Sábado de Cartas Sobre la Mesa

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Los polacos llegan a exportar pocas cosas (al menos que yo sepa), pero las que se hacen conocidas son realmente buenas. Pongamos por ejemplo la saga de Geralt de Rivia, de Sapkowski, que nunca me cansaré de recomendar encarecidamente. O este Ciego con hija, de Jan Matejko.

Una imagen que podría ser una metáfora de la vida que viví con mi padre. No es que él se haya dejado nunca conducir por mí, faltaría más, pero sí que estaba ciego a todo. Y yo resignada a todo. Una eterna menor de edad.

Hoy mi padre ha visto la luz, por primera vez, creo. Y mira que la cosa empezó mal, porque tras dos días de retraso llegué a pensar que Rolando tampoco iba a presentarse. Pero sí.

Ha llegado a media mañana y por todo saludo me ha preguntado si podía ducharse. Eso me ha sorprendido, pero le he dicho que sí, claro, nuestra habitación tiene baño propio. Me ha pedido que organizara la reunión y lo he hecho mientras oía el ruido del agua. Mis padres, bronca. Enrique me ha recordado que teníamos una cita a cenar. Yo le he dado largas. Luego, he ido a la habitación de los niños a decirles que se preparasen. Tras tantos días encerrados, eso les ha alegrado. Sobre todo a Beatriz, claro. Es una cría muy acostumbrada a la vida al aire libre y esto está siendo terrible para ella.

Cuando he vuelto, he encontrado a Rolando vistiéndose. Trataba de ponerse la camisa, pero parecía costarle un esfuerzo. Entonces he visto los vendajes en brazos y pecho. Le he preguntado qué le había pasado y cuando me ha contestado con un lacónico "nada", me he acercado y lo he comprobado por mi misma, levantando parcialmente uno de los esparadrapos.

Nos hemos mirado a los ojos y pienso que ha sido en ese momento exacto en que le he creído, por fin. O eso, o está definitivamente loco y, la verdad, no lo parece.

- Luego hablamos - me ha dicho - Ahora tenemos prisa.

Y ciertamente, de no ponernos en marcha de la misma, hubiésemos añadido la afrenta de llegar unos minutos tarde a una cita ya demasiadas veces demorada. Hemos ido en mi coche, él de copiloto. Rosa María, Jon y Beatriz detrás.

Enrique estaba ya en casa de mis padres cuando llegamos. Y también Javier. Total, que ya todos sabían quién era quién y que yo había pedido el divorcio. Javier se limitó a besarme en la mejilla y a susurrarme al oído un "Ya hablaremos de eso". Mis padres me miraron fatal, y más cuando reconocieron a Rolando. Ahí creí que a mi padre le iba a dar una apoplejía.

Por cierto, Jon reconoció a Enrique, claro. Teníais que haber visto la cara de vinagre que me puso en el momento.

En cualquier caso, todos los rencores, odios, animadversiones y demás intereses que fluían entre unos y otros pasaron a un segundo plano cuando Rolando tomó la palabra. Habló con tal seguridad y confianza que... no sé, me sentí absurdamente orgullosa de él. En esos instantes era el chico que recordaba, convertido en un hombre admirable. Un líder seguro de sí mismo, ganándose a la audiencia.

Lo que dijo, en pocas líneas, fue que el mundo se está derrumbando y sólo él podía proteger a los niños, por eso se los iba a llevar. Ahí, mi padre intervino, apretando un botón de su mesa. Al momento, entraron dos hombres. Iban armados.

- Tengo el mejor servicio de seguridad de todo Bilbao y me atrevería a decir que de toda España - dijo, haciendo un gesto para que los hombres se fueran - No puedes protegerlos mejor que yo - Rolando se limitó a sacar un papel de la chaqueta y se lo entregó. Mi padre palideció, al ver su contenido - ¿Cómo has conseguido esto?

- Sacándolo de la caja de máxima seguridad en la que tú lo metiste. Me importa una mierda su contenido, no voy a hacer nada al respecto. Sólo lo cogí para demostrarte lo que puedes esperar de tus sistemas de seguridad - hizo una ligera pausa, dándole tiempo a asumirlo - Sé que quieres a tus nietos. Créeme, estarán mejor bajo mi cuidado.

REBECA GOYRI. Asomándome al mundo, por si te veo...Where stories live. Discover now