pasábamos los días juntos, y a veces las noches también. Éramos dos almas gemelas y diferentes; de haber sido más adultos, nos habríamos enamorado el uno del otro sin remedio, pero solo éramos unos niños.

En el pueblo nos llamaban "Fuego y Hielo", cuando nos acercábamos al parque de juegos, los demás niños se giraban para vernos y gritaban: «¡Aquí vienen Fuego y Hielo!» Y todos reían y nosotros corríamos tomados de la mano, para reunirnos con nuestros amigos junto al Lago de los deseos. Ahí nadaban los patos y los gansos. Nos colocábamos de espaldas y tirábamos una moneda para pedirle un deseo al lago.

Nos llamaban "Fuego y Hielo", y las viejitas sentadas en sus porches tejiendo y meciéndose, decían que nosotros éramos la única manera en la que el fuego podía vivir con el hielo. Pero había una vieja amargada que vivía sola y estaba casi ciega, pero aún así, decía que podía sentir el frío y calor que despedíamos al pasar por su casa, como una llama tomada de la mano de un témpano. Y decía, mientras le daba una calada a su cigarro, que tarde o temprano uno terminaría con el otro. Ninguno de nosotros le dimos importancia, todos en el pueblo decían que esa vieja desvariaba.

El porque de nuestro apodo era algo que se podía notar a simple vista. Él era pelirrojo, su cabello brillaba y bailaba al viento, despeinado igual que las flamas de una hoguera, disparando destellos carmesíes y naranjas. Sus ojos eran de un castaño brillante y acogedor, los tenía muy grandes y desprendían una calidez que invitaba a los demás a acercarse, como si fueran una chimenea. Sus mejillas, algo regordetas, estaba repletas de pecas sonrosadas, que se movían sin parar cuando hablaba y sonreía de oreja a oreja. Él era igual que una chispa, igual que un fuego artificial, brincaba, corría, saltaba, jugaba y gritaba como si su energía fuera infinita, y cada cosa que tocaba la encendía, la volvía más brillante y más intensa.

Mientras tanto, yo era todo lo contrario. Mi piel era pálida como un armiño, mi cabello de un rubio tan delgado y liso, que parecían hebras de tela de araña que se mecían perezosamente con el viento, de un color platinado. Mis ojos eran pequeños y estaban un poco hundidos, y eran azules y fríos como dos gotas de agua congelada. Y era tan helada como el invierno. Era tímida y frágil, muy delgada. Mis sonrisas eran discretas y me cansaba jugando, pero no me cansaba de leer o de contar historias, podía pasarme horas sentada contando un cuento maravilloso. Estar conmigo, al contrario que con mi amigo, les producía un adormecimiento, como si se estuvieran preparando para hibernar. Todo lo que yo tocaba lo tranquilizaba, lo enfriaba. Desde peleas, hasta juegos.

A pesar de mis limitaciones, amigos no me faltaron, pero lo más importante era que mi amigo de fuego no me faltara nunca.

Todas las señales comenzaron a darse pocos días antes de que la feria llegara al pueblo, con sus luces de bengala, sus trucos de magia y sus velas de colores. Porque yo aún vivía en un pueblo que se alumbraba con velas y lámparas de aceite.

El invierno llegó, junto con la nieve de cada año. Otro año de invierno y feria para todos.

Mi amigo tocó mi ventana en la noche helada y yo le abrí para que entrara a mi cuarto. Solía venir en las noches, cuando sus padres peleaban, cosa que hacían muy seguido últimamente, como yo sabía debido a sus constantes visitas nocturnas. Visitas que me preocupaban, debido a que el clima se hacía cada vez más y más frío, preparándonos para lo que probablemente sería el invierno más crudo de todos, incluso para mi cuerpo de copo de nieve. Ahora me pregunto, de haber sido más adultos, ¿Le hubiera dado más de mí que una simple casa de sabanas en el suelo de madera y una lámpara de aceite para hacer sombras con las manos?

14 Días de San ValentínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora