—¡Ya vayan a trabajar! ¡No se les paga por aplaudirse entre ustedes! —bramó y, sin esperar una respuesta, volvió a encerrarse en la oficina.

Enzo suspiró profundamente y negó, con la vista fija en la puerta por la que había desaparecido el hombre.

—Él es más vampiro que todos nosotros.

La noche pasó rápida, entre felicitaciones y sacudidas de mano. El pecho le iba a explotar de orgullo, pero algo le decía que sus compañeros no habían comprendido totalmente lo que había querido decir. Al día siguiente, después de sus clases sindicales, se dijo que mejoraría su forma de comunicar la causa.

Decidió no dormir, hasta que llegara la mañana, como habría hecho en otra circunstancia. Se sentía enérgico y renovado, así que tomó una nueva pila de papeles y escribió un artículo, velozmente. Quería explicar de forma apasionada por lo que pasaban los que eran como él. Lo que se sufría por ser diferente.

Se tapó completo y caminó bajo el cruel rayo solar, hacia el sindicato. Giovanni, su protector, le permitió amablemente hacer copias de mano de las muchas secretarias del sindicato y papel carbónico. Para cuando su clase terminó —clase en la cual aprendió la jerarquía del sindicato y las medidas de fuerza que tomaban—, tenía una decente cantidad de copias.

No veía la hora de llegar a la fábrica y tirar por los aires su artículo, instruyéndolos a todos con las sabias palabras de Fabio Albricci, uno de los más importantes integrantes de los clanes. Lo había citado varias veces, ya que lo admiraba muchísimo.

Luego de dormir un tiempo corto, se calzó el overol y corrió a Alfa Romeo. Los trabajadores lo saludaban con respeto y admiración, mientras él les repartía su artículo. A la hora del receso, sentado en la escalera de entrada con su pequeña botella de vidrio con fluido, se dedicó a alimentarse. Se había propuesto racionar mejor las pocas bolsas que podía comprar, y adquirir menor calidad, por un tiempo, hasta que pudiera ahorrar. Le quedaba una copia del artículo, y se dispuso a releerla.

Un hombre grande, con músculos prominentes y brazos a medio descubrir por la camisa blanca. Una barba incipiente y el cabello largo, aunque atado, le daban un aspecto salvaje, al extraño de guantes de cuero negro. Se acercó directamente a él y se detuvo a un metro de distancia. Leo lo miraba a los ojos con expectación e intriga, mientras que los ojos del desconocido expelían intensidad.

Sin previo aviso, el masculino personaje arrojó una cabeza de ajo entera a la cara de Leonardo.

—¿¡Qué... Por qué!? Por el amor de Dios, que mal huele. ¡Me golpeaste el ojo! Ahora tengo una basurita dentro —bramó el vampiro.

—Bien, no eres uno de ellos —sabía que no era un humano, ese hombre tenía conocimiento de la verdad detrás del mito del ajo. Los vampiros tenían sentidos súper desarrollados y el ajo era demasiado intenso.

—Lo ha notado, excelente —pronunció repleto de sarcasmo.

—Usted debe cazarlos desde hace años, es increíble —lo felicitó sacudiéndole el hombro—. Su plan para atraerlos es maravilloso —comentó agitando el panfleto que Leo había hecho a mano el día anterior—. Estamos con usted —afirmó con convicción, antes de arrancarle el último volante y dar media vuelta e irse.

Leo sonrió felizmente. Al fin, se dijo, un humano quería ayudarlo a salvar a los vampiros. Sus movimientos sindicales estaban funcionando antes de lo previsto.

A la noche siguiente, su madre volvió a pedirle que enfrentara a los clanes. Ella misma había solicitado una junta para devolver el mapa trazado por Marco, con un contra-mapa. Uno en que los límites eran exactamente iguales a como estaban desde que ella había logrado encabezar la familia de aquella región. Con la esperanza de que no se enfadaran con él, por ser el mensajero.

Llegó, nuevamente al borde de la tardanza, y la gran mesa aún estaba incompleta. Miró la silla vacía que no correspondía a Elisa y luego al Lord.

—Mi lord, ¿por qué no contamos con la presencia del señor Fabricci? —preguntó con preocupación.

—Pues, es ceniza, hijo. Un caza-vampiros lo ha descubierto y lo ha... bueno... cazado.

—Eso es terrible —dijo en un susurro, a lo que todos los presentes asintieron—. Daré todo de mí para ayudar con la protección de nuestra comunidad —aseguró.

—Por supuesto, muchacho —sonrió divertida, la cabeza de los vampiros italianos.

Nuevamente, Leo presencio las discusiones de seguridad y delimitación de territorio, aunque esta vez, lo hizo con una profunda tristeza. Salió de allí convencido de que salvaría a su pueblo, de que pondría más esfuerzo aún para lograr que su recién nacido sindicato los protegiera como nunca nada lo había hecho jamás.

Lord VampiroWhere stories live. Discover now