Semáforo

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Año 2014.

Un niño se ve en la zona más ocupada de una ciudad donde todos los días tiene que soportar la realidad que le ha tocado vivir. El estrés colectivo ha hecho que las personas dejen de sonreír. A su poca edad se ha visto obligado a limpiar los cristales de los autos para poder ganar dinero; un trabajo que nadie quiere tener.

Un día, mientras está sentado en unos de los asientos de una parada de autobús, ve una persona sentarse a su lado y tomar el celular para escribir en su twitter "¡Qué calor!". Esto a él le ha parecido cómico pues esta persona iba vestida con buena ropa; totalmente contrario a su caso. En ese momento despierta cierta curiosidad en la mente de este muchacho. Desde ese día se empezó a sentar todos los días en diferentes momentos del día en los mismos asientos. Todo para poder echar un corto vistazo a lo que las personas escribían en sus celulares. Al día siguiente vio una persona escribiendo, "Siento pena. Todos los días veo personas que pasan por el lado de un pobre hombre en la acera. No tiene casa, ni comida. Horrible sociedad.". No tuvo mucho que pensar, dejó el trabajo por ese día. Fue a su casa, se comió un pan con espagueti y refresco. Se durmió a las once.

Al día siguiente el niño destapó sus ahorros que tenía escondidos en una botella debajo de la cama. Agarró su bicicleta y sus herramientas de trabajo, y salió de la casa temprano con rumbo al mercado. Compró dos desayunos del que siempre acostumbra a llevar solo uno; esta vez, para llevar.

Al llegar a su respectivo semáforo, allí amarró su bicicleta al poste de luz y caminó hasta el señor que había mencionado aquella mujer antes. Él también lo conocía, pero era tan común verlo allí tirado que pareciese que era parte del paisaje y no debía ser tocado para no arruinarlo.

Se detuvo frente a él. Aquel hombre levantó su mirada y en ese momento el muchacho se sentó. Abrió la bolsa de rayas negras y blancas y le ofreció uno de sus platos envuelto en papel de aluminio. Comieron juntos.

Al terminar de comer, el señor le preguntó si le quedaba un poco más de dinero. El muchacho respondió que tenía lo suficiente para comer una semana, pues había tomado sus ahorros esa mañana.

Aquel hombre le pidió un favor, el único favor que le pediría en su vida. Le pidió que fuera al mercado en su bicicleta y comprara un ramo de flores, un poco de la pintura de segunda mano y un pincel usado de los que vendía el viejo Pedro.

El muchacho fue y trajo las flores, y además tres pequeños potes de pintura; un pote de roja, un pote de blanca y uno de amarillo. El señor sonrió como nunca el muchacho lo había visto. Apoyaron las flores a la pared. El viejo tomó el pincel y abriendo uno de los potes le dijo al muchacho, "¡echa pa' acá! Te voy a pintar y después te enseñaré algo".

Se pintaron la cara de colores, cada uno agarró una flor y mientras el hombre se detuvo en una esquina y empezó diciendo: "Esto es lo que harás".

Se paró y empezó a, jocosamente, quedarse quieto. Digno de admiración, la ausencia de movimiento, hacía parecer como si el tiempo mismo se hubiese detenido para él. Las personas que iban caminando se empezaron a detener, al mismo tiempo mientras hacía de todo y nada, extendió su mano y ofreció una flor a quien lo observaba. Unas sonrisas fueron su pago, una sonrisa de aquel señor fue el cambio de todo aquel que recibió una flor. Tomó la mano de una mujer que llegó más tarde y empezó a bailar a un ritmo muy fino que sin años de práctica no serían posible. No era el mismo hombre que estaba postrado en el suelo, sin duda alguna. Esta vez era el hombre que había estado dentro callado esperando un poco de atención.

En medio del baile toma otra flor y las herramientas de aquel muchacho trabajar, empezó a usarlas e increíblemente continuar bailando. Es como si el arte y el trabajo de aquel muchacho se hubiesen fusionado de manera perfecta. Con una flor en una mano y en la otra una esponja. Limpió el cristal de 3 autos y a cada chofer le regaló una flor y una sonrisa; una sonrisa fue su cambio.

Interesante fue darse cuenta que todas las personas sonreían al ver a este señor limpiar sus cristales, cuando la costumbre del día a día del niño era ser ofendido verbalmente y en algunas ocasiones ni siquiera pagado por su trabajo.

Ese día supo que algo andaba mal en la ciudad. Ese algo, éramos nosotros. Esa mirada al señor que era parte del paisaje hasta que alguien decidió tomar responsabilidad, esas sonrisas que nadie había regalado, esas flores que nadie había buscado, esa danza que nadie había bailado. Cosas simples que hacen de nuestra selva de cemento, un mejor lugar para habitar, para compartir, para existir. Para ser yo, ser tú, ser nosotros, y amar aquí.

Nadie volvió a ver aquel señor.



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⏰ Última actualización: Dec 07, 2015 ⏰

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