1 segundo (para que todo cambiara)

One-shot

"Cuando en la limpia noche llenes
tu copa, oh no te abandones

a la melancolía del recuerdo.
Ni pretendas -es inútil- retener el tiempo ido.
Entrega tu memoria a la boca de la ramera,
bebe con alegría y nada esperes,
pues la vida no es más que el tiempo de esa copa."
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- Rick - llamó alguien a mis espaldas, su voz distinguiéndose entre las suaves notas de música y las risas que llenaban el ambiente.

Sin volverme, alcé una mano, haciendo un gesto a quien fuera que estuviera detrás para que esperara un segundo.

- Si me disculpan, señoritas - me excusé, reculando un poco. Las engalanadas mujeres asintieron y continuaron animadamente con su charla. Giré sobre mis talones, encontrándome con un familiar verde avellana, tan conocido como la palma de mi mano.

Traté de agarrar a Beckett del codo para guiarla a algún lugar más privado donde pudiéramos hablar más cómodos, pero ella esquivó hábilmente mi mano. Si alguien nos hubiera estado mirando, no se habría dado cuenta de que ella no quería que la tocara; pero lo había hecho de tal forma que quedaba claro que estaba enfadada conmigo. Podía notar su rabia salir en oleadas de su cuerpo y chocar contra mí. Busqué sus ojos, encontrándome con un brillo peligroso en su mirada.

- Llévame a casa - ordenó con los dientes apretados.

Asentí, sabiendo que aquello iba a pasar. De hecho, tenía la sospecha de que una parte de mí lo había buscado comportándome como me había comportado. ¿Por qué lo había hecho? No lo sabía, quizá era una forma de poder desahogarme con ella finalmente y contarle lo que me preocupaba. Lo que llevaba reconcomiéndome por dentro desde aquel interrogatorio.

Fuimos esquivando a los grupitos que seguían hablando y riendo, como si nada , atravesamos las grandes puertas de la sala que habían alquilado para aquella gala. Un ejército de hambrientos periodistas se abalanzaron sobre mí y perdí de vista a Beckett, cegado por los flashes y casi comiéndome los micrófonos que me metían en la cara para que respondiera a sus preguntas. Me desembaracé de ellos cuando un famoso más importante, o más colaborador que yo, salió por la puerta. Una parte de mí se compadeció de él; la otra localizó a Beckett esperándome en el borde de la acera, abrazada a sí misma para proporcionarse el calor que aquel corto, sensual y caro vestido no podía darle. Hice un gesto a uno de los aparcacoches que esperaba metido en una garita, protegido del frío otoñal, y este se apresuró a buscar mi coche.

- Toma - dije, colocando mi americana encima de los hombros de Kate.

Ella se la sacudió y tuve que cogerla antes de que cayera al suelo.

- Maldita sea, Kate. Vale que estés enfadada conmigo pero ponte esto, no quiero que pilles una neumonía - la reprendí.

A regañadientes, cogió la americana que yo sujetaba, y se la puso, arrebujándose en ella. Aunque trató de que no me diera cuenta, pude apreciar como cerraba los ojos y disfrutaba de mi aroma. Fui a preguntar algo pero entonces una fan histérica se interpuso entre nosotros y tuve que atenderla a ella. Por el rabillo del ojo vi cómo llegaba el aparcacoches, y también pude ver a una Beckett nuevamente cabreada rodeando el coche y cerrando la puerta de un portazo. Me encogí, no solo por su enfado sino por el golpe.

La fan se fue, con lágrimas en los ojos y toda ilusionada, mientras yo solo podía morderme la lengua y entrar silenciosamente en el Ferrari. Arranqué y entré en el flujo del tráfico, esperando.

- Tú me pediste que te acompañara, me lo suplicaste, dijiste que te ibas a aburrir si no iba yo. Y resulta que, por ser buena y hacerte caso, la aburrida fui yo. ¿Sabes lo que es estar toda la noche soportando debates sobre temas como si ir al campo de golf o a los Hamptons en un fin de semana? ¿Y que te pregunten a ti y no puedas opinar porque no posees el dinero suficiente para hacer ninguna de ellas? ¿Y que cuando les expones tus razones huyan de ti como si fueras una apestada? Bueno, pues esa ha sido mi noche. ¿Y la tuya?