3. Cenizas y recuerdos

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Sofi

—Sofi. Sofi, dale. Despertate.

Alguien me obligó a desprenderme de aquellos hermosos recuerdos.

—Dale, Sofi —escuché la voz preocupada de Nara y sentí su mano sacudiendo mi hombro.

Parpadeé varias veces para acostumbrarme a la brillante luz del sol que entraba por la ventana. Aun me costaba ver bien durante el día.

Desconcertada, miré a mi alrededor. Estaba en Claro de Luna, en el cuarto de huéspedes que me había pertenecido los últimos días y sentada en mi cama estaba Nara. Sus ojos estaban llenos de malas noticias.

«Lo sé. Antes de que me lo diga, yo ya lo sé. Lo sé y no necesito que me diga nada. No quiero que me diga nada, porque si lo dice en voz alta será verdad y mi mundo se romperá en pedazos».

Ella me entendió y no habló, simplemente me abrazó mientras las lágrimas comenzaron a bañar mi rostro. Y las lágrimas se convirtieron en gemidos y gritos de dolor mientras la verdad cortaba profundo dentro de mí. Lloré mientras todo se desmoronaba. Mientras yo me quebraba y caía y me ahogaba en el dolor. Nara me sostuvo fuerte, rodeándome con sus brazos y acariciando mi cabello mientras intentaba decir palabras de consuelo. Pasaron siglos antes de que ella considerase correcto darme la información que había venido a darme.

—Lo siento, Sofi —dijo, sin soltarme—. Sara vino recién, tu hermano la ha llamado hace un momento. Pero vos ya lo sabías, habías gritado hacía unas horas y luego te desmayaste. Perdón, no queríamos despertarte hasta confirmar quién era. Lo siento tanto... Le dispararon cuando intentó impedir un asalto. Él... Él falleció en el acto, no hubo nada que se pudiera hacer.

Nara dijo todo aquello en susurros entrecortados por la pena. Ella nunca había conocido a mi padre, pero lo sentía por mí. Porque, a pesar del poco tiempo que pasamos juntas, realmente nos habíamos hecho amigas. Entre nosotras no había prejuicios ni cosas que nos avergonzaran, desde un principio habíamos sido auténticas. Sabía que ella odiaba tener que darme estas noticias, pero yo no hubiera querido que nadie más me lo diga. No me hubiera gustado llorar en los brazos de nadie más. Aunque sabía que tendría que hacerlo. Era cuestión de tiempo antes de que tuviera que enfrentarme a tía Sara y Lucas, Nahuel y su familia; quizás mi hermano y compañeros de mi papá... Quizás habría una misa o un entierro. Todo un desfile de personas que me darían su pésame de todo corazón, que me dirían que era una tragedia y que mi padre fue un gran hombre.

Toda la misma mierda que tuve que pasar con mi mamá. De nuevo.

«¿Por qué esto estaba pasando de nuevo? ¿Por qué? ¡¿Por qué?!»


Pasaron minutos, horas, eternidades que duraron dos días.

Tía Sara me había ido a buscar para que volviera a su casa hasta que mi hermano viniera por mí. Así que me encerré en la habitación que siempre había sido mía, dentro de paredes pasteles y telas llenas de flores y encaje. En un rincón había un sillón de mimbre donde acostumbraba tirarme a leer, mis valijas -la vieja y la que me habían regalado para mi cumpleaños- desechas a un lado, vomitando su contenido de ropas, libros y souvenirs. El amanecer brillaba del otro lado de la ventana y la habitación se iluminaba como un cuento de hadas. Tan colorido, tan hermoso.

Otro bello día llegaba como si nada y eso, últimamente, me enojaba mucho. Me acosaba el anhelo egoísta de un cielo gris y lluvioso que compartiera mis sentimientos. No era justo que el sol brille sin un par de ojos marrones que le miren. Sin que mi padre viva bajo él. Porque él se había ido y no había nada que pudiera hacer. Nada más que llorar. Y no hice otra cosa en todo este tiempo; quedarme en el cuarto sola, llorando hasta que se me secaran los ojos y me ardiera el rostro. A veces, escribiendo cada pensamiento que me atormentaba en mi cuaderno, desahogándome de la única forma que conocía: a través de letras que nadie leería. A veces escribía durante horas sólo para luego romper en pedazos las hojas de papel.

La chica voz de sombras | Arcanos 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora