—¿Qué hay de malo en ello? Quizás no esté de moda, pero... es cómodo—miré hacia las desilachadas mangas. Juan, se limitó a ignorarme  y a comenzar a buscar algo decente que ponerme. 

—Si la mayoría de pantalones que tienes aún llevan puesta la etiqueta. ¡Qué desperdicio de dinero!—sacó un pantalón de la marca Levis que no me había colocado ni una sola vez para continuar husmeando entre mi ropa.  

En gran parte tenía razón, puesto que mis padres, y a veces también mis abuelos se dedicaban a regalarme ropa considerada "guay" y yo la colgaba en una percha en el armario y ya está. 

Unos minutos más tarde, me lanzó unos pantalones de color negro pitillo, —algo que jamás por voluntad propia me habría puesto—, una camiseta blanca básica y una chaqueta de cuero, que a decir verdad, no tenía ni idea de que estaba en el armario. Para terminar, lo combinó con unas converse de color negro —que creí haber usado alguna vez—. 

Me fui al baño y me cambié, intenté darle un poco de forma al cabello, con gomina pero el resultado no fue el que esperaba, así que me alboroté el cabello y salí del baño. 

—¿Parezco más decente?—pregunté a un distraído Juan que estaba jugando a la xbox que estaba en el lado izquierdo del escritorio. Sorprendentemente dejó el mando a un lado y se quedó mirándome hasta que habló. 

—¡No pareces el mismo!—dijo divertido —Ahora sí que estás listo para salir—Intenté sonreír pero me costó, aún añoraba usar mis cómodas (y zarraprastosas) sudaderas. 

No sabía en qué momento me había dejado aconsejar por las brillantes ideas de mi amigo, sólo sabía que por una vez en mi vida, debía atreverme a probar cosas nuevas. 

Al llegar a la fiesta, lo primero que me aturdió fue la música que sonaba, ¿qué podía destacar de ello salvo que para mí, era un asco? O en otras palabras, una tortura auditiva, casi hubiera preferido escuchar el despegue de un avión antes que aquel reguetón que sonaba a toda pastilla. Y ya ni hablar de el hecho de que gran parte de la peña estaba borracha o directamente habían esnifado algo y eso que no eran ni las once de la noche. ¿Qué gracia tenía estar bajo ese estado? Y aún más, ¿cual era la gracia de despertar por la mañana y no recordar nada? Aunque tal vez, cada cual se drogaba a su manera, porque tenía algo pendiente a hacer: olvidar. Sin embargo, siempre creí que habían muchas otras formas para olvidar. 

En algún momento de la noche perdí la pista de Juan y dejé de saber dónde estaba. El hecho de estar rodeado de desconocidos me incomodaba un poco así que creí que lo más sensato era irme de donde se encontraba el tumulto de gente, y me quedé a un lado, un poco marginado, pero lo mío no era precisamente socializar. 

Al cabo de un rato, una chica se acercó a mí. Pensé que se habría fijado en mí, pero ¡qué iluso había sido! Al instante, se disculpó, y me dijo que me había confundido con otro chico —que, lógicamente, no era yo—.

Para pasar el rato, me distraje con el móvil, en realidad, no hacía nada, sólo miraba el reloj con la esperanza de poder pasar el tiempo a una velocidad más rápida y así poder irme a casa cuanto antes. Pero la noche no prometía terminar allí, ¡claro que no! sólo estaba a ver, cómo terminaban la mayoría de fiestas de estudiantes. 

—¡Sergio! ¡He encontrado a amigos de la clase!—escuché que gritaban en mi dirección. Ya era la una de la madrugada y bostecé pensando en que estaría mucho mejor durmiendo o jugando al nuevo juego que me había comprado de la xbox pero no, estaba allí. Sin mucho ánimo arrastré las converse hasta donde se encontraba mi amigo, y al ver a quienes estaba señalando, abrí los ojos como platos. ¡Estaba Kim! Y a su lado había una chica de cabello azul, que no recordé cómo se llamaba, ya que sólo tenía ojos para Kim. 

Entre números y letrasWhere stories live. Discover now