Capítulo I

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Elizabeth Collins, una dama muy respetable, con gran honor a su nombre y familia, estaba pensando seriamente sobre el tema más importante de su vida.

Ya cumplió los 16 años, ya tenía la edad apropiada para pensar en su futuro de usar el vestido de novia que alguna vez le perteneció a su querida, fallecida madre. Elizabeth pensaba en su futuro como esposa de un galán. Un hombre, que, para su criterio, debe ser adecuado en todos los aspectos. Debe tener los modales, las morales, la fortuna, fama y respeto que Elizabeth creía que se merecía. Pues, ella tenía todas estas virtudes, además de su persona que era considerada carismática, creativa, admirable, talentosa y sobretodo, maravillosamente bella.

En efecto, en cada baile que atendía, varios galanes pedían su mano para un baile o dos, tratando de encantarla, enamorarla y consecuentemente, pedir su mano como esposa. ¡Y vaya! ¡Cómo Elizabeth soñaba en ese galán de sus más íntimos sueños! Un galán que llenará todos los requisitos para ser de su disposición. Pero que mala suerte sufría. Cada galán que la atendía, que le hablaba, e intentaba enamorarla, era nada más que un caso perdido. Pues todos ellos tenían algún defecto; que no tenia los modales suficientes; que sus morales e ideas eran poco agradables; que su fortuna no podía sostener a una dama como Elizabeth; que no tuviese fama o respeto acreditado a su nombre en las altas sociedades; o simplemente, que el galán en mención, no tiene la apariencia deseada.

Elizabeth pronto cumplió los 17 años sin la suerte de encontrar esposo que la merece. Una mañana en el verano, Elizabeth tomaba una caminata por la ciudad cuando se choca con un hombre, nada feo, de aire encantador, que se encontraba en una de las esquinas de la carretera.

-Por favor, madam, le ruego que me disculpé- le empezó a decir este misterio joven, que nunca en su vida Elizabeth había visto, a pesar de tener varias conexiones en la ciudad. El joven tenía una mirada de preocupación, y sin pensarlo dos veces, le ofreció su mano a Elizabeth para ayudarle a retomar su equilibrio. Elizabeth quedó sumamente encantada, con sólo una mirada de él hacia ella, era lo suficiente para enrojecer su rostro, y eso nunca había sucedido en los bailes que atendía Elizabeth, y mucho menos en un encuentro de sólo una vez.

Elizabeth anhelaba saber más sobre este joven, saber cuál es su nombre, adonde vivía y que hace por la ciudad; pero ella es una dama y tenía que retirar sus deseos, conformándose con un simple: -Sus disculpas son aceptadas, gracias por su ayuda.

Y sin miradas hacia atrás, los dos se fueron por sus diferentes caminos. Sin embargo, la atracción invisible, no apropiada e intensa (para una primera vez), era más poderosa, y el joven se regreso para verla al menos una vez más. Elizabeth pronto se dio cuenta y ya no pudo resistir.

-¡Joven!- ella lo llamó, y él rápidamente se acercó hacia ella.

Antes de que Elizabeth pudiese introducirse por su propia voluntad, él le preguntó:
-Madam, ¿tendré el placer de saber su nombre?

"¡Qué modalidad tiene él! ¡Qué hombre tan cortés y civil!" pensó Elizabeth, al escuchar las hojas bailar en el viento de la mañana.

-Será de mi placer decírselo, joven, me llamó Elizabeth Collins.- le respondió Elizabeth, sonriendo un poco.

-Encantado de conocerla Señorita Collins...- empezó a decir el joven, pero antes de darle a conocer su nombre, la campana de la iglesia sonó y su expresión cambio, su manera algo agitada, y con prisa le dijo a Elizabeth por última vez, -Señorita Collins, otra vez le ruego que me disculpe pero es de gran importancia que me retiré, fue el más grande placer conocerla y deseo verla otra vez.- Le beso la mano y con otra disculpa más, se despidió de ella, retirándose hacia su dirección original.

Elizabeth intento no sentirse frustrada. Pero fue muy difícil para ella, ya que se quedó con la duda de quien era y por qué se fue. A menos que sea un pobre sirviente que se tuviese que ir a esta hora, pero sus modales, su apariencia, su forma de ser (basándose en tan pocas palabras), no eran las apropiadas de un sirviente.

"¡No! Qué horror al tener esos pensamientos. Él no puede ser un sirviente," pensó Elizabeth, ya que si lo fuera, sería una desgracia para Elizabeth haber gastado tiempo con él. Elizabeth negó todos estos pensamientos molestos y continuó su calmada caminata por la ciudad.

Desgraciadamente, para el desagrado y desconocimiento de Elizabeth, el joven si era un sirviente, y para el desconocimiento de ambos, su amo era nada más y nada menos que el hermano del honorable y orgulloso Señor Collins, el tío de Elizabeth, el viejo Señor Williams.

El Señor Williams leía con mucho gusto el periódico, admirando los dibujos muy bien detallados de el duque y la duquesa del reino. Escuchó un ruido escandaloso en su casa amplia (muy amplia) y grito, -¡Joven Newman! ¿Eres tú?

El joven, quien era ese que Elizabeth se encontró está mañana, le respondió a su amo,

-Si Señor Williams, soy yo, le ruego su disculpa por atormentarlo.

-¿Atormentarme?- se rió el Señor Williams, -Muchacho, eres muy gracioso, ahora entra la biblioteca y selecciona el libro de tu agrado, esta mañana quiero pasarla analizando y disfrutando de las grandes obras de literatura que ofrece mi biblioteca

Newman aceptó la invitación de su generoso amo, y selecciono un libro, pero no podía concentrarse en su contenido, pues solo pensaba en los ojos azules de la Señorita Collins, sin saber de quien se trataba.

Elizabeth, también, no podía dedicarse totalmente a su práctica en el piano o su lectura de las grandes obras, ella estaba ocupada en pensar de ese misterioso joven, y todas las mañanas iba a caminar por el mismo camino que esa mañana de verano para ver si tenía la suerte de verlo otra vez, pero nunca se lo volvió a encontrar.

Perfección ImperfectaWhere stories live. Discover now