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-Lía, ven aquí ahora mismo.- esa soy yo, la famosa Lía, un diminutivo de mi verdadero nombre, Liana.

-¡Voy enseguida tía Mer!- contesto alzando la voz desde mi cama, puesto que estoy en el piso de arriba. Por el tono de voz que puso antes, algo habré liado yo.

-Me muevo, retorciéndome en la cama a causa de las mantas enrolladas en mis pies. Tras dos intentos logro moverme, pero, sin éxito alguno, logro caerme de morros contra el suelo , logrando así un fuerte estruendo, que, para mi poca suerte, retumba por toda la casa. Escucho fuertes pisadas por las escaleras, apresurándose a gran velocidad hacia, hasta ahora, mi habitación, dejo de escucharlos, registro con la mirada toda la habitación hasta detenerme en la puerta, abierta, con mi tía en el marco de la puerta riéndose, con una mano sujetándose la barriga. Genial, que manera más estupenda de comenzar la mañana. En vez de ayudarme, se queda , aún, recostada en el marco de la puerta, con la misma imagen de antes, ruedo los ojos ante ello, no me impresiona que este carcajeándose de mi acto imprevisto.

-Mi tía deja de reírse, inmediatamente poniéndose seria, llevando su mano derecha hacia su cadera, lanzándome una mirada asesina, sonrío como puedo, recostándome sobre mis codos, mirándola de forma angelical, de esas miradas que aparentan que no has roto un plato jamás.

-Se dirige a regañarme, cuando suena su teléfono, da media vuelta, yendo escaleras abajo para atender el dichoso teléfono, así, olvidándose como siempre de mi. Lo olvidaba, no todo son risas ni felicidad. Pero ya volví a la normalidad, a la realidad. Me pongo de pie, apoyándome sobre mis firmes manos. Hago la cama rápidamente, poniendo las mantas sin estirar por encima del colchón, simulando haberlas hecho, una vez hecha, me dirijo hacia la ducha, parándome primero delante del reloj dándome cuenta de que si no avanzo con rapidez, volveré a llegar tarde, así que avanzo a toda prisa, adentrándome en el cuarto de baño, sin detenerme por nada.

-¡Buena suerte Lía! ¡Intenta disfrutar el día! - inmediatamente, sin esperar respuesta alguna por mi parte, avanza a toda prisa por la calle hasta perderse entre las estrechas calles de esta ciudad. Doy una vuelta de exactamente ciento ochenta grados, y, me fijo que hay gente observándome, apoyados en grupos en las partes delanteras de sus lujosos coches. Dándome todo igual, avanzo, sola, hasta la puerta del recinto escolar, con la mirada fija en el suelo, abriéndome paso entre la gente con cada paso que doy.

-Cuando me voy aproximando hacia la puerta de entrada, suena el estruendoso sonido emitido del timbre que anuncian las clases. Enseguida, todo se envuelve en un gran caos, sin siquiera llegar a la puerta, los estudiantes se aproximan a gran velocidad hacia la puerta, a base de empujones, y en otros casos, patadas. En cuestiones de minutos me quedo sola ante la puerta, se que, en cuanto entre, será mi perdición, una hora metida en una misma clase, con unos compañeros parecidos a simios sin control, y chicas que se creen barbies, durante toda una hora. Suspiro, con una mezcla de aburrimiento y cansancio.

-Justo en el momento en el que me disponía a tocar levemente la puerta, noto un gran apretón en el pecho, acompañado de un ligero escalofrió que me recorre por toda la columna vertebral hasta llegar a los pies. Esto solo significa una cosa, algo malo acaba de pasar.

-No le doy importancia al asunto recién ocurrido y golpeo suavemente la puerta, esperándome lo peor puesto que me retrasé de nuevo.

-¿Qué son estas horas de llegar jovencita? -Me chilla, como siempre, poniendo su típica cara de amargada y cruzándose de brazos.

-Había demasiado tráfico señora Miller, no puedo luchar contra el tráfico.- le contesto mientras voy buscando con la mirada un hueco libre con la mirada.

-No puede luchar contra el tráfico, pero si puede luchar contra el sueño y levantarse a una hora decente que le permita llegar a la hora exacta.

Las paredes del boxeoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora