N a r c i s o

7.5K 685 85
                                    

Ahí íbamos de nuevo.

Como siempre, todos los días, a todas las horas, alguien necesitaba un «favor» del famoso «Narciso Goodman».

¿Por qué era eso? ¿Tenía montones de dinero? ¿Tiempo ilimitado? ¿Una vida tan despreocupada para cumplir los deseos ajenos? ¿O acaso cara del típico chico que hacía los mandados?

De manera lamentable, era la última opción. Y digo «lamentable» porque yo no lo veía así.

Los demás veían en él algo que yo no, y eso me enfurecía.

Cuando alguien gritó su nombre estruendosamente, yo me encontraba perdido en las que juraría eran cientos, tal vez miles, de pecas casi invisibles que gobernaban su rostro, partiendo de mejilla a mejilla.

Una horrible y robusta silueta obstruyó mi visión, haciendo que mi frente se arrugara y mi boca se torciera en una mueca de desagrado al darme cuenta de a quién pertenecía tal figura. Nada más y nada menos que al «Terrible Johan».

No había reconocido su voz, y tampoco quería. Fue casi una «sorpresa» encontrarlo ahí, encarando a Narciso en el salón en vez de esperar a que éste saliera de la escuela, como solía hacerlo siempre.

El Terrible Johan era alto, robusto, de cabello siempre alborotado por meterse en problemas con quien se cruzase en su camino, ya fuera a propósito o por un nefasto accidente. Él no tenía piedad, y tampoco tenía dignidad alguna.

Se había ganado aquel apodo el primer día de clases de los de primer grado, cuando se metió en una pelea con alguien de tercero y ganó con tan solo la nariz rota sangrante. Recuerdo que también muchos de sus amigos le vitorearon, alabándolo como se alaba a un héroe de batalla. Yo no. Yo lo miré con desprecio. ¿Qué ganó al vencer a aquel chico, aparte de temor por parte de la mitad de la escuela y asco por parte de la otra?

Patético. Muy patético.

Lo observé a través del rabillo del ojo desde mi asiento situado hasta el final de la tercera columna, fingiendo guardar y acomodar mis cosas dentro de la mochila, para de una buena vez irme a casa.

Johan tenía una voz bastante fuerte. A pesar de que me había notado y de que había bajado la voz para que yo no escuchara nada, lo hice. A veces tener cerebro no significa que sean inteligentes.

—Narciso, ¿podrías hacer un pequeño recado por mí? —preguntó Johan, con una sonrisa que no dejaba entrever nada bueno.

Narciso, junto con sus pecas casi invisibles, buscó una manera de librarse del Terrible Johan. Porque tanto Narciso como yo, sabemos qué tipo de cosas es capaz de pedir.

No son cosas buenas.

No son cosas agradables.

Una vez esas cosas llevaron a un chico al hospital, y después a la tumba, mucho antes de que Narciso adquiriera el apodo de «chico-recado».

—¿Y bien, Narciso? —De nuevo, su voz grave resonó en el salón ya vacío, que se encargó de producir un eco largo.

—Lo siento, Johan... Hoy estoy ocupado —susurró como respuesta, mientras su vista viajaba de un lado a otro a la vez que descendía lentamente hasta sus zapatos. Apretaba con fuerza el cordón de su mochila, temeroso de Johan—. Tal vez mañana.

Los puños del Terrible Johan tronaron. Un sonido horrible para alguien que le teme tan solo por haber ganado contra alguien mayor que él. Un sonido terrible para la única víctima de su ira.

Narciso Goodman tembló, con miedo, y se puso de pie saltando de su lugar. Salió del salón a una velocidad descomunal y preocupante. Y antes de que Johan se desquitara conmigo, lo seguí.

Un pensamiento, mientras mi cuerpo se cansaba de tanto correr, surcó mi cabeza.

Narciso había dado un primer paso. Había dicho «no». Y yo, su amigo, aunque él no lo supiera, lo iba a ayudar a salir del castigo que Némesis dejó caer sobre él.    

Narciso ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora