Parte 1

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Despertó a media mañana con la luz del sol golpeándole en la cara. La cabeza le martillaba peor que si se tratara de una resaca. Había soñado con ella otra vez, su aroma, su suave piel. ¿Cuándo sería el día que por fin consiguiera olvidarla?

Se sentó en la cama con pesadez y giró nostálgico hacia la mesita de noche donde reposaba la fotografía. ¿Cuánto más la habría amado? No pudo evitar soltar un ligero suspiro de tristeza al enfocarse en sus ojos. No era como las otras, con ella había descubierto que la mirada era la ventana directa al alma de una persona y por eso se había enamorado. Sin embargo, le molestaba pensar en ella, porque era revivir el día en que su vida cayó a un abismo. Ella lo había mandado directo hacia la perdición.

–¡Basta! –gruñó para sí mismo, mientras apartaba con un manotazo la fotografía de aquella mujer que para él era un tema tabú.

Aún era joven, no tenía más de treinta y cinco años y su vida ya era un desastre. No sabía con exactitud si se podría definir a aquella miseria que llevaba día con día como vida, « ¿Por qué no, simplemente, acababa consigo mismo de manera rápida?», se preguntaba cada día, pero enseguida sabía la respuesta. Aún tenía motivos para vivir, tenía motivos retorcidos. Sí, pero seguían siendo motivos y sin ellos no le quedaba absolutamente nada más. Pero no podía continuar el resto del día lamentándose la existencia, tenía asuntos por resolver y entre ellos era conseguir una nueva víctima. Su vida era prácticamente la de cualquier persona, un profesor joven que impartía unas cuantas clases en la universidad, a excepción, claro, que era un asesino serial. ¡Vaya combinación! Pero así era el camino por el que había decidido llevar su vida                                                                               

* *

Todos los días eran algo monótonos, llegaba al trabajo con un montón de jóvenes que caminaban a paso apresurado y que era fácil ver por lo que atravesaban en sus vidas fuera de la escuela. Bastaba sólo con observar sus caras de preocupación, de arrogancia y las expresiones de algunos que no sabían ni que estaban haciendo consigo mismos. Por eso, era el lugar perfecto para conseguir una buena víctima. Solía escoger a la típica chica que se comía el mundo. Aquella con problemas en su casa, la rebelde o a la que conocía muy bien la vida nocturna. Aquellas jóvenes a las que nadie echaría de menos si un día llegasen a desaparecer, pues bien podrían pensar que habían dejado la escuela e incluso la ciudad a causa de algún embarazo o drogas. Y de esas había de sobra.

Dejando sus pensamientos de lado se concentró en llegar al aula de clases donde un grupo de jóvenes estaban platicando alrededor de su escritorio. Entró con semblante serio. Ese día se sentía menos paciente para fingir algo que aborrecía totalmente.

–Vayan a sus lugares –Ordenó, ahuyentando de su lugar al montón de chicas que sonreían embelesadas de tan solo verlo.

Reían casi por cualquier comentario que él hacía y eso solo le colmaba más su paciencia. Se giró a anotar en la pizarra cuando la puerta se azotó dejando ver a una joven con la respiración agitada y los ojos completamente irritados.

– ¿Se puede? –preguntó con timidez.

Él simplemente asintió con la cabeza, mientras en su mente pensaba en el motivo del semblante de la joven. Era claro que había estado llorando, quizá algún chico le había roto el corazón, realmente le daba igual; aunque su mente se entretenía cuando esas cosas pasaban. Las jóvenes de diecinueve años eran fáciles de predecir, era muy sencillo adivinar en lo que pensaban y eso lo demostraba cada día con el par de asignaturas que impartía. La clase se terminó más rápido de lo que él había esperado y pudo suspirar tranquilo después de todo el ajetreo que traía en sus pensamientos.

Mi anhelada muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora