Capítulo 2: Regla número cuatro

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―Deja de hacerte la víctima y ven acá. Te presentaré a...

―No necesito que me presentes a quien carajos se te ocurra.

Él no estaba en sus cinco sentidos y yo no tenía el humor suficiente para aguantar las idioteces que decía. Lo golpeé con un dedo y traté de insultarlo, pero de mis labios no salieron palabras. Di media vuelta y caminé cerca del lago. Lo escuché decir tontería y media hasta que su voz se perdió entre el ruido de la música, el aire y los grillos. Me detuve antes de llegar a un viejo muelle y me concentré en el reflejo de la luna sobre el lago mientras me insultaba la voz dentro de mi cabeza.

Había planeado esa fiesta por semanas. Pensé en los barriles de cerveza, los bocadillos, incluso gasté en un Dj con tal de que la fiesta fuera un éxito. Supongo que di por hecho que Jared decía la verdad cuando hablaba del manjar femenino; debí pensar que si se acostaban con él no podrían parecerse en nada a cualquier supermodelo. Ustedes me disculparán, no me refiero a que esas chicas fueran poco atractivas, eran tan bellas como cualquier mujer, solo que estaban tan dispuestas a darme lo que yo quería que no eran dignas de ser la chica 19.

En el último año me había dedicado a ser otro. Me gustaba imitar un acento que no me pertenecía, adoptar costumbres ajenas y fingir tener interés por una u otra linda chica para que me hiciera compañía y me satisficiera tanto como yo quería. Me encantaban los retos. Me fascinaba domar a las mujeres más lindas y dominantes que encontraba; y después de un rato, luego de usarlas tanto como quisiera, volvía a esa casita blanca, donde no importaba quién rayos era.

Pensaba que esa noche encontraría a la chica 19, a esa que me acompañaría durante el verano, la que se iría esa noche conmigo a cualquier motel barato y me juraría amor eterno. Pero los barriles de cerveza empezaban a vaciarse tan rápido como mis expectativas morían. Estaba por irme a ese pequeño departamento que había rentado, pensaba en hacer las maletas y tomar el primer avión a cualquier parte del mundo que tuviera más acción que ese pueblo a medio morir. Y entonces sucedió.

Una fina figura se dibujó en el reflejo del lago. Pensé estar soñando. Crazy de Aerosmith sonaba de fondo y el aire le hacía coro. No despegué los ojos del lago en lo que duró aquella canción. Tuve la sensación de haber vivido eso antes, pero era imposible. Levanté la vista y miré a una linda jovencita que vestía una falda rosa y llevaba el cabello suelto. Desde esa distancia no podía verla bien, pero hubo algo que captó mi atención: se sentó en el muelle y puso los pies en el agua, y como si nada le importara, empezó a moverlos para salpicarse.

—Necesito papel y pluma —dije sintiendo los músculos de las mejillas tensarse en una sonrisa—. Bienvenida seas, chica 19.

Miré el reloj: eran las once con cuarenta y cinco minutos, aún había suficiente luna para nosotros. Me acomodé el cabello y comencé a caminar hacia esa linda y perfecta presa. Caminé sintiendo lo que vendría, el susurro de su piel desnuda rozando la mía. La comencé a saborear y no pude dejar de sonreír. Me importó poco quién era ella, solo deseaba un poco de aquello que me habían prometido. Di los pasos más lentos que jamás di en la vida, quería disfrutar aquel encuentro. Comencé a desvestirla en mi mente y sentí su cuerpo en mis manos; quizás fue esa la razón por la que empecé a sonreír como loco. La madera crujía bajo la suela de mis zapatos negros, pero cada paso sonaba distinto. Tenía la conversación grabada en la memoria, solo debía acercarme y hacer que me mirara con interés... Todo estaba planeado, desde su primera mirada, la primera sonrisa y el primer beso. Sentía qué mi nombre dejaba de ser parte de mí.

Estaba a pocos metros de ella, pero seguía sin voltear, como si no le importara. La vi tan tranquila que no pude decir una sola palabra. Miraba por encima del lago, quizás viendo la luna, tal vez solo con un punto fijo en el horizonte para justificar su silencio. Seguía jugando con los pies en el agua, se salpicaba y sonreía. No pude dejar de verla. Me pregunté dos, tres, cuatro veces por qué ella, por qué esa chica tan común, pero la respuesta se volvía cada vez más obvia a cada segundo: ella era hermosa.

Las reglas del destino (EN EDICIÓN)Where stories live. Discover now