¿Está ocupado? —preguntó, su voz ronca y gruesa.

Negué, mientras agachaba más la cabeza para que así el velo que formaba mi cabello fuera más largo. El se dejó caer a mi lado, mientras colocaba sus cosas sobre su mesa. Miré hacía los lados de mi cabeza, los jugadores se reían mientras me miraban, otro par reía por algo que había dicho Aimé, seguramente contando lo que me había echo. Quizás él también quería ser parte de este juego, y, ¿porqué no?

Bien, como decía, antes de comenzar entregaré los pases libres para el almuerzo, ¿bien? Oh, no —¿Marcie? 

La chica pelirroja levantó la cabeza y lo miró —¿Podrías entregarlas?

Marcie asintió y se levantó. Tomó los papeles y, leyendo el nombre que aparecía en la boleta, comenzó a repartirlos. Entregó la primera a Taylor Blair, todos de la escuela sabían que él era de clase baja, pero no lo molestaban como a mi. La siguiente fui yo. Marcie rió al ver como yo bajaba sumisamente la cabeza e intentaba esconderme en mi lugar. 

Bien, rarita, no te escondas de la realidad —rió y miró a Eduardo a mi lado, como esperando a que él riera con ella. Yo también lo esperaba, pero no lo hizo. En cambio, le dio la espalda a Marcie, obligándola a volver a sentarse en su lugar.

Durante el resto de la clase, lograba sentir la mirada de él sobre el lado derecho de mi rostro. Supongo que estaba deduciendo el daño en mi ojo, ya que estaba a la vista de él. Yo solo intentaba hundirme en mi asiento y prestarle atención a las palabras del Sr. Adams, pero no podía. ¿Sería él el siguiente en burlarse de mi?, ¿o golpearme? Pensar en eso me ponía enferma. La hora pasó y sonó la campana. Me levanté apresuradamente, recogiendo mis cosas a tiempo record. Salí antes que todos a pasos apresurados y me dirigí a mi casillero, sin importarme a quien empujaba o los insultos que recibía. Lo abrí y dejé mis libros allí. Caminé con sigilo a la cafetería para ir por mi almuerzo.

Al llegar, vi que la fila era pequeña, no larga como luego de unos minutos así que me formé allí. Al llegar mi turno, enseñé a la cocinera mi pase para no pagar por mi almuerzo, esta asintió y me dio algo de arroz, pollo y ensalada junto con una fruta y un jugo. Tomé la bandeja y caminé a la mesa que siempre ocupaba. Siempre me sentaba sola en aquella mesa, ya que Aimé comenzó a decir que esta mesa era solo para la ‘’rarita’’, y de allí todos le hicieron caso. Las puertas se abrieron, dejando ver a Eduardo de pie junto con tres chicos del equipo de fútbol de la EW, Louis, Joshep y Christhoper ‘’Chris’’. Los cuatro reían al unísono, mientras se formaban para conseguir su almuerzo.

Me concentré en mi comida, ya que suponía que sería lo único que podría comer en el día. Los almuerzos siempre los aprovechaba, ya que la mayoría de las veces papá me dejaba sin cenar. De esta forma no amanecía famélica al día siguiente. Me llevaba la fruta para la cabaña, así igual tendría algo para comer a la noche.

Mientras comía, sentí como unas sillas de la mesa que estaba frente a la mía se corrían. Alcé la mirada para ver como Eduardo, Josh, Chris y Louis se sentaban allí, mientras hablaban animadamente. La mayoría de las veces esa mesa también quedaba desocupada, o la ocupaban los nerds de la escuela. No les presté mucha atención. Me pasé una mano por mi frente, tocándome los moretones que tenía allí, gimiendo de dolor y maldiciendo por mi estupidez. Sentí la mirada de Chris sobre mi, pero no vi ninguna mueca de gracia o que le causara risa lo que había pasado. Me sentí intimidada de inmediato. ‘’No, no los dejes manipularte’’.

Eduardo miró hacía mi lado derecho fijamente, acechando algo. Volví a encogerme para ver de reojo a mi derecha. Aaron se acercaba a mi con una pose felina, como esperando a que su presa esté distraída, en su rostro una sonrisa cínica. Me miraba atentamente, sabía sus intenciones y solo comencé a prepararme mentalmente para lo que venía. Él tomó el lugar a mi lado.

Hola rarita —dijo en mi oído.

Me aparté de él.

Oh, no tengas miedo, cariño —rió, mientras posaba una de sus manos en mi rodilla. Corrí la cara, intentando no verle. El rió aún más fuerte mientras me tocaba mi mejilla dañada, haciéndome gemir del dolor.

‘’Ouch, duele, para, por favor’’

Te duele, ¿eh? —dijo cínico.

Comenzó a subir su mano hacía arriba por mi muslo. Me aparté de un empujón.

No me toques… —le dije.

Oh, cariño, nos divertiremos.

Siguió riendo mientras volvía a apretar mi mejilla, provocando que cerrara los ojos con fuerza para evitar aullar de dolor. Dolía demasiado para ser unos moretones.

Ella dijo que la sueltes.

Abrí mis ojos ante esa voz masculina, y me encontré a Eduardo de pie detrás de Aaron. Su expresión fría, calculadora y seria. Aaron le dirigió una mirada cómplice.

Oh, vamos, nos estamos divirtiendo. ¿No es así cariño? —me soltó la mejilla. De inmediato llevé mi mano allí y la froté con suavidad sobre las contusiones. Negué para mi misma.

Eduardo agarró del hombro de la chaqueta a Aaron y lo alejó de mi.

No te vuelvas a acercar a ella. Estás advertido, imbécil.

Aaron lo miró furiosamente. Se soltó de un movimiento brusco y caminó hasta donde estaban sus amigos. Le dirigí una mirada apenada y avergonzada a él, quien me miró y, sin decir ninguna palabra, le alejó hasta salir de la cafetería. En cuanto desapareció de mi vista, noté que todo el mundo estaba en silencio y su atención estaba sobre mi. Algunos hablaban en susurros entre ellos, claro, ¿Quién me defendería de esa forma? 

Sintiéndome extrañamente enferma, me levanté agarrando la manzana y salí de allí prácticamente corriendo. 

SálvameWhere stories live. Discover now