1.- No digas tu nombre

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Intenté no resistirme, pero en el último momento comencé a llorar como un bebé y a berrear:

-No me dejes. No te vayas. ¡No me dejes aquí! ¡Papá! -gritaba mientras pretendía zafarme de los guardias. Pataleaba y me revolvía como un cerdo acorralado.

Sin embargo, él se fue con el dinero y la seguridad de que recibiría un sueldo de mi parte cada primero de mes. Era tan cruel... Había oído miles de historias sobre el castillo del hijo bastardo del Conde. Y lo peor era que todas ellas eran ciertas. Yo misma había visto a chicas más jóvenes que yo salir de allí con el rostro desfigurado o tullidas. Ninguna de las criadas de la bestia duraba más de un mes.

Hubiese preferido ser vendida como ramera o como criada de la prisión. Había tantas torturas mejores que no podía pensar en qué le había hecho yo a mi padre para que me dejara en tal lugar... Eso fue lo único que pensé durante mi primera semana en el castillo, en las mazmorras. No saldría hasta que jurara fidelidad al "lord"; y no tuve más remedio que decirlo en voz alta, entre lágrimas y rodeada de cadáveres de los que no se habían atrevido a jurar.


Quemaron mi ropa de campesina y permitieron que me aseara en el baño de las criadas antes de entregarme mis nuevas vestiduras. Oficialmente, ya formaba parte del servicio del castillo de la amante del Conde, Lady Anna.

Me recogí el pelo en un moño y me adentré en la cocina que teníamos las criadas del lord para nosotras solas, anexa a nuestras habitaciones y nuestro baño. Los otros criados del castillo no tenían tantos "lujos", pero tampoco tenían que servir al engendro. Lo que teníamos en común todas era lo jóvenes que éramos, a excepción de un par de ancianas -de casi cuarenta años- que trasteaban con las cacerolas mientras el resto repartíamos platos y cubiertos por la robusta mesa de madera que gobernaba el lugar. A partir de aquel día comería dos veces, una a la mañana y otra a la noche, a base de pan y sopa con un pedazo de carne dentro. Todo nuestro dinero iría a nuestras familias, y nosotras viviríamos en la miseria, con la angustia constante de no saber si seguiríamos allí para ver el mañana.

"No pienses", me decía mientras veía cómo mis manos temblaban como hojas en invierno. Casi se oía el repiqueteo de mis zapatos en el suelo de piedra a causa del temblor de mis piernas. Tenía tanto miedo... Había oído que el lord era grotesco y deforme y que lo tenían encerrado en su habitación. Decían que había matado a innumerables guardias y doncellas del castillo.

-Mireille -me llamó una de las ancianas-. Te encargarás del aseo de lord Claud -me informó con pesar.

Ya conocía a aquella mujer. Lady Anna en persona me la había presentado un par de días antes con el nombre de Adèle, la mujer que se había dedicado a organizar a las criadas del lord desde que este había nacido. Había sido su niñera y, aun después de descubrirse que el joven era una bestia, seguía encargándose de cuidarlo. Parecía mayor de lo que era, con grandes bolsas bajo los ojos azules y medio blanco el cabello que antes era rubio. Su piel había perdido la lucidez y elasticidad propias de la juventud y se habían ido formando manchas en los brazos y el cuello. Aun así, se intuía que era una mujer fuerte, no más alta que yo pero sí más robusta, experimentada. Aprendería mucho de ella, pues era la única de nosotras que no tenía el miedo clavado en los ojos.

-¿Mireille? -se preocupó ante mi silencio; y la miré en respuesta. Mi voz se estaba cavando una tumba en lo hondo de la garganta. Adèle me miró con compasión-. Olive, la encargada de la alimentación, te acompañará -me explicó, y señaló a una muchacha que entraba en la estancia- y te explicará en qué consiste tu función. Hoy está nervioso y Lady Anna quiere que acabemos rápido para que las Colectoras lo tranquilicen. Olive -la llamó, y la chica asintió.

INCUBBUS [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora