Dejé su cuerpo reposando en la única cama, luego tomé una leña y la eché en el hogar.

Tan sólo miré a aquello, y fuego apareció. Las llamas verdes danzaban en la madera hasta que esto recobró un color normal.

Localicé una pequeña cocina hecha de ladrillos y más madera. Hice lo mismo, y el fuego apareció.

Traje unos cuantos cuervos muertos, removiendo sus plumas antes de posarlas sobre la olla. Coloqué agua en ésta y esperé a que se cocinara.

Truenos sonaron, pero no tenía miedo de ellos. Mis ropas se secaron en un instante y escuché a alguien esnifar y toser.

Me di la vuelta y vi a Lucinda. Ella estaba acurrucada y esnifando. Mierda.

Miré alrededor y localicé un gran armario de madera. Abrí este para ver unas feas –pero grandes–cobijas, un gran abrigo, y una lata de frijoles.

Tomé las grandes mantas y caminé hacia Lucinda.

—Lucinda —murmuré, moviendo su brazo para despertarla. Y lo hizo.

¿Q-Qué? —preguntó, y me qué admirando su pálido rostro con sus típicos ojos azules que ahora estaban grises.

Ella tenía esa visión borrosa a causa suya. Es algo que ella se causó, y la única cura para esto era llevarla a que le revisasen los ojos y que tomase medicina o algo.

Debí haber sabido que no era el único fantasma en esta ciudad. Y no soy sólo yo el único desgraciado que está asustado aquí.

Ella hizo un mal movimiento al asustar a Lucinda un día en la televisión; sólo yo la puedo acabar, sólo yo la puedo matar. Tengo que acabarla una vez que todo esté claro.

La madre de Lucinda la está buscando, pero yo no sé la daré. Todavía. Debí haber sabido que ella le tiene miedo a Lucinda.

Mmm. Tal vez pueda usar a ésta chica para ahuyentarla.

Pero no podía tener a Lucinda, quién tenía una visión borrosa. No, eso arruinaría todo.

—Lucinda, aquí. —Le entregué la cobija y ella la envolvió en su cuerpo.

Supongo que tendría que calentar a esta chica antes de que agarre un resfriado.

Caminé hacia el armario y tomé el abrigo, corriendo hacia ella nuevamente.

—Lucinda, quítate la ropa, está húmeda.

Me sorprendió que ella no rechistara, de hecho, ella siguió cada orden.

Primero, removió campera, luego su camiseta. Tragué y la admiré mientras se sacaba el jean.

Joder.

Se sacó sus zapatos y medias, quedándose simplemente en ropa interior.

Mierda. Ella es muy caliente– no. No. Ella es un humano. Algo viviente.

La envolví en el abrigo, y oculté cada parte de piel que estaba expuesta. Lo abotoné y miré hacia arriba.

Su rostro estaba cerca del mío, su respiración golpeaba mi rostro. Sus ojos estaban cerrados.

Me moví de allí antes de recostarla nuevamente en la cama. Puse las cobijas sobre sí.

Escuché el agua hervir y vi que estaba listo. Serví esto en dos pequeñas fuentes.

—Lucinda, será mejor que comas —murmuré, dejando que se sentase. Estaba recostada en la almohada.

¿Huh?

—Come —ordené. Ella tomó el recipiente y probó la sopa. Tomé un tenedor de madera, lo hinqué en el cuervo, y se lo extendí: —Come.

Ella abrió su boca y mordió el ave. Masticó cuidadosamente. Podría decirse por su rostro que le había gustado.

Oh, ni siquiera sabes qué es.

—¿Delicioso? —Ella asintió, comiendo más. Sonreí de forma burlona—. Es sopa de cuervo.

Sus ojos cerrados se abrieron, y de sobremanera. Antes de darme cuenta, escupió todo de regresó al recipiente.

¡Puaj! —Hizo una mueca de horror antes de reposar la fuente en la mesa de luz. Me reí de su expresión.

—¿Creí que te estaba gustando? ¿Por qué lo escupiste de repente? —inquirí.

Ella me fulminó con la mirada: —Jódete.

Y eso me hizo reír aún más fuerte.

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Hex [h.s]Where stories live. Discover now