Parte 2

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Llevaba tanto tiempo allí, que creyó que su existencia no se había dado más que entre esas cuatro paredes. Había olvidado cómo era el exterior, había olvidado cómo era el universo. En su vida no había nada más que humedad, cadáveres y el olor insinuante de ese ángel frente a él.

¡Quería devorarlo! ¡Podía hacerlo en cualquier momento!... Pero no tenía más que su compañía. Se volvería loco sin él, sin embargo, las ansias por consumirlo ya estaban haciendo ese trabajo.

Era un secreto a voces que los demonios, al igual que los humanos, eran seres sociales. Tenían el don de manipular a cualquier criatura con sus palabras, hasta el punto de doblegarlos a su voluntad. Sin comunicación, los demonios no podían adueñarse de los corazones débiles y, por ende, no eran nada.

Un sonido casi eléctrico se escuchó como tantas otras veces en ese lugar.

¡Ese maldito ángel obstinado! ¡Si supiera lo horrible que olía su carne al quemarse! ¡El desperdicio que era eso!

̶ Deja de hacerlo -pidió furioso al verle intentar nuevamente atravesar las rejas negras de aquel lugar ̶ Ya te he dicho que la energía demoníaca de esos malditos barrotes vienen de la sangre misma de Lucifer... un ser como tú jamás podrá traspasarlas ¡No sin perder la vida en el intento! Y eso si tienes suerte... sino una terrible agonía te espera.

̶ ¿Y qué insinúas? ¿Morir aquí de hambre?

̶ Es lo mejor que podría pasarnos, estando en sus dominios... podría decirse que es piadoso.

El ángel soltó una carcajada irónica y hueca.

̶ Piadoso dices... ese no sabe lo que es la piedad.

Aszharot ya no quiso contestar. El tan sólo mirarle hacía que su boca comenzara a salivar. Podría arrancarle los ojos y comérselos... la lengua, tal vez... ¡Cualquier parte de él bastaría! Lucifer no había dicho nada en contra de eso... mientras se mantuviese con vida hasta que la muerte le llegase de manera pacífica todo estaría bien, ¿no?

¿A quién engañaba?... si ponía un dedo sobre ese maldito ángel, de seguro el peor de los castigos caería sobre él.

Sin embargo, el hambre rasguñaba sus entrañas de manera inclemente. Él, que tanto se había reído de los que morían de inanición, ahora pasaba por lo mismo.

Ironías de la vida.

Respiró hondo un par de veces y observó hacia todos lados buscando distraerse.

Tenía que pensar en algo más o enloquecería. Fue en ese momento en el que su mirada se topó con el resto de los cadáveres cuya carne ya estaba verde y viscosa por el tiempo que llevaba ahí. ¡Sabía que le haría mal! ¡Que no serviría de nada! Pero... ¡tenía tanta hambre! No pudo evitarlo, levantándose de un salto se abalanzó contra aquellos cuerpos y comenzó a devorarlos con avidez. No tenían sabor, eran insulsos y pastosos... como cenizas en su boca. ¡Aquellos seres celestiales que antaño debieron haber sido deliciosos, ahora no eran más que arena!

Pronto comenzó a sentirse mal. Su estómago en lugar de agradecer que al fin pusiese algo dentro, se quejaba del mal estado de aquella carne.

Las arcadas devinieron en vómitos sin que pudiese evitarlo y, cansado, se retiró de allí tratando de quitarse de encima aquellos jugos desagradables que se desprendían de su infructuosa cena.

Se sentó contra la pared y respiró hondo un par de veces, antes de comenzar a reír. ¡Estaba tan frustrado!

Se estaba volviendo débil. Los sentimientos eran una clara muestra de ello.

Cuando las carcajadas se calmaron miró al ángel.

̶ ¿Quieres comer?... yo podría ayudarte a trepar el muro para llegar a la rendija - ofreció sin saber por qué, incluso sorprendiéndose a sí mismo. Su estómago volvió a gruñir adolorido, pero lo ignoró. No sabía por qué era amable. De seguro el hambre estaba haciéndole desvariar, o tal vez se trataba de la carne en descomposición que acababa de consumir.

CondenadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora