Viernes de Más Recuerdos Lejanos

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Yo retrocedí ante su contacto. Odié que me considerase una niña (y así me había llamado, "niña"), ya quería ser mayor, odiaba todo lo infantil y más viéndole a él, que me parecía un príncipe llegado para rescatarme.

- Es mi hija - la voz de mi padre tronó en la penumbra del vestíbulo. Popov y yo le miramos y él me hizo un gesto, señalando hacia las escaleras - Vuelve a la cama. Ahora.

Había usado el tono Goyri que no admitía réplica, así que obedecí de inmediato. Mientras corría hacia mi habitación, oí a Popov reír suavemente.

- Creo que nunca he tenido mano para los niños - dijo. ¡Claro, de ahí la sensación de déjà vu que me embargó cuando hizo eso mismo con Beatriz! Qué curiosa es la vida...

Nunca más volví a verle y terminé olvidándole. Es obvio que ni siquiera tengo una imagen clara de su rostro, hoy en día; en mi mente sólo es una figura borrosa que camina por el vestíbulo y me sonríe. Si es que recuerdo bien lo sucedido, claro.

Pero será mejor que retome otra vez la línea general de mi relato:

- Y, finalmente, llegó el momento - dijo mi padre, hoy, ya convertido en un anciano y con la mirada perdida en otro tiempo - Una noche, fui a la casa con Adán y el resto del grupo, y nos ocultamos por el jardín...

Dije antes que así me imaginaba a Carmen, viendo la imagen que he elegido para esta entrada, pero también puede servir para visualizar a mi padre, en aquel momento. Encontraron la cadena sujeta con un candado de aspecto amedrentador, pero uno de los hombres lo abrió sin mayor problema. Empujó la reja y entró.

El grupo de Adán empezó de inmediato uno de esos rituales mágicos que él apenas entendía. Mientras, mi padre, caminó por el lugar, iluminándose con una linterna, estudiando la glorieta de piedra blanca, la entrada con su señorial escalera, la impresionante fachada... Reconoció todo por las descripciones de Carmen y también se sintió sobrecogido por la sensación de tiempo, de ruina y pérdida. El jardín era pura espesura desbocada. Había restos de algunas estatuas rotas y la hierba estaba tan alta en algunos puntos que le llegaba a las rodillas.

En la glorieta encontró señales recientes, donde debía haber estado la plataforma metálica.

- Vamos, Salvador - le dijo Adán - Es hora de tomar posiciones. No tardarán en llegar.

- Sí, un momento. Sólo un momento... - pidió él. Con curiosidad, buscó el rincón del sauce y los rosales y se dirigió hacia allí. La vegetación hacía difícil ver algo, pero con ayuda de la linterna y tanteando con el pie descubrió que el suelo formaba algunos montículos bajo los rosales, y que había una grieta, como si el suelo se hubiese abierto por un terremoto. Del agujero surgía apenas una voluta de niebla y algo... Lentamente, se inclinó a olfatear el aire. Jamás había olido algo así. Se apartó con repugnancia.

- Es la brecha - dijo Adán, a su lado.

- Pero, ¿cómo puede estar aquí? - preguntó mi padre. Los Edterran se abren paso a través de brechas, pasos que unen los cementerios con su propio infierno, por decirlo de un modo comprensible. ¿Por qué estaba el paso allí, en aquel inofensivo jardín? Adán abrió la boca para contestar, pero se oyó el ruido de la cadena, en la puerta. Los sectarios llegaban antes de lo esperado. Mi padre apagó la linterna y los dos se movieron rápidamente, para ocultarse en las sombras del jardín.

Supongo que Adán tenía más experiencia en ello. O más magia. Mi padre, no.

Entraron varios hombres y empezaron a montar una plataforma metálica apoyada en la glorieta. Trabajan de forma organizada y eficiente, dando la impresión de que estaban acostumbrados a esa tarea. A saber cuántas veces la habían llevado a cabo. Arrastraron una figura, una mujer que iba tapada con un saco desde la cabeza a la cintura y que debía estar amordazada, porque sólo se oyeron gimoteos sin sentido.

REBECA GOYRI. Asomándome al mundo, por si te veo...Where stories live. Discover now