07; ❝Héroe de las cavernas❞

Start from the beginning
                                    

De hecho...

Unos fines de semanas atrás, cuando salimos de la ciudad para visitar a la tía Rose Marie, a un costado de la carretera había un letrero con un número telefónico, con el cual comunicarse para servir de camarera en un bar.

El horario me iba bien, aunque la paga debía ser malísima, pero teniendo en cuenta que no tenía que pagar ni comida ni estadía, sólo juntar para pagar la cuota de la sanción, y reponer el papel y la tinta que no usaríamos, me iba bien.

Daniel Powell, mi padre, era una persona de respeto a simple vista. Sus ojos verdes y la juventud que emanaba con sus cuarenta años hacían a cualquiera dudar de su personalidad, pero sólo era cuestión de hablar dos minutos para darte cuenta que era totalmente inofensivo. Apasionado por la fotografía casi tanto como por la medicina, le había encontrado una estrategia por manejar a la vez que le sacaba fotos a todos los paisajes que le parecían interesantes.

Lo había escuchado maldecir, —claro que luego se disculpó por decir esas "barbaridades" frente a mí— porque un cartel había echado a perder la fotografía de un cerro con árboles de pino en el fondo.

Y cuanto agradecía que haya hecho eso ese día.

Aún así no se veían claramente los números y sabiendo que Jayden se negaría a ayudarme abrí el reconstructor de imágenes y acerqué la foto, encontrándome con una avalancha de píxeles que aún no se cómo logré recomponer.

Incliné mi cabeza para estar segura que estaba en el lugar correcto. Si antes pensaba que esto era un bar de mala muerte estaba equivocada. Esto era un bar de mala vida.

Al entrar se hizo evidente el olor a cigarrillo y a alcohol. Los detestaba a ambos así que predije que mi estadía aquí sería una tortura. Las paredes tenían zonas mal pintadas e incluso en lugares se veían ladrillos que no se preocupaban por ocultar, ni siquiera con algún mueble.

El salón era grande, y estaba dividido en distintas secciones, poker, pool, bebidas y un escenario. Tenía la apariencia de que alguna vez fue un buena lugar, pero ahora mismo daba la impresión de que el dueño había quebrado.

Mis zapatos hicieron eco en la madera desgastada del suelo, y capté alguna que otra mirada de los clientes de se hallaban caídos, porque recostados no estaban, sobre la barra. Les sonreí incómoda.

Estaba a punto de darme la vuelta para largarme de aquél lugar cuando una mano apretó mi brazo, fuerte.

—Apenas llegas ¿y ya te vas, muñeca? —Lo primero que vi fue una hilera de dientes mal cuidados y amarillos, para instantes después recibir una oleada de mal aliento con alcohol. Sacudí mi cabeza en cualquier otra dirección, tratando de esquivarlo.

—Déjala en paz, Roggy.

Cuando el individuo se volteó una peli-roja se interpuso en mi campo de visión y entendí porque "roggy" le hizo caso.

Claro que si te dejas ir por los prejuicios, tu prototipo al mencionar "peli-roja","pecas" y "baja" será un adorable duende que tomó sol con un colador, incapaz de dañar a alguien. Pero era totalmente lo contrario. Una mirada amarilla le llenaba la cara, sus ojos contrastaban con la tenue luz y me hizo parecer insignificante a su lado.

Vestía unos pantalones oscuros y una blusa suelta, blanca.

—Tú debes ser Crowell. Estás prácticamente contratada. Nadie se ha presentado aquí desde que se busca camarera, y llevemos meses necesitándola —Su voz era firme, pero no dejaba de descargar burla en cada palabra, como si creyera que era un indefenso animal que no duraría allí ni un día.

—Es Powell —Corregí. — Eso es genial. ¿Cuando empiezo?

Ella revoloteó los ojos y me dijo "Es obvio" con ellos, aunque le sonreí y asentí no tenía ni la más mínima idea de que a qué se refería.

—Llegas en un buena día. Un día se realizan un par de... apuestas, peleas para ser más específica.

—¿Qué? ¿Eso no es ilegal?

—Lo es, pero nos pagan doscientos dólares adicionales en la pelea por mantener silencio —estuve a punto de balbucear palabras porque no estaba segura si esto estaba bien, pero una pieza de un disfraz extraño se colocó ante mí.— Este es tu uniforme.

Reí, pero su rostro no dudó y me asusté. Yo no usaría aquello en bar.

El sonido de una campana llamó nuestra atención y ella señaló con la cabeza sobre mi hombro para que me volteara.

Dos hombres musculosos y algunos tatuajes tribales en sus cuerpos, que suponía tan sólo eran para darle un aspecto más misterioso.

Se había formado una ronda de unas quince perdonas alrededor y no sabía de dónde habían salido, poco a poco comenzaron a sumárseles más.

Según escuché el ganador obtendría 2.000 dólares. No era la gran cosa, o bueno, supongo que sí pero no como para arriesga tu cuerpo par eso, sobretodo si arriesgarlo involucra dolor, huesos rotos y mucha, mucha sangre.

Sangre como la que se escurría por los labios del hombre rubio, y sangre como la que goteaba la ceja del moreno. Mi apuesta sería que dentro de algunos minutos sus rostros estarían tan hinchados que parpadear no sería necesario, pues sus ojos estarían tan cerrados que no lo necesitarían.

—Ve, ve, ve que los tragos no se servirán solos —Recargó una bandeja llena de vasos con bebidas doradas y azules. —Por hoy tu uniforme pasará desapercibido, así no importa demasiado.

Abrumada me acerqué desconfiada a la ronda, en el camino los vasos fueron siendo arrebatados e intercambiados por algunos billetes verdes. Estoy segura que estaban tan interesados en la pelea que ni siquiera veían la cantidad que depositaban, mas no me quejaba. Uno de los oponentes empujó al otro y la multitud se dispersó, pero enseguida volvieron a su lugar.

En estos momentos era de esos en los que amas el periodismo con la vida y lo aprecias muchos. Me compadecía completamente de aquellas que trabajaban en bares.

Le eché un vistazo a la hora en mi reloj de mano y los minutos se hicieron insufribles al ver que nunca pasaban, pero respiré aliviada cuando la discordia acabó.

Unas horas más pasaron e iba adaptándome un poco más a todo el rollo. Tristan, era algo así como el barman que hacía los cócteles y servía las bebidas para que Erica, la pelirroja, y yo las entregásemos.

No hubieron más peleas, o como los llamé yo, percances por el resto de la noche. Los clientes estuvieron satisfechos y cuando tocó repartir otras bandejas Erica lo hizo, ya que yo con aguja, hilo y una tijera le daba pequeños retoques al uniforme porque la verdad parecía un delantal de una mucama de una mala película de los ochenta.

Sólo deseaba y esperaba con ansias que al llegar a casa, papá pasara mi ausencia desapercibida.

—¡No, joder, no, tío! —Exclama alguien en un grito desesperado. Un chico del cual cuya figura no soy capás de distinguir, forcejea que con hombre robusto, lo retiene.

Alguien a mi lado suspira.

—Y ahí lo tienes. Un héroe de las cavernas, salvando a su tío, un alcohólico adicto a apostar que intenta meterse en una pelea para ganar 2000 dólares, olvidando que su contrincante es más joven, musculoso y de una resistencia envidiable.

El "héroe de las cavernas" voltea y reconozco sus ojos familiares.

Nathaniel, ¿Qué haces aquí?



Li:fe A.MWhere stories live. Discover now