Capitulo cuarenta y siete

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Él y sus hombres entraron con sigilo a la sala del concilio - completamente vacía y adornada igual que siempre -. Xeral contempló aquella sala y acarició al superficie de la gran mesa redonda que pronto sería enteramente suya al igual que habría que colgar nuevos tapices allí, los que contarían como consiguió su trono. Su poder.

- Que uno de vosotros se dirija a la entrada del elevador por el cual se hha ido Varel. Cuando le veáis, cortad las cuerdas del elevador, no nos interesa que se meta en este asunto. Los demás, vigilad la entrada mientras yo voy a por nuestra exquisita reina.

Los hombros asintieron y uno de ellos se marchó mientras él iba en busca de Criselda. En verdad el joven no estaba seguro de si ella se encontraría allí, pero si no lo estaba la esperaría. No tenía más opciones. Pero la suerte estaba siempre de su lado y, en el dormitorio privado, estaba ella acostada y completamente dormida. Algo dentro de él se agitó cuando la vio, tan bella y hermosa allí tumbada con el rostro congestionado por la fatiga y el mal sueño.  Su cabello - ahora largo - se desparramaba por los almohadones y también por sus hombros desnudos.

Xeral se acercó a ella invadido por el deseo de tocarla he incluso de poseerla. ¿Cómo podía ser más hermosa que antes? ¿Por qué la atraía tanto? Siempre había sido así desde el día en que la vio en la corte de Senara aún casadera. Había algo en ella que le llamaba la atención que lo ataba irremediablemente y que conseguía que deseara que fuera suya a pesar de no sentir amor por ella. Pero el deseo que le despertaba era tan intenso y quemaba tanto que parecía sumido en un fuerte hechizo que era incapaz de sortear.

Sin dejar de observar su espléndida belleza, se acercó a ella y se subía al lecho con las manos extendidas. Le acarició el sedoso cabello castaño y también los labios y el rostro. Ella gruñó por lo bajo ante sus caricias pero no despertó. Xeral bajó la mano por su cabello hasta su hombro y de allí siguió la línea de su cadera hasta su muslo. Ella se removió pero él no se detuvo. Su mano bajó hasta su parte más intima al igual que la otra bajó de su mejilla hasta la base de su cuello y de allí hasta un seno redondo y tierno.

Criselda frunció el ceño y jadeó antes de abrir los ojos de golpe. Sus iris verdes le miraron y él se inclinó para besarla a la fuerza tal era su deseo. Ella luchó pero él era más fuerte y la atrajo hacia sí mientras penetraba sin piedad su boca a pesar de que ella intentaba que él no introdujera su lengua en ella. Pero Xeral ganó y bebió de ella sin dejar de tocarla allí abajo donde él más deseaba introducirse. Pero entonces, Criselda le clavó las uñas en los hombros a la vez que conseguía hacerle una clave de inmovilización y se demasiaba de su agarre férreo.

Como un conejo acorralado por un lobo, la joven se precipitó del lecho contra la pared resollando y con las mejillas coloradas por el esfuerzo y - tal vez - por el deseo o la vergüenza. No podía saberlo.

- Hola quería mía - la saludó con aquella sonrisa sarcástica y llena de seguridad. Ella le contempló con el rostro desencajado por el asco. ¿Asco? ¿De él? Apretó los puños mientras ella se pasaba las manos por el cuerpo y por los labios como si quisiera desprenderse de sus besos.

- ¿Qué haces aquí? - preguntó como si hubiese visto a un fantasma o algún monstruo horrible.

- ¿No te alegras de verme de nuevo amada mía? He venido por ti - dijo con los ojos entrecerrados mientras ella se alejaba más de él conforme me acercaba.

- No, márchate. No quiero ir contigo a ninguna parte - manifestó la joven reina mirando alrededor como buscando algo o a alguien.

- ¿Buscas a mi hermano? Se ha ido y no creo que le sea fácil regresar.

Los ojos de Criselda se dilataron por el espanto mientras se quedaba paralizada y se llevaba una mano al vientre y apretaba los dedos contra la tela de su ligero vestido veraniego de lino negro con volantes de pura seda.

Los Hijos del Dragón  (Historias de Nasak vol.1) EditandoWhere stories live. Discover now