1.- No digas tu nombre

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La observé echar el contenido del cubo que llevaba en mano dentro de una cacerola y colgarla sobre el hogar para hacer hervir lo que fuera que estuviera dentro. Su olor era tan profundo que no me atreví a mirar y, como yo, la chica llamada Olive parecía no estar acostumbrada al olor. Sus ojos grisáceos estaban hundidos en sus cuencas y toda ella estaba en los huesos. Se le marcaban los pómulos y los labios eran finas líneas. La piel, tirante sobre los huesos, había adquirido un tono ceniciento y su cabello, negro y largo, había perdido lustre y tenía muy poco volumen. La angustia la había convertido pero, aun así, podía apreciar su antigua belleza.

Antes de que pudiera reaccionar, ya había echado una parte del líquido en una copa y esta en una bandeja con cubierta. De seguido, se había adentrado en los enormes pasillos del castillo con la bandeja en perfecto equilibrio sobre sus manos mientras yo transportaba como podía el enorme barreño de agua caliente y una bolsa con jabón y una toalla.

-Debes desvestir a lord Claud, asearlo y llevarle la ropa a la lavandera -comenzó Olive.

-Bien -respondí. Notaba el corazón bajo la garganta y un dolor muy profundo en el estómago que casi me hacía vomitar-. ¿Y la muda?

-De eso no te encargas tú. No dejes que te toque -me advirtió-. Y no digas tu nombre frente a él ni cerca de sus aposentos.

-¿Por qué? -Y se detuvo en seco.

-No-digas-tu-nombre. Jamás -repitió-. La última chica que ocupó tu puesto se lo dijo y a la mañana siguiente estaba muerta. Había muerto mientras dormía. Nuestro lord es un íncubo. -Se santiguó y besó la cruz que reposaba sobre su pecho, colgada de una fina cadena.

Yo no sabía qué era eso exactamente pero tampoco quería preguntar. Extrañamente no me chocó tanto la muerte de mi predecesora como las otras de las que había oído hablar. Morir mientras se duerme no debe ser tan malo. Prefería eso al dolor de ser mutilada. "No le digas tu nombre. Que no te toque. Haz tu trabajo". Si hacía lo que debía y volvía a la cocina, podría estar tranquila hasta el día siguiente.

No tardamos demasiado en llegar al pasillo de la última planta. El agua se estaba enfriando... La próxima vez la pediría más caliente. Allí no había guardias y todo estaba oscuro. Era como viajar a un mundo completamente distinto dentro del propio castillo.

-Oli// -comencé a decir, pero una bofetada suya me detuvo.

-¡No digas mi nombre, idiota! -gritó en un susurro, medio llorando y con la vista clavada en la puerta de los aposentos del lord-. Entraré yo primero para alimentarlo y, cuando salga, vas tú -me indicó. No se me pasó por alto que se refería a lord Claud como si fuera un animal.

Y entró. Me quedé sola en el pasillo y, finalmente, pude desmoronarme. Dejé el barreño en el suelo y me senté abrazándome las rodillas. Casi no tuve tiempo de comenzar a llorar cuando oí un grito y Olive salió corriendo como una loca de la habitación.

-¡Sabe mi nombre! ¡Brujo! ¡Maldito! ¡Demonio! -vociferaba mientras huía como una poseída. Parecía que corriera frente a la misma muerte, y yo temí por lo que me sucedería en aquella cámara oscura.

Tragué saliva y me acerqué a las puertas, abiertas de par en par, cuando un intenso frío salió de dentro junto a un horrible hedor. Retrocedí un paso y a punto estuve de dejar caer el barreño de agua y salir de allí.

-¿Eres la chica nueva? -preguntó una voz profunda, áspera y ardiente como el infierno. Parecía venir de bajo tierra, del más allá, y sentí un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo. Aún no había cruzado el umbral de la puerta.

No me atreví a responder, pero adentré un pie en la oscura cámara, barreño en mano y corazón en la garganta. La sangre se me acumulaba en los oídos, palpitante, y no me dejaba oír nada que no fuera su risa leve, divertida y funesta. Su voz provenía de lo más profundo de su garganta y sus labios se me presentaban en una mueca escalofriante, entre desprecio y diversión. Sonreían a medias, medio escondido tras el tupido y serpenteante cabello oscuro. Todo en él rondaba los matices más oscuros de toda la paleta de colores. Su ropa estaba raída y sucia. Sus labios tenían un tono morado. El cabello era del color del ónice, aunque mate y sin lustre. Manos y pies estaban llenos de mugre a causa del tiempo que llevaba sin encargada del aseo. Y tenía las cejas fruncidas y los párpados cerrados con fuerza. La tenue luz del pasillo parecía molestarle. Todo él parecía una sombra, una sombra que rehúye cualquier vestigio de luz.

INCUBBUS [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora