Capítulo 7

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¿Qué? —pregunté confundida. 

Suspiró, mientras se pasaba una mano por su cabello desordenándolo por completo.

Es que te veo… No lo sé. ¿Rara? No de la forma en la que tu crees. Es que en tus ojos logro ver tu miedo, también tu inseguridad. Era solo una pregunta de curiosidad. No importa.

Desvié mi mirada para ver hacía mies pies. No le diría mi reputación como la ‘’rarita’’ en la escuela, ni tampoco el tipo de relación que tenía con mi padre. Era obvio que cuando fuéramos nuevamente a la EW él se daría cuenta de cómo todos me trataban; se daría cuenta de que el golpe que él vio cuando se sentó a mi lado en la clase del Sr. Adams lo había provocado Aimé por haber intentado protegerme.

¿Se notará el golpe? Inconscientemente me llevé la mano hasta el pómulo de mi mejilla. No sentí el mismo dolor como el de esta tarde, pero aún así sentí unas ligeras punzadas en ella. 

No, no le respondería a aquella pregunta con la verdad.

Bueno, apenas y se t-tu nombre… —diablos, debo dejar de tartamudear.

Él rió. Notaba la diversión detrás de aquella sonrisa —Eso es obvio. Yo tampoco te conozco, pero tampoco podía dejarte allí para que murieras de frío.

Asentí, entendiendo su punto y por un momento, logré sentirme querida, aun que no fuera un cariño que se pudiera notar.

¿Tuviste piedad de mi? —pregunté con la mayor inocencia del mundo.

El me miró realmente extrañado. Sonrió de lado mientras negaba con la cabeza.

No sentí piedad de ti, Isabela. Solo te vi y me dije que debía ayudarte. ¿Qué si no? Estabas pálida y más helada que un hielo. Aún no logro entender como pudiste haberte perdido.

No siempre fui buena con los caminos.

Asintió, mientras sonreía.

(…)

Luego de aquella conversación, la madre de Eduardo me llevó hasta la habitación para invitados que era del porte de mi habitación multiplicada por diez. ¡Era enorme! Tenía una cama matrimonial cubierta por colchas de color carmesí. Las paredes eran rojas y los pisos de una tierna madera. Las cortinas de un color marrón, mientras que unos visillos transparentes me separaban de la hermosa vista que se lograba apreciar desde allí. Tenía varios muebles con cajones y otros para dejar cosas. Como había dicho ella anteriormente, tenía una pequeña chimenea en una esquina que el Sr. Gómez se había tomado la molestia se encenderla para temperar la habitación.

Veronica me prestó un camisón que era de ella. Me había dicho que ya no le quedaba y que si quería me lo podía quedar sin problemas, y yo acepté. 

Estuve despierta hasta las dos de la madrugada aproximadamente. Pensaba en la hospitalidad de esta familia. Ellos me habían dado alimento sin ninguna condición o golpe por en medio. Me dejaron en una cómoda habitación, mi espalda contra un suave y blanco colchón, las colchas me abrigaban tanto que ya no tenía frío. La chimenea estaba aún encendida, pero el fuego se extinguía de a poco, alumbrando la habitación y marcando las sombras de los muebles con sus movimientos cada vez más y más lentos. 

Estaba fijamente viendo aquel fuego que de a poco desaparecía cuando unos pasos irrumpieron en mis pensamientos. Había alguien en el pasillo de afuera. Me levanté para caminar y abrir con lentitud la puerta. 

Allí, caminando completamente de negro iba Eduardo. Al verme, se detuvo y puso su dedo índice sobre sus labios, procurando con ese gesto que hiciera silencio. Solo asentí mientras comenzaba a entrar nuevamente a la habitación donde me estaba quedando y, cuando estaba a punto de cerrar con cuidado la puerta, Eduardo me lo impidió y entró, bloqueando la salida y haciendo que retrocediera.

Tranquila. Isabela, no le puedes decir a nadie que salí ahora —susurró.

Lo miré extrañada, mientras corría mi cabello temporalmente rizado desde la nuca hasta las puntas a un lado, sobre mi hombro derecho y jugueteaba con él entre mis dedos.

¿Dónde vas? Claro, si es que no te importa responder… —susurré.

Negó, mientras me dedicaba una leve sonrisa de lado, alzando la comisura izquierda de sus rosados labios.

No, no puedes saber.

Asentí, mientras bajaba la mirada.

Yo… Creo que intentaré dormir algo… —murmuré. Alcé nuevamente la vista para ver como asentía con la cabeza y retrocedía.

Buenas noches,Bella —sonrió y salió de la habitación.

Bella… Mi madre me decía así. Cuando murió, pensé que jamás escucharía ese apodo nuevamente. Recuerdos de ella llenaron mi mente de una forma instantánea, provocando que mis ojos se llenaran de lágrimas y mi visión se volviera borrosa por ellas. Sorbí por la nariz mientras secaba las esquinas de mis ojos y volvía a la cama para enterrarme profundamente bajo las colchas e intentar reconciliar el sueño luego de un terrible primer día.

SálvameWhere stories live. Discover now