11| Huevos revueltos, chinchillas mojadas y perdimos a un niño.

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—Sírvete tú, yo no soy tu niñera—reprocho y el ceño de Lydia se frunce.

—¿No se supone que deben quererse y ser cursi entre ustedes? —manifiesta —La ultima pareja de auparis que tuvimos no salía nunca de su habitación.

No sé cómo explicar mi conducta y no se me ocurre ninguna excusa. Por suerte, Damian me salva de mentir siendo el héroe menos esperado.

—Es que cuando se levanta es un ogro verde que no tiene ni una pizca de humor. Yo si fuera tú no me atrevería a mirarla a los ojos hasta pasada la mañana—contesta y eso hace reír a la niña de pelo verde.

Le propino un puntapié por debajo de la mesa al niñero. Este ensancha su sonrisa con poca gracia.

—¿Donde está Chiara? —pregunto después.

—Arreglándose y rizándole el pelo. No esperes que baje a desayunar, nunca lo hace—Contesta su hermana.

—Ya veo...—no indago más porque sinceramente no me interesa.

Al cabo de cinco minutos, Damian termina su jugo y se disculpa para luego irse escaleras arriba. Frunzo el ceño, Lydia, dejándole de prestar atención a sus tostadas, percibe mi gesto.

—No la convencerá, está enfocada en sus pruebas de porristas y el régimen no les permite desayunar. —comenta —En fin, se nos está haciendo tarde.

—¿No te comes el tocino?—observo que ha dejado las tiras a un costado.

—No me gusta la carne, mamá te lo debió haber dicho.—se levanta de su sitio —Por cierto, las tostadas quedaron algo quemadas y tienen mucha mantequilla, pero el jugo de caja al menos lo serviste bien, buen primer intento.

Supongo.

Me regala una palmadita en el hombro para luego marcharse a poner su uniforme. Su hermano se come el tocino que ella dejó y corre para ir a hacer lo mismo.

Me quedo sola en el comedor y no puedo evitar soltar un resoplido. Al menos agradezco solo tener que soportarlos media mañana y cinco horas después del mediodía. Termino de comer mi último trocito de huevo frito cuando observo por el rabillo del ojo como Chiara aparece junto al oji-gris.

—Buen día —saludo.

—Tostadas con mantequilla, ¿en serio? —Hace caso omiso a mi saludo observando la comida. Enarca una ceja y niega —No pienso pudrir mis intestinos, solo quiero un jugo.

Sus ojos viajan a Damian que se encoge de hombros. Nos mira a la par, pero finalmente termina por decidir no incumbirse en el tema.

—Hay fruta, ¿quieres un batido?— propone a sorpresa de ambas. ¿No que ni loco cocinaría?

—De pepino, apio y manzana verde. —Apunta a cada una de las frutas y vegetales que están en la alacena—Y gracia por ofrecerte, eres un dolce.

Me mantengo dentro de mis cabales, el reloj marcha que ya son pasadas las siete y media y debemos salir ya si no queremos llegar tarde. Levanto la mesa y dejo todo dentro del lavavajilla, le pido a Damian que suba a ver que Lydia y Luigi ya estén vestidos.

—¿Y por qué no lo haces tú? Deberías vestirte —inquiere, señala mis pantuflas y mis pantalones de dormir.

—También podrías hacerlo tú.

Alza su vaso verde.

—No terminé mi desayuno. Y no creo que quieras que me pase algo en clase por una mala alimentación.

Exhalo un continente entero.

—Iré a ver que tus hermanos estén listos —acepto—Pero tú— apunto al oji-gris —Ve a preparar el auto.

Cuando nos convirtamos en estrellasWhere stories live. Discover now