De dos enamorados

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Mi padre era uno de esos hombres impecables de la vieja escuela, se peinaba hacia atrás, era alto y delgado con una espalda ancha, tenía la piel blanca, nunca se dejaba el bigote ni la barba y siempre tenía una mirada sería, incluso cuando estaba muy alegre. Amante del jazz, de traje entero o gabardinas costosas, alta clase social, mago aficionado o «mago de viernes por la noche» con un misterio y personalidad bastante artísticos. Era tan singular, que a cierto punto, parecía un personaje de película de los años 20.

Tenía una extraña preferencia con los martinis y los habanos, decía que sus sabores eran especiales.
Salía todos los fines de semana a algún bar o al casino de franquicia familiar, adoraba que los demás lo reconocieran por su seudónimo de ilusionista, y una que otra vez le pidieran un truco y lo acompañaran el resto de la noche.
_Te amo, te amo como a mi vida...-decía con sus labios haciendo poesía a cada una de las bebidas de la noche-
Pasaba horas viendo los ventanales buscando yo no se qué, o como el decía "Buscando al señor en los cielos que bendito sea" y deducía cada estrella que quedaba atrapada en su vista.
Una de esas noches, cuando mi padre trataba de vigilar el firmamento fue interrumpido por una figura femenina que estaba en otra mesa con sus amistades, vigilándolo a él.
¿Qué observa tanto?-se preguntaba- ¿Acaso querrá un truco? ¿Querrá saber mi nombre?-Porque él sí quería saber el de ella-
Andaba elegante, con un negro que le relucía, con cabello café lacio, ojos café claro, piel bronceada y un martini igual al que mi padre sostenía en su mano. Todo era como un reto para ver quién se acercaba primero al otro.
Allí comenzó el coqueteo con miradas, y lo que se convertiría en la primera mejor noche de ellos, y de mí, secretamente.
Eran la envidia del resto de las parejas, en simples palabras, eran la unión perfecta; recreaban mil y un veces la escena de la fuente en La Dolce Vita y cada noche era una de las candilejas que iluminaban una historia de amor que parecía más que invencible al mundo. Se alimentaban de los pecados y seguían amándose, y un día mi padre decidió renunciar de una vez a su fidelidad por los habanos y los martinis, pera serle fiel a quién se convertiría en mi madre.
Los dos le iluminaron la vida a muchos, incluso a mí, aún en estos tiempos. No me gusta pensar que murieron, sólo pienso que se escaparon a otra ciudad, a otro casino o a otra fuente, a seguir viviendo La Dolce Vita, para que ninguna de esas candilejas pueda apagarse jamás.

Ilusionistas EngañadosWhere stories live. Discover now