Capitulo cincuenta y tres

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“Si Iarón hubiese venido conmigo… tendría que haber insitito más, convencerle de cualquier modo”.

Pero ya era demasiado tarde para lamentarse y también demasiado estúpido.

Cerró los ojos mientras respiraba dificultosamente y quedó sumida en un extraño trance que la trasportaba a un lugar que no era el mundo de los sueños pero que iba más allá de la inconsciencia. En ese extraño mundo, le pareció oír algo, como una vibración en el aire y en el suelo. Después Chisare creyó en su estado que habían voces en la atmosfera pero no podía asegurarlo porque no entendía nada. Pasaron unos momentos eternos en los que todo parecía irse fundiendo en borrones grises y marrones cuando escuchó alto y claro su nombre.

- ¡Chisare!

La joven intentó abrir los ojos y lo consiguió en parte pues solo los pudo abrir un poco mientras gemía por el enorme esfuerzo que eso le suponía.

- ¡Chisare!  - volvieron a llamarla.

Un rayo de esperanza reverberó en el corazón de la muchacha que intentó levantarse de nuevo he incluso hablar. Pero no podía hacer las dos cosas a la vez así que optó por ayudarse con la raíz de ciprés para incorporarse. Hizo fuerza con las manos y moviendo el cuerpo como si fuese una anguila, pudo apoyarse en la raíz y mirar por encima del suelo.

- I… Iarón - murmuró para luego gritar -: ¡Iarón!

- ¿Lo habéis escuchado? ¡Chisare! ¿Dónde estas?

Con el pecho ardiendo y la respiración agitada al igual que el latido de su corazón volvió a gritar.

- ¡Iarón! - no le salía otra palabra, no podía decir nada más.

- ¡Es por ahí! ¡Ya voy!

Las lágrimas y los temblores regresaron sobre la Dama que se sujetaba a la raíz tan fuerte que se clavaba astillas bajo las uñas. No le importaba. ¡Él estaba allí! Finalmente había ido tras ella, la había seguido para ayudarla. ¡Le había creído!

Le desbordaban las lágrimas cuando él apareció tras unos árboles sobre su espléndido caballo y sus soldados detrás como si se tratase de un escuadrón de salvación. El rey - su Iarón - frenó en seco su caballo sin importarle que se pusiera a dos patas y saló sin pensarlo cuando el animal volvió a estar a cuatro patas. El joven corrió con el rostro sonrosado hacia ella y la tomó en sus brazos con fuerza y desesperación. Ella le correspondió como pudo por estar tan cansada.

- Por los dioses, por fin te he alcanzado - dijo muy cerca de su oído. ¿Cómo estas? Déjame que te vea - la miró con el ceño fruncido y los ojos llenos de ansiedad -. Estas demacrada y más delgada.

- Tengo sed - dijo ella mientras Iarón omitía que estaba sucia y con la ropa rota en algunas partes.

- ¡Traed mi odre de agua! - gritó. Un soldado le obedeció don presteza y Chisare bebió unos sorbos antes de beberse medio odre.

El estómago le rugió y la garganta dejó de quemarle y de saberle a tierra. Apartó el odre de sus labios a pesar de seguir teniendo sed, pero sabía que su cuerpo necesitaba un descanso antes de seguir bebiendo y que era su mente la que la instaba a beber hasta ahogarse después de dos días sin ingerir agua.

- Ven te daré algo de comer - dijo Iarón mientras la tomaba entre sus brazos y la alzaba.

El rey la sentó contra el tronco de un pino y ordenó que trajesen sus provisiones. Así lo hicieron y le entregó a la joven una manzana y un trozo de queso curado. Chisare se lo comió todo intentando no dar rienda suelta a su hambre voraz y comió sin pronunciar palabra bajo la atenta mirada de su amado. Los soldados se apearon y se quedaron montando guardia alrededor de ellos con la vista fija en cualquier señal de peligro que diese los Bosques Sombríos.

Los Hijos del Dragón  (Historias de Nasak vol.1) EditandoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora