Capitulo III

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Llegamos a un restaurante precioso en el cual Silvia ya había reservado mesa, tenía unas vistas espléndidas.
-Señoritas... por aquí -dijo el maître.
Nos guió hasta nuestra mesa y nos sentamos, tomó la comanda y se retiró.
-¿Te gusta?
-Silvia, es muy bonito y por ende imagino que muy caro.
-No te preocupes, cariño, que por una vez... ¡vamos a soltarnos el pelo!
Reí y agache mi cabeza, no en señal de vergüenza sino en señal... sinceramente, no se muy bien por qué razón lo hice.
-La primera vez que vine aquí -comenzó a relatar Silvia- me trajo Andreu...
No, no. Por favor, que no siga.
-Señoritas...
Salvada por la campana.
-...su comida, que aproveche.
Le dimos las gracias al camarero con un gesto de cabeza y una sonrisa.

Creo que jamás, en mi vida, he comido tan bien. Nos encaminamos a un centro comercial para echar un vistazo a algunas tiendas. Pero de pronto frene en seco, más bien, algo me hizo frenar en seco. Un vestido rojo, precioso, con un escote en pico y rematado por una fina tira de encaje negro.
-Silvia -ella también paró y camino hasta quedar a mi altura, delante del escaparate- me he enamorado.
Le dije señalando el vestido.
-Lo cierto es que te quedaría como un guante. Entremos.
Cogió mi muñeca y me arrastró dentro de la tienda.
Me probé el vestido, era una maravilla.
-¡Ana! ¡Déjame verlo!
Reí dentro del probador y me cambié de nuevo para ponerme mi ropa. Salí directa a la caja.
- Jo -se quejo como una niña- quería verlo.
-Esta noche lo verás -le sonreí pícaramente.
-Como te gusta, ladrona.
Noté que me empezaba a poner extremadamente colorada y supliqué dentro de mí que, por favor la cajera se diera prisa para salir de allí cuanto antes.

Llegamos a la entrada del hotel donde me hospeda.
-Pues hasta después Ana -se despidió Silvia.
-Adiós, te veo en un rato.
-Paso por ti sobre las... ¿diez?
Mire mi reloj, eran las siete, tenía tres horas para prepararme. Perfecto.
-Genial, te espero.
Me lanzó un beso volado y cerré la puerta del taxi, me quede allí plantada hasta que el vehículo despareció de mi vista.

El teléfono de mi habitación sonó y con un tacón puesto y el otro el la mano intentándomelo poner dando saltos mientras llegaba para descolgar el auricular casi me mato.
-Diga -dije con el tacón ya puesto.
-Señorita Morgade, la esperan en el bar de recepción.
-Muchas gracias, enseguida bajo.
Cogí mi bolso, introduje mi móvil, mis gafas y el pequeño recipiente de las lentillas, la cartera y, por último, la tarjeta magnética de la habitación.
Llegue al bar y allí estaba, sentada en una de las butacas, mirando su teléfono móvil.
Era preciosa y estaba guapísima, que siempre lo esta, pero era algo sobrenatural.
-Bu -susurré en su oído.
Se sobresalto.
-¡Ana¡ ¡Deja de hacer eso!
Ambas reímos y ella giro su taburete hacia a mí y entonces ahí fue cuando me vio.
-A... A... Ana.
-La misma.
-Hija de mi vida y mi corazón... estás... bueno... estás... increíble.
-Puedo decir que tú también. Estás preciosa, como siempre.
Se sonrojo. Espera. ¿¡Se sonrojo!? ¡Sí! ¡Lo hizo!

Llevábamos ya un par de copas pero no estábamos para nada borrachas, aún así decidimos hablar.
-Sinceramente -comenzó ella- desde que está la niña los muelles de la cama solo suenan cuando nos sobresaltamos por sus llanto. ¿Y tú? ¿Qué hay de ti?
-¿De mi? Nada.
-¿Ninguna persona especial en tu vida? -me dijo mientras me miraba con una sonrisa pícara.
-Persona especial si hay, pero el amor no es mutuo.
-Tú solo intenta decírselo, lo más probable es que sea correspondido.
Nos miramos fijamente hasta que ella bajo la vista y bebió un trago de su copa.

La soledad (sin ti) [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora