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Era una noche francamente desapacible. Aunque la lluvia que había estado cayendo sobre Kent durante los dos últimos días había ido amainando hasta cesar por fin, el aire aún estaba cargado de humedad y una capa de niebla cubría los pueblos y las fincas. Sí, era una noche desapacible... al menos, para la gente honrada, porque era perfecta para los ladrones, los canallas y los villanos. Al entrar dolorido en su modesta casa y dejar a un lado la capa roja y el sombrero, Guren Wimbourne tuvo que admitir para sus adentros que debería de haber sabido que el magistrado estaría alerta en una noche así. Los caminos lodosos y la espesa niebla entorpecían el paso de cualquier carruaje, por muy suntuoso que fuera, y unas presas tan fáciles resultarían demasiado tentadoras para cualquier salteador de caminos.

Sobre todo para el célebre Granuja de Knightsbridge. Guren fue a la cocina, y después de sentarse en una silla frente al fuego le echó una mirada a su hombro ensangrentado y maldijo su propia estupidez. Con casi cuarenta años, ya debería saber que el hombre que suestimaba a su enemigo podía acabar muerto. El anterior magistrado había sido un gañán dispuesto a hacer la vista gorda por la cantidad adecuada, pero Kureto Harper era muy diferente y en menos de un mes había dejado claro que con él no funcionaban los sobornos, la intimidación ni las amenazas directas. Nada podía doblegar su sentido del deber, ni su determinación por hacer que la ley del rey se cumpliera. Pero lo peor del caso era que aquel tipo tenía una capacidad endemoniada para pensar como un criminal.
Con aquel tiempo lluvioso, cualquier otro magistrado había supuesto que los bandidos estarían bebiendo cerveza en la posada, o calentitos entre los brazos de una ramera; sin embargo, Kureto se había dado cuenta de que el Granuja aprovecharía los caminos embarrafos y la niebla para salir a cazar.

Maldito entrometido.

Una pequeña sonrisa asomó por voluntad propia en el rostro curtido de Guren. A pesar del dolor del hombro y de lo espinoso de la situación, lo cierto era que sentía una cierta admiración por el tenaz magistrado. Desde que había dejado la marina, apenas había encontrado oponentes dignos contra los que poder medirse. Algunas de sus víctimas habían contratado a detectives para que le siguieran la pista, y algunos de los aristócratas de la zona, hartos de que sus elegantes invitados acabaran desvalijados al viajar por Knightsbridge, incluso habían recurrido a la milicia, pero nadie había estado a su altura hasta aquel momento. Aquel condenado magistrado se había ganado su respeto.
Su absurda digresión se cortó en seco cuando un criado de semblante severo entró en la cocina y se sobresaltó al verlo allí. Shinya había trabajado como mayordomo en algunas de las mansiones más distinguidas de Londres, y quizás seguiría haciéndolo si no se hubiera descubierto que había falsificado la firma de su señor en una serie de talones bancarios.
El hecho de que no hubiera usado el dinero para llenarse los bolsillos, sino para ayudar a un orfanato que luchaba por salir adelante, había carecido de importancia para las autoridades, y después de haberlo declarado culpable le habían condenado a permanecer recluido en las colonias penales.

Shinya había saltado por la borda del navío que lo llevaba hacia su prisión, y él lo había rescatado del agua casi muerto. De aquello ya hacía casi veinte años, y nunca se había arrepentido de aquel acro impulsivo. Shinya le había demostrado con creces su lealtad inquebrantable, y además le había enseñado los buenis modales necesarios para poder pasar por un verdadero caballero. Aunque a pesar de la elegante imagen que mostraba al exterior seguía siendo un granuja, y sabía que el único culpable de eso era él mismo.
Al ver que tenía la camisa empapada en sangre, Shinya se apresuró a acercarse a él.

- ¡Buen Dios! Señor, le han herido.
- Eso parece, Shinya.
- Dios sabe cuántas veces se lo he advertido. Un hombre de su edad tendría que estar sentado junto al fuego, y no correteando por el campo como si fuera un mozalbete. Estaba claro que iba a pasar algo tarde o temprano. Supongo que ese engendro del demonio que según usted es un caballo lo ha tirado al suelo, ¿verdad?
- Claro que no me ha tirado, insolente. No soy ni un vejestorio ni un jovenzuelo incapaz de controlar su propio caballo, por muy endemoniado que sea.
- Entonces, ¿qué...? -Shinya se inclinó un poco para ver mejor la herida, y se quedó de piedra- Que me aspen, le han disparado.

- Sí, eso me había parecido a mí -Guren se quitó la camisa con una maldición ahogada, y la tiró junto a la chimenea-. Maldito Liverpool y su dichosa panda de conservadores, les encanta arruinar a los ciudadanos a base de impuestos y entonces se sorprenden de que la gente tenga que recurrir al crimen para subsistir.
- ¿Liverpool le ha disparado?
Guren soltó una carcajada seca y carente de humor.
- No, simplón. Ha sido el magistrado.
- Ah... claro -Shinya sacó un trapo de un cajón, y volvió a su lado- Bueno, vamos a echar un vistazo.
Cuando el criado apretó el trapo contra la herida, Guren inhaló con brusquedad.
- Ten cuidado, Shinya. Duele como un condenado.
Shinya hizo caso omiso de sus protestas, y siguió limpiándole la herida.
- La bala sólo le ha rozado, alabado sea Nuestro Señor. Aunque la herida es bastante profunda, y va a necesitar algunos puntos -Shinya retrocedió un paso, y se las ingenió para mirar a su señor con una expresión aún más seria que de costumbre.
- Me lo temía -dijo Guren con resignación. No era su primera herida y sin dudas tampoco sería la última, pero resultaba un fastidio-. No te quedes ahí como un pasmarote, Shinya. Ve a por el hilo y la aguja... ah, y trae también el brandy. Si voy a tener que aguantar que me cures con esas manazas que tienes, será mejor que esté medio inconsciente.

Shinya alzó las manos de golpe, y empezó a retroceder apresuradamente.
- Dios me libre. Soy un criado, no un matasanos. Si necesitas que alguien le cosa, llame al viejo Goshi.
- ¿Para qué le cuente a todo el mundo lo de la herida en cuanto beba un trago de más?, no sea más tonto de lo necesario.
- ¿Qué más da lo que diga Goshi, nadie le presta atención cuando está borracho.
- Te aseguro que al magistrado le interesará mucho cualquier información sobre un hombre herido, porque sabe que ha conseguido alcanzar al Granuja de Knightsbridge -Guren hizo una mueca al pensar en lo estúpido que había sido- . Ponme la soga ya si quieres, para ahorrar tiempo.
Shinya permaneció en silencio durante unos segundos, y finalmente se dio cuenta de lo peligrosa que era la situación.
- Por todos los diablos, ya sabía yo que ese tipo sería un incordio. Es impropio de un caballero meter las narices en los asuntos ajenos.
A pesar del dolor del hombro, Guren esbozó una sonrisa al oír el tono de indignación de su criado.
- Mi querido Shinya, me parece que él considera que es su deber meter la nariz en todos los asuntos que conciernen a esta zona.
- Sin dudas quiere darse a conocer en Londres, y le da igual a cuántos tipos decentes tenga que colgar para conseguirlo.
- O tipos indecentes.

Shinya soltó un bufido mientras tiraba el trapo ensangrentado a una tira con agua. Era un hombre simple, que tenía su propia noción de lo correcto y lo incorrecto, y jamás vería a su señor como un infame criminal. Con cierta ironía, Guren se dijo que era una pena que no todo el mundo se mostrara indiferente ante sus más que cuestionables acciones.
- El viejo Royce sí que era un magistrado de verdad, un hombre que sabía realizar sus funciones -dijo el criado.
- Y que tenía la decencia de aceptar un amistoso soborno cuando se lo ofrecían -bromeó Guren.
- Sí, era un tipo sensato.
- Pero tenía una lamentable inclinación por la ginebra barata y las rameras, y eso lo mandó a la tumba antes de tiempo -Guren sacudió la cabeza, y no pudo evitar hacer una mueca cuando una punzada de dolor le recorrió el hombro-. Que lamentemos su pérdida no cambia el hecho de que nuestra misión se ha vuelto bastante más peligrosa, viejo amigo.
- A lo mejor debería quedarse en casa y no llamar la atención durante una temporada.

Guren intentó ponerse un poco más cómodo en la silla de madera. Lo único que quería era un baño caliente y una cama mullida, pero sabía que antes tenía que ocuparse de la herida. Y para eso tenía que convencer al testarudo de su criado de que se pusiera manos a la obra
- No te preocupes, Shinya. Por culpa de esa dichosa herida, voy a tener que estar inactivo días, puede que incluso semanas. Y deja ya de perder el tiempo, no pienso desangrarme hasta morir porque eres demasiado delicado para pincharme con una aguja.
- No pienso hacerlo, señor.
- De acuerdo, entonces dame la condenada aguja y lo haré yo mismo -le eespetó Guren, cada vez más impaciente.

- ¿Queréis que os ayude?

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Presento la primera parte del capítulo uno.

Son capítulos largos, así que los dividiré por partes. Por casualidad pensé que Shinya y Guren quedarían perfecto para el papel del padre y el criado.
Un poco de GureShin no hace mal a nadie.

¡Nos vemos en el siguiente capítulo!

¿Ya saben quién es el del último diálogo? Comentenlo en el apartado de comentarios, capaz adivinan. (?)

Se despide, Alphiara.

Cautivo del amorNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ