Se limpia las lágrimas con el puño de su sudadera. No recuerdo cuándo fue la última vez que pedí una disculpa sincera, tampoco es que tenga muchos amigos con los que discutir, soy demasiado orgullosa cómo para pedir disculpas y ahora me arrepiento de serlo. Sin embargo, no me da la oportunidad de volver a disculparme puesto que se marcha hacia la casa.

Damian no pierde tiempo en ir tras ella y a medio camino de cruzar la puerta, Joshué aparece con una sonrisa en la cara, la misma que desaparece al ver lo que está sucediendo.

Yo intento acercarme al pequeño de los Berlusconi, pero de un manotazo se aparta y también corre detrás de su hermana.

Escucho gritos desde la casa y con pasos lentos y dolorosos me acerco para ver lo que está sucediendo, agradezco mentalmente de que Vivian haya salido a hacer las compras y que no esté también presenciando esto, desde el piso de abajo oigo como Damian se esfuerza por destrabar una puerta y del otro lado, Chiara le grita que la deje en paz.

Paso a un lado de Joshué cuando me acerco para subir las escaleras y él me mira con curiosidad y desconcierto, no tengo idea si también ha presenciado la discusión o si solo se está dejando llevar por alguna deducción que su cabeza pueda mecanizar. Lo que sí sé es que él es único que al menos se atreve a regalarme una mirada cargada de compasión, aunque no sé si la merezco.

Termino de subir los últimos peldaños y en la planta de arriba observo que al final del pasillo Damian se encuentra recostado contra la puerta que pertenece a la habitación de invitados que Vivian asignó para Lydia y Chiara, mientras que la otra puerta a su costado, la de Joshué y Luigi también permanece cerrada con seguro. La única que permanece abierta es la de la derecha, la que se supone él y yo compartiríamos porque Vivian creyó que no habría problema.

Levanta la vista y me observa caminar por el pasillo hasta llegar a él. Me aparta la mirada y balbucea algo que parece ser una recriminación o quizá un insulto. No estoy muy segura, pero decido que tampoco quiero indagar al respecto.

Sin decir nada, acorto la distancia entre nosotros y me acerco para golpear la puerta, a unos pocos centímetros de que mis nudillos golpeen contra la madera me detengo. O más bien, él alza la mano para detenerme.

—Ni siquiera te molestes, no te va a abrir.

—Déjame intentarlo.

—Creo que ya hicimos suficiente. ¿No te parece?

Soy consciente de que tiene todas las razones para estar molesto conmigo también, pero su comentario me molesta más de lo que debería.

—No es mi culpa que tú no hayas podido dejar de gritar —replico —Si tú no te hubieras puesto prepotente desde un inicio esto nunca hubiera pasado. Así que eres igual o todavía más culpable que yo.

Sé que no debería descargar mi frustración contra él, pero me he callado tantas cosas durante los últimos días que ya no lo aguanto más. De hecho, cuando empiezo a sentir mis ojos húmedos no puedo evitar comenzar a llorar. Soy patética. Me estoy portando como una niña, espero que él me mire con odio, como hacen todos, lo que solo me enfadaría aún más; pero para mi sorpresa traga saliva y contesta:

—Ya no tiene sentido señalar culpables, somos unos imbéciles y con suerte nos perdonarán algún día.

Dejo caer mis hombros y me refriego la cara con la manga de mi chaqueta. La culpa es parecida a lo que sientes cuando extrañas a una persona, pero con el peso de haber sido tú quien la alejó.

—Nunca creí que te tomarías este trabajo tan en serio—confieso dejando resbalar mi espalda contra la puerta hasta tocar el suelo.

—¿Que te dio a entender eso?

Cuando nos convirtamos en estrellasМесто, где живут истории. Откройте их для себя